
‘Anna Karenina’ devuelve al cine un clásico de la literatura rusa con pretensiones histriónicas no exentas de fantasía. El director británico Joe Wright trata de embriagarnos a través de un laberinto de escenas que navega con cierta dificultad por los mares del surrealismo. Una adaptación un tanto desconcertante en medio de un teatro donde los personajes traspasan continuamente la frontera que separa lo real de lo fantástico.
Personajes entre bastidores dentro de ese gran escenario de la hipocresía social que fue el teatro, donde los códigos decimonónicos hacían evidentes las diferencias sociales. La asfixiante topografía fílmica impide el desarrollo normal de la trama, para terminar asfixiando el aire que necesita la adaptación de un clásico de Tolstoi. Una dramatización maquillada por una puesta en escena llena de ensoñación, donde las miradas de los protagonistas dirigen nuestra atención y se entrecruzan para ser devueltas en forma de reflejos. Espejos que devuelven la otra cara de la realidad de personajes llenos de contradicciones.
La historia de amor entre Anna y Vronski se diluye en medio de este teatro del absurdo que recrea por momentos un musical, pero sin canciones. Jude Law demuestra mucha más profundidad como Karenin que el resto de personajes haciendo lo que puede para salvar su orgullo en una sociedad que se muestra implacable.
Aunque plagado de bellas metáforas visuales, el filme no deja de ser un espectáculo delirante en medio de la nada. Pero en ‘Anna Karenina’ no solo hay artificio, sino también hay una extraordinaria coreografía visual con persuasivos planos secuencia y travellings. Al igual que el teatro, marcado por la infelicidad, que se cubre de plantas para recuperar la libertad, como espectadores necesitamos recuperarnos de una historia emocionalmente fría. Ni el ferrocarril presagiando y encadenando la historia, ni las incursiones al mundo exterior rompen la profunda teatralidad que tiene la película.
Una historia relegada a segundo término por una estética que pone el foco en un grandilocuente escenario, vestuario y banda sonora. Aunque el aspecto sea magnífico, presentarnos de esta manera tan estilizada la crueldad tolstoiana no deja de desesperarnos, y, por momentos dudamos en si arrojarnos a la vía férrea con la protagonista. A fin de cuentas, se trata de una película que renuncia al realismo de la historia a favor de la apariencia cinematográfica más engañosa.