“El conflicto es la base de todo el drama y, por eso, el humor es tan importante. El humor es la desaparición de la genialidad; es la desaparición de lo que es normal; es, por tanto, anormal…” (Alfred Hitchcock) 

 

Nacido en 1899 en el modesto distrito londinense de Leytonstone, en el seno de una familia católica de tenderos, fue el tercer hijo de William y Emma, comerciantes de verduras, pues le antecedieron su hermano William y su hermana Helen.A los 11 años ingresó en el colegio de jesuitas Saint Ignatius College, de Stanford Hill, donde se le inculcó el sentido del orden y la disciplina que no abandonarí­a en toda su vida.

En julio de 1913 ingresa en la escuela técnica de Ingenierí­a y Navegación, pero, al fallecer su padre el 12 de diciembre de 1914, se ve obligado a interrumpir sus estudios y buscar trabajo, encontrándolo en la Henley Telegraph and Cable Company como especialista en cables eléctricos submarinos. Simultaneó este trabajo con la asistencia a clases de arte en la Universidad, consiguiendo pasar gracias a este aprendizaje al departamento de publicidad de la citada Henkley Telegraph. Esta última actividad la simultaneará, durante algún tiempo, con el cine, cuando, entusiasmado por este arte, logra en 1919 introducirse en el mismo.

Persona de rara inteligencia y maravilloso humor, Hitchcock ha asombrado con sus pelí­culas a varias generaciones de cinéfilos. Es, en suma, uno de los directores de mayor prestigio de toda la historia del cine. Desde 1925 hasta su muerte, Alfred Hitchcock rodó 53 pelí­culas, con las que alcanzó un dominio absoluto en cuanto a la técnica cinematográfica se refiere. Supo combinar como nadie el arte con los trabajos de simple diversión, poniendo el alma en todos sus filmes, pues no le bastaba tomar el guión de alguien y fotografiarle a su manera. Por el contrario, se creí­a obligado a desarrollar él mismo la temática que trataba en cada pelí­cula.

Todos los crí­ticos especializados cinematográficos coinciden en señalar que Hitchcock tení­a una forma muy especial de dirigir sus pelí­culas, de tal forma que contemplando todas sus obras se puede hablar de un “estilo Hitchcock”, de caracterí­sticas muy singulares provenientes de una serie de “claves cinematográficas”.

Alfred Hitchcock

Su poderoso sentido del humor

Hitchcock sentí­a una auténtica pasión por la ironí­a, un gusto por la broma fuera de lo común, que siempre plasmaba en sus filmes. Fruto de este poderoso sentido del humor es la teorí­a de Hitchcock sobre el “MacGuffin”, que puede ser definida como la aplicación de una excusa para contar una historia apasionante.

Su gusto por las historias de terror

En la literatura inglesa, el crimen aparece en el primer capí­tulo desde siempre, lo que no sucede en ningún otro paí­s. En Inglaterra, magistrados y abogados comentan con frecuencia el último caso de criminalidad que ha apasionado a la opinión pública. No es, pues, extraño que, siendo inglés el entorno en el que creció Hitchcock, éste comenzara muy pronto a sentirse fascinado por el crimen. Por ello, en su juventud visitó múltiples veces el “Black Museum” de Scotland Yard, donde pasaba tardes enteras observando los objetos relativos a famosos crí­menes, a la vez que leí­a el dominical “New of The World”, que relataba con detalle los crí­menes más sonados cometidos en Inglaterra. El clima netamente inglés en el que Alfred Hitchcock creció fue pues de enorme trascendencia a la hora de elegir la trama de sus pelí­culas, que se basan frecuentemente en un crimen asociado a motivaciones sexuales.

