
Hace 50 años se estrenaba ‘Fellini, ocho y medio‘, una peculiar película, que marcó un antes y un después en la carrera de su director, Federico Fellini, pero también en la evolución del propio arte cinematográfico.
Fue el comienzo de un nuevo cine, difícil de digerir, que navegaba entre la introspección y el psicoanálisis. El propio cineasta, representado por el actor italiano Marcello Mastroianni, cuenta la historia de un director de cine sumido en una crisis existencial y creativa.
La película comienza con su personaje, el cineasta Guido Anselmi, presa de un ataque de impotencia creativa, en mitad de una crisis que también es vital. Está en un balneario junto a su equipo de rodaje, pero un ataque de ansiedad ha hecho que la grabación de la película, de ciencia ficción y para la que se ha construido un fastuoso decorado, se atrase quince días. La presión es tan grande que llega a sentirse confuso y a tener visiones.
Sin un hilo narrativo claramente definido, saltando sin transición desde la realidad al sueño, entremezclando recuerdos infantiles, miedos irracionales y deseos insatisfechos, la película parece hacer balance de la vida del personaje al tiempo que del propio cineasta.
Originalmente se iba a llamar ‘La bella confusión’, pero finalmente el cineasta optó por incluir su propio nombre en el título, seguido del número de películas que había realizado hasta entonces, siete, más dos mediometrajes que había codirigido.
Una película autobiográfica
Todos los elementos de lo que se ha dado en denominar como felliniano están ya presentes, como la rememoración de la infancia y los primeros deseos sexuales. “Saraghina es el descubrimiento del sexo en estado puro.”, describía el propio Fellini. La idea de la muerte palpita en toda la película, pero también la mujer, como centro de sus obsesiones.
La película cosechó un notable éxito en Estados Unidos, llegando a ganar el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Además, ha inspirado directamente a innumerables directores, como Woody Allen en ‘Desmontando a Harry’. Hasta el mismísimo Fellini autorizó la producción del musical ‘Nine’, inspirado en su película, con la condición de que ni el título de ésta ni su propio nombre aparecieran citados. En 2009 se llevaría al cine en una superproducción protagonizada por Daniel Day-Lewis y otras muchas estrellas, como Sophia Loren.
Con esta película se cierra su cine realista y comienza uno nuevo, caracterizado por un mundo personalísimo, onírico, nostálgico y vitalista, que estará repleto de personajes esperpénticos, de mujeres descomunales y de decorados irreales.
Tanto críticos como cineastas se ponen de acuerdo en que aporta una reflexión única e inconfundible sobre el misterio mismo de la creación, del miedo a la falta de ideas, y de la grandeza del cine como espectáculo popular.

La revista Sight and Sound, publicada por el British Film Institute, que hace una clasificación desde 1952 de los mejores filmes de la historia del cine, considera a ‘Fellini, ocho y medio’ como una de las diez mejores películas de todos los tiempos.
Curiosamente, la vida terminó imitando al cine. Cuatro años después del rodaje, su productor, Dino de Laurentis, padecería en sus propias carnes una situación parecida a la narrada en la película, ya que una vez construida la réplica de la catedral de Colonia en Cinecittá para el rodaje de ‘El viaje de Mastorna’, su director, Federico Fellini, le dejó plantado y sin película.
Aunque estrenada, bajo una gran expectación, el 15 de febrero de 1963 en Roma, la producción italiana tuvo que esperar cuatro años más para ser estrenada, bajo la inconfundible lupa de la censura franquista, en las salas de cine españolas.