Una de las figuras más importantes del activismo homosexual por su  compromiso social y político fue Harvey Milk. Su figura carismática marcó un momento importante del por aquel entonces recién nacido movimiento gay de Estados Unidos, y su asesinato en el ayuntamiento de San Francisco el 27 de Noviembre de 1978 lo convirtió para siempre en mártir y guía.

En 2008, el director de cine Gus Van Sant se atrevió a llevar al cine la historia con Sean Penn, que acabaría ganando el Oscar a Mejor actor. A pesar de las reticencias iniciales debido a su irregular trayectoria como realizador hay que reconocer que no pudo hacerlo mejor. Con ‘Mi nombre es Harvey Milk’ se hace justicia con mayúsculas al  político estadounidense. Un estimable tributo a la sombra gigantesca de un luchador admirable y semidesconocido.

Mi nombre es Harvey Milk dirigida por Gus Van Sant
Escena de «Mi nombre es Harvey Milk» dirigida por Gus Van Sant

La película mezcla imágenes reales, lo que ayuda a dotar a la cinta de una mayor credibilidad, tal y como sucede en el instante en el que Dianne Feinstein anuncia que el alcalde Moscone y que Harvey Milk han sido asesinados. No obstante, la relación del protagonista con sus parejas queda un tanto desdibujada, son meros retazos, de igual modo que se echa en falta en el relato algunas indicaciones de cómo era este personaje antes de llegar a San Francisco.

El mejor homenaje para todos los mártires que son y han sido en la pelea por los derechos civiles de cualquier tiempo y condición. La película de Van Sant le canta las cuarenta a los que  niegan, por cerril resistencia o ignorancia, el oxígeno a los que piensan y caminan de otra manera. Una película muy recomendable que nos hará reflexionar y entender mejor la lucha incansable por los derechos civiles de muchos activistas en favor de la comunidad LGTB.

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