A la espera de la jornada de hoy, el balance de los largometrajes que hemos visto en la XVII edición del Festival de Cine Alemán de Madrid podría considerarse irregular. Algún destello de talento asoma por alguna película, pero no nos ha llegado a convencer del todo ninguna. A continuación podéis leer nuestras impresiones