
La película está basada en la asombrosa expedición liderada por el noruego Thor Heyerdahl. El joven aventurero realizó una travesía de 8.000 kilómetros a bordo de la balsa Kon-Tiki para demostrar al mundo que los primeros pobladores de la Polinesia provenían de Sudamérica y no de Asia.
La gesta se convierte en una aventura cinematográfica milimétricamente controlada. Esto no implica que carezca de la dosis necesaria de emoción que deben de tener este tipo de películas. Aquí, bien podría decirse que la ficción debería superar a la realidad, pero no es así. Se ha cuidado con esmero la fidelidad a los acontecimientos reales. La historia adolece de más conflictos psicológicos entre los personajes y menos entre los personajes y el medio.
Kon-Tiki no responde al arquetipo de películas de aventuras, ya que la ficción está amputada por los acontecimientos reales. A pesar de esto, la narración funciona y nos impregnamos del idealismo de sus personajes con una embriagadora fotografía, cuidada hasta el más mínimo detalle, y que refleja de manera impactante la soledad del océano.
Estamos ante una sea-movie donde sus seis tripulantes persiguen un ideal en medio de la incomprensión de una sociedad de posguerra. Su viaje va más allá de la simple demostración de una teoría. Por eso es esencial el abandono de los personajes por parte de sus familias, de la sociedad y del sistema en general. Ellos establecen una unión especial y buscan no solo cumplir su misión, sino demostrarse a sí mismos que otra vida es posible.
La película está dirigida por Joachim Roenning y Espen Sandberg, y tal ha sido su trabajo que ha seducido a los directivos de Disney, los cuales les han puesto al frente de la nueva película de la saga de ‘Piratas del Caribe’, que según un estudio reciente de secuelas cinematográficas será un 61 % peor que la primera entrega.