
Si hay alguna certeza en la última película del director neoyorkino David O. Russell es que hace honor a su título. ‘La gran estafa americana’ es de esas películas que llegan a España con una aureola de nominaciones, premios y demás estrategias de marketing, pero que cualquier espectador avezado reconoce lo espantosa que es desde el primer minuto de metraje.
Cuando se apagan las luces y comienzan los títulos de crédito poco se tarda en decidir si la película gusta o no. El problema radica en aguantar alto tan soporífero. Soy de los que defiende que uno debería levantarse y abandonar con dignidad la sala de cine ante este tipo de historias.
La dirección artística y la banda sonora desentonan notablemente en esta película, que surge de una historia real que sucedió a finales de la década de los 70. Christian Bale vuelve a cambiar su fisonomía para interpretar a Rosenfeld, un estafador que roza con su abultada barriga esa delgada línea que hay entre la inteligencia y la estupidez. Aún así es de lo menos malo junto con Jennifer Lawrence. La interpretación de Bradley Cooper en ‘La gran estafa americana’ bien merecería un Razzie (anti Oscar) a peor actor.
Solo unos pocos directores de cine tienen talento para escribir un guión. No es el caso de David O. Russell. La trama se desvía constantemente por cauces sentimentaloides y acaba descarrilando de manera precipitada en el mayor de los despropósitos. El resultado final es una mezcla de mareo y desorientación. ‘La gran estafa americana’ es uno de esos largometrajes estadounidenses en los que, como espectador, caes en la desesperación. En fin, una farsa fallida que nubla la vista.