
Los viajes introspectivos en el cine pierden fuerza si no hay un alto grado de identificación con los protagonistas. Lo fácil sería recurrir al plano subjetivo y fundirnos con el personaje, y no solo ver, sino conocer el mundo a través de él. Pero si el director decide obviar este recurso cinematográfico debería de potenciar la interpretación para dar el golpe de empatía necesario para que la historia funcione.
‘Una casa en Córcega’ carece de un convincente conflicto dramático, que sumado a una irregular interpretación de la actriz belga Christelle Cornil, la convierte en previsible. Le falta transgresión narrativa. Sus vínculos emocionales con la isla no tienen las raíces necesarias que motiven al personaje a emprender su huida y lo doten de credibilidad. Se trata de un escapismo superficial carente de ingenio y humor.
En definitiva, no hay complejidad y profundidad en ‘Una casa en Córcega‘. Los personajes son controlados por la vida y no pueden controlar su propia existencia. Eso sí, resulta fascinante como el entorno romántico de la isla contrasta con la asfixiante atmósfera de este pueblo corso. La película está llena de buenas intenciones y es cinematográficamente correcta, pero no aporta nada nuevo a las ya estereotipadas tramas iniciáticas de outsiders.