
En “Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!” el actor francés Guillaume Gallienne interpreta a su madre y a sí mismo en un viaje autobiográfico por los recuerdos familiares. El resultado no puede ser más gratificante. A riesgo de parecer una película un tanto estrafalaria, el primer largo de Galliene sorprende por su sutil sentido del humor y por provocar la sorpresa, la desorientación, e incluso el estupor.
La mirada sarcástica hacia los estereotipos franceses, pero también ingleses y españoles es uno de los grandes aciertos de un guión que destila ritmo desde el principio de la obra. El director galo recrea su vida en el cine sin vacilaciones. Es capaz de describir, sin caer en victimismo alguno, un microcosmos enrarecido por una enfermiza relación materno-filial. Para ello se vale no solo de unos ingeniosos diálogos, sino de un magnifico elenco de actores.
El tono amable es una constante en todas las escenas por las que deambula nuestro Edipo moderno. Y es precisamente lo primero que se agradece en una época en la que abundan las producciones que se toman demasiado en serio a sí mismas. Lo fácil hubiera sido caer pronto en el dramatismo, pero el tono cómico se mantiene gracias a unos diálogos repletos de ironía. Gallienne ha conectado con el público y también con la crítica. No en vano Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! ha sido la gran triunfadora este año en los premios César de la academia francesa de cine.
Una vez más el cine del país vecino nos vuelve a sorprender con historias cercanas donde el espectador puede reconocerse rápidamente. Una cinta para reflexionar, pero que te hace reír. Y que ante todo deja un buen sabor de boca por su amable reivindicación de los traumas adolescentes y porque se aleja de las propuestas habituales que nos ofrece el cine últimamente.