
Aunque pocas veces ocurra, me emociona haber contemplado una obra maestra: ‘Amor’. Incontestable la valentía cinematográfica de Michael Haneke. Su cine, austero y eficaz, vuelve a retorcernos las entrañas del alma. Aunque el título es un desafío en sí mismo, ya que nos plantea el amor reducido a algo tan elemental como la propia supervivencia, o quizás todo lo contrario, la película tiene una de las más bellas escenas de amor de la historia del cine.
La precisión a la hora de resolver la trama es de una elegante brillantez. Me encanta ver como Haneke, director de ópera, trasciende a su cine con un stacato final digno del mejor virtuosismo cinematográfico.
El director de cine austríaco sabe trazar hábilmente el destino de Anne (Emmanuelle Riva), quizás para poner el foco en las emociones más que en el proceso degenerativo del que no hay salvación. De ahí la justificación del flashforward inicial. La magnífica sobriedad de la puesta en escena, la ausencia de toda banda sonora que nos motive emocionalmente y un tratamiento riguroso de los auténticos protagonistas de la trama: Georges, Anne y su apartamento parisino, hace que nos reconciliemos con un cine abiertamente poético. Conmueve la magnífica interpretación de Jean-Louis Trintignant, inquietante y enigmático, y Emmanuelle Riva, y como se enfrentan a su destino con dignidad.
Una película como ‘Amor’ solo puede ser creada por un maestro del cine. Sin caer en tentaciones melodramáticas, con la cabeza fría, paso firme y una meticulosidad absoluta. Desgarradora, pero llena de vida a la vez, y donde el amor es lo único que puede dar significado a la muerte.