Su minuciosidad, orden y planificación

Hitchcock ha señalado varias veces que nunca improvisa sobre el plató, pues no es un compositor de música que espera a tener la orquesta frente a él para pensar en lo que va a componer. Por el contrario, ha definido su forma de organizar el trabajo al comenzar un filme de la siguiente manera: “Yo leo un libro. Luego me encuentro con el guionista todas las mañanas durante los dí­as que convengan y escribimos juntos la pelí­cula. Lo hacemos sobre el papel sin olvidarnos sobre cada escena ni el más mí­nimo detalle. No escribimos pues sólo la sinopsis, sino toda la descripción cinematográfica, de modo que el primer golpe de manivela esté todo listo. Incluso, por ejemplo, la sonrisa de cualquier actor mientras está viendo un objeto determinado. Mis pelí­culas están terminadas antes de comenzar a rodarlas”.

Su confianza en el Arte Cinematográfico

Alfred Hitchcock siempre confió en las posibilidades expresivas del cine, por lo que buscaba siempre que las imágenes dieran la medida de un arte rico en sugerencias. Expresó repetidamente su fe en el cine puro y se esmeró afanosamente para conseguir que la técnica cinematográfica fuera para él algo muy dócil. Así­, logró ser tan experto con la cámara que no necesitaba mirar el encuadre por el visor. No es extraño que Hitchcock lograra un total equilibrio narrativo. Él mismo ha declarado: “No creo en los diálogos. Tengo una fe ciega en el arte cinematográfico”. Convencido pues de que la forma altera radicalmente al contenido, Hitchcock elaboró siempre unas imágenes plenas de contenido.

Su estrecha relación entre el filme y el espectador

El público siempre ha estado presente en la mente de Hitchcock cuando dirigí­a una pelí­cula, pues, como él mismo ha dicho: “el cine es un montón de butacas que hay que llenar”. Por ello, buscaba tener siempre en la pantalla un héroe con el que la gente pudiera identificarse; es decir, un hombre de la calle, un hombre ordinario, al que colocaba en una situación desesperada, pues su tema preferido es el relativo al inocente que es acusado injustamente. Fruto de su atención al espectador era el cuidado que poní­a par que nadie sintiera el más mí­nimo rechazo a sus pelí­culas. Alfred Hitchcock nunca se permitió ser demasiado audaz, ni en lo que respecta a la violencia, ni en lo relativo a los desnudos. Así­ en ‘Frenesí’­, cuando se ve a la muchacha asesinada que está completamente desnuda, la coloca una especie de bikini de patatas y, según él mismo ha confesado, rodó ‘Psicosis’ en blanco y negro para que no se viera el color de la sangre.

Su concepción del montaje como algo esencial para el filme

Alfred Hitchcock, influenciado por su mujer, Alma Reville, quien tuvo a su cargo el montaje de múltiples filmes, daba una importancia capital de esta labor, que, para él, constituí­a además una forma de mantener un estricto control sobre sus pelí­culas. Para Hitchcock, el montaje no era otra cosa que la culminación fí­sica de una planificación exhaustiva de principio a fin, habiendo declarado a este respecto:“un filme está hecho de miles de imágenes que hay que orquestar rítmicamente”.

El toque Hitchcock

Con la aplicación de estas claves, Hitchcock creó su propio universo cinematográfico, que hoy, tras más de tres décadas después de su muerte, nos sigue maravillando. Forzó, en definitiva, su propio estilo, basado en una concepción poco grandilocuente, más bien artesanal del cine.

Estilo que el genial director ha resumido con estas palabras: “la diferencia entre una pelí­cula normal de cine negro y una de mis pelí­culas puede explicarse mediante un claro ejemplo: tres personas están sentadas a una mesa; bajo la mesa hay una bomba; los tres personajes lo ignoran y el público también; cuando la bomba estalla interviene el elemento sorpresa, que es tí­pico del estilo negro; por el contrario, lo que pasa en mi pelí­cula es lo siguiente: los tres personajes tienen una bomba bajo su mesa y ellos lo ignoran, pero el público está al corriente y querrí­a avisar a sus personajes de que están a punto de saltar por los aires; mi habilidad consiste en dosificar esta espera, que no debe ser ni demasiado larga ni demasiado corta y debe ser seguida por un periodo de distensión”.

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