
Como salida de un cuadro de Hopper, al comenzar ‘Caníbal‘ aparece una gasolinera en mitad de la noche, como si el tiempo se hubiera detenido. Este primer plano, al más puro estilo de cine negro, captura magistralmente la incertidumbre que nos depara la historia.
‘Caníbal’ logra el tono adecuado que la atmósfera de este tipo de películas pide a gritos. Martín Cuenca consigue embriagarnos del estado de ánimo sombrío en el que vive el personaje, interpretado de manera soberbia por Antonio de la Torre. Se agradece que recurra hábilmente al fuera de campo para evitarnos la sangría humana, pero sobre todo porque así logra un impacto más certero, ya que nos presenta la desolación y el silencio de la muerte de una manera más cruda. Esto la convierte en una película de canibalismo intelectualmente macabra.
Brillante la manera de encuadrar, y no menos la iluminación. Estamos ante un retrato inquietante sobre el amor y la muerte. La condición humana al descubierto en mitad de esta descomposición moral que estamos padeciendo hoy en día. Por cierto, quienes han probado la carne humana afirman que esta tiene un sabor similar a la del cerdo.