
En Estados Unidos, en la formidable máquina de reciclar llamada Hollywood, encontramos los guiños más célebres al universo Bergman, dirigidos, sin sorpresas, a su figura más célebre: la muerte de ‘El séptimo sello’.
Así, la encontramos en ‘El último gran héroe’ de John M. Tiernan en el año 1993, una parodia de éxito taquillero en la que se escapa de su filme para cruzarse con Arnold Schwarzenegger, que interpreta a un polícia vulnerable también salido de la película. Tres años más tarde, en ‘Scream’ de Wes Craven advertimos la presencia de una de las más famosas criaturas del cine de terror contemporáneo, cuyo atavío (máscara blanca, larga capa negra, omnipresencia fatal) no deja de evocar al de la Muerte de Bergman.

Hay casos más llamativos. En primer lugar, Woody Allen, que nunca ha ocultado su admiración por el director sueco y que ha consagrado una parte de su obra a rendirle homenaje en espacios cerrados más o menos opresivos en los que se ausenta como actor. ‘Interiores’ en 1978 inaugura esta serie, seguido de ‘La comedia sexual de una noche de verano’, ‘Hannah y sus hermanas’ y ‘Septiembre’.
Otro ejemplo sería el caso de John Woo en ‘Cara a cara’ de 1997, un thriller permutante en que un policía y un criminal intercambian sus rostros.

Sin embargo, es en Francia donde la huella bergmaniana resulta más profunda y duradera. Truffaut rinde homenaje a la vena autobiográfica y carnal del cineasta desde su primer largometraje, ‘Los 400 golpes’ (1959), en el que el joven Antoine Doinel roba una fotografía de Harriet anderson en ‘Un verano con Mónica’ en la entrada de un cine.

Esto ocurre cuando un genio del cine se convierte en parte del imaginario colectivo. La influencia puede ser explícitamente reivindicada, implícitamente inducida o incluso ignorada pero efectiva. Como ven, se puede ir de la cita anecdótica a la auténtica impregnación. Reconocer estas influencias es uno de los mayores placeres que tenemos como espectadores críticos de cine.