El último trabajo de Scorsese, ‘El lobo de Wall Street’ es «jodidamente» bueno. Leonardo DiCaprio está soberbio en su interpretación de Jordan Belfort. Un personaje hecho a sí mismo que se convierte en la viva caricatura de ese gran sueño americano del que algunos todavía no se han despertado.

La película refleja sin tapujos la vida de un bróker de bolsa que durante los años ochenta y noventa disfrutó de estupendos coches deportivos, drogas y prostitutas pagados por millones de incautos que compraron sus acciones fraudulentamente infladas. Y a este lobo no le faltan caperucitas. Todo lo contrario, la película no escatima en rubias y morenas despampanantes. Forma parte del atrezo de este tipo de películas. Faltaría menos.

Sorprende la capacidad que, a sus 71 años, sigue teniendo el director neoyorkino Martin Scorsese para meterse al espectador en el bolsillo (y no solo el jugoso porcentaje de lo que pagamos por la entrada del cine). Aquí y ahora no se trata de  la mafia, ya que estamos en Wall Street, pero si lo piensan bien nos vuelve a contar una vez más la misma historia.

A pesar de contar con un ritmo de montaje vertiginoso no llega a aguantar las tres horas de metraje. Le sobran escenas y resulta redundante tanta estridencia. DiCaprio, como ya pasó con ‘J.Edgar’, se erige como el alma de la película. Con él se alcanza un nivel de tensión y complejidad que es fundamental para que la historia no decaiga. Lástima que el personaje de Jonah Hil quede eclipsado ante la sombra del actor de ‘Titanic’.

‘El lobo de Wall Street’ no acaba de tener la sutileza y riqueza de lo mejorcito de  Scorsese, pero hay que reconocer que es un filme muy estimulante. Una especie de grito depravado para oídos sordos.  Por cierto, insufrible las 506 veces que se dice una palabrota que en inglés comienza por F.

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