Como ya hizo en algunas de sus películas previas, ‘Hermanos’ (2004) y ‘Después de la boda’ (2006), la directora Susanne Bier establece en su nueva película un vínculo entre la clase acomodada de su Dinamarca natal y los pobres desesperados del Tercer Mundo, esta vez en concreto para sugerir que tanto la brutalidad como las represalias violentas están presentes en todas las sociedades, ya sean éstas subdesarrolladas o prósperas.

El filme evoca durante su primera media hora al thriller vampírico sueco ‘Déjame entrar‘. Sobre todo por su forma de examinar las amistades juveniles formadas a partir de necesidades mutuas. Pero aquí entiende la agresión como una forma tanto de sofocar como de perpetuar más agresiones, y por tanto parece interesarse por indagar intrigantes zonas grises.

En concreto, Bier plantea una serie de cuestiones éticas: ¿engendra la violencia más violencia? ¿Es poner la otra mejilla el método más productivo para combatir los abusos? ¿Cómo debería un individuo responder ante un mundo atrapado en ciclos de violencia perpetuada?

Al situar el concepto de pacifismo en conflicto directo con la tendencia del ser humano hacia el ojo por ojo, la directora orquesta un dilema moral digno del cine de Krzysztof Kieslowski, e incita al espectador a debatirse, mucho después de los títulos de crédito, entre la pasividad y el activismo, la rabia y el perdón, la venganza y la redención.

El valor de ‘En un mundo mejor’ reside en las afiladas preguntas que Bier hace acerca de cómo los padres pueden o deben hacerse cargo de sus hijos, de las expectativas que permanecen puestas en los hombres de nuestra sociedad y de las luchas que estos mantienen contra sus impulsos internos más violentos, que pueden permanecer latentes y pasar desapercibidas y luego, en un aterrador frenesí, explotar.

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