
Resulta gratificante ver la valentía que ha tenido el director canadiense Jean-Marc Vallée para llevar a la gran pantalla la vida de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo texano, drogadicto y mujeriego, al que en 1986 le diagnosticaron Sida. No es fácil evocar aquellos años ochenta, donde comenzaban a verse en Estados Unidos los primeros estragos de esta cruel enfermedad. No cabe duda que la ambientación de ‘Dallas Buyers Club‘ destila una crudeza y autenticidad que evita cualquier intento de victimismo al respecto.
Es indudable que Matthew McConaughey consigue el papel de su vida en este drama biográfico donde encarna a un personaje ignorante y homófobo. Un tipo que únicamente puede llegar a superar sus propios complejos haciendo negocio, por cierto, nada filantrópicos, con medicamentos al margen de la ley. El filme desarrolla de manera soberbia el tempo de la historia. Ninguna escena llega a sobrepasar su propio valor dramático. Hay mucho talento detrás de ‘Dallas Buyers Club’. Y eso se nota, no solo en el magnífico montaje, sino en el trabajo de cámara que hay detrás. Es maravilloso ver como se arriesga Vallée con los planos subjetivos grabados con cámara en mano.
Estamos ante una película emotiva y sincera realizada de manera magistral. El resultado no puede ser más provocador. Ayudada por una fotografía sugerente que nos muestra a carne viva la dura realidad y también por el uso de efectos de sonido que nos conecta con el mundo interior del personaje.
En definitiva, estamos ante una obra esencial en la filmografía dramática que se basa en hechos reales. Indispensable para conocer las injusticias que padecieron muchos enfermos por una sociedad corta de miras y llena de prejuicios. Y donde ver a Jared Leto, en su papel de travestido, de verdad que no tiene precio. Un Oscar muy merecido.