Lo que podía haber sido un brillante thriller psicológico, o una incursión original en el cine negro, se convierte en una titubeante sátira sobre la industria farmacéutica, la salud mental y el corporativismo médico. Lo que no implica que en Efectos Secundarios no haya convincentes interpretaciones. De hecho, Rooney Mara desborda la pantalla con su presencia y demuestra su capacidad de mujer asustada, pero aterradora al mismo tiempo.

La película de Soderbergh (‘Contagio’) se las arregla para embriagarnos del miedo y la fascinación de sus personajes. Con Jude Law encontramos a  un psiquiatra que encarna como nadie la ambición humana.

El verdadero efecto secundario viene prescrito por el guionista Scott Z. Burns. Este le pone la zancadilla a Soderbergh al no resultar creíble que Jude Law, que se dejó deducir por la industria farmacéutica para ganar dinero recetando antidepresivos, pueda ir a la cárcel por los efectos secundarios que padeció una paciente, y que le incitó a cometer un crimen.

A partir de aquí se desinfla la credibilidad del thriller para convertirse en algo extraño y absurdo. Lástima, porque la película está llena de secuencias inquietantes recreadas con una absorbente fotografía, realizada por el mismo Soderbergh. Así, con la misma inquietud, el guión de ‘Efectos secundarios’ se va distorsionando al mismo tiempo que se desencadenan los acontecimientos de manera inesperada. A golpe de efecto se encubre una trama que gira y gira hasta llegar a marear.

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