La Nouvelle Vague (nueva ola) es un nombre inventado en el año 1958 por François Giroud, en un artículo de la revista L´Express, para describir a un grupo de jóvenes cineastas franceses que debutan brillantemente, al margen de las corrientes tradicionales de la profesión. Carecen de calificación técnica y son financiados por capital privado. Recurren a intérpretes de su misma edad, ya que ninguno ha adquirido aún notoriedad. El término tuvo éxito y sirvió rápidamente para describir un nuevo estilo cinematográfico, caracterizado por su desenvoltura narrativa, por sus diálogos provocativos, por cierto amoralismo y por “collages” inesperados.

El modelo será ‘Al final de la espada’, de Jean-Luc Godard. El público se entusiasmo con estos cineastas. Ya en 1960 había 43 nuevos autores que habían rodado su primera película. El núcleo mas activo venía de la crítica, del semanario Arts y de los insurrectos Cahiers du Cinema: Godard, Truffaut, Jacques Rivette, Pierre Kast, Claude Chabrol y sus mayores: Jacques Doniot-Valcroze y Eric Rohmer, redactores jefe de la revista cinematográfica.

Otros pertenecían a la generación anterior. Si bien habían dirigido películas, cortos o largometrajes, no estaban comprometidos con el “sistema”. Luego fueron reconocidos como precursores. Por ejemplo, Roger Leenhardt, Jean-Pierre Melville, Georges Franju, Alexandre Astruc, Agnès Varda y, sobre todo, Alain Resnais, que impacta en 1959 con una obra de concepción y dirección revolucionarias: ‘Hiroshima mon amour’. Otros se sumaron al movimiento, por accidente o por conveniencia, aunque rápidamente se abrieron: Louis Malle, Jean-Pierre Mocky, Marcel Camus, Michel Drach hasta Roger Vadim.

Incluso los más cuestionados se dejaron llevar por la ola, desde Marcel Carné (‘Los Tramposos’) hasta Henri Decoin. Habría que añadir también a Jean Rouch, etnógrafo de talento que tuvo una influencia profunda sobre el grupo; al escritor y periodista Chris Marker, cuyo genio era inclasificable; al dramaturgo Armand Gatti; así como a algunos outsiders que entraron por la puerta trasera y que se destacaron luego con mayor o menor gloria: Jacques Dossier, Jacques Demy, Michel Deville, Phillipe de Brocca, Henri Colpi o Jean-Daniel Pollet.

El éxito de la Nouvelle Vague se explica por motivos económicos, políticos y estéticos de extrema variedad: la disolución de la IV Republica y el advenimiento de un nuevo tipo de sociedad; la relajación de las costumbres y la disminución de la censura; el sistema de “adelanto por éxito de taquilla” establecido por el Centro Nacional de Cinematografía para las películas “que abren perspectivas nuevas al arte cinematográfico”; la acción concertada de algunos productores deseosos de superar las leyes cerradas del mercado, por ejemplo Pierre Braunberger, Georges de Beauregard o Anatole Dauman; la extensión de los circuitos de “Arte y Ensayo”; la aparición de una nueva generación de actores, mas relajados, menos marcados por la rutina teatral, como Brigitte Bardot, Jean-Paul Belmondo, Bernardette Lafont. Hay una renovación a todos los niveles de los actores y mecanismos del hecho cinematográfico.

Hay que observar, finalmente, que la Nouvelle Vague rechazaba cierta tradición del cine francés, juzgada rutinaria y nefasta, y cuyos exponentes eran, entre otros, Jean Delannoy, Christian Jacque, Pilles Grangier, o guionistas como el equipo Aurenche y Bost. Se reconocían en cambio en Jean Renoir, en Robert Bresson y en Jacques Tati.

A partir de 1963, cierto movimiento pendular calma a los representantes de la Nouvelle Vague. Algunos evolucionan hacia el clasicismo, como Truffaut o Rohmer, otros se arreglan con el sistema antes aborrecido, como Chabrol; hay quien milita, Godard, o hace cine experimental. Otros, finalmente, siguen su camino personal, Malle, Franju, Resnais. Después de 1968, nace una nueva Nouvelle Vague que va del compromiso político extremo a la búsqueda manifiesta de divertimento o de “naturalidad”; Jean Eustache, André Téchiné, Maurice Pialat, Bertrand Tavenier, Pascal Thomas o Jacques Doillon.

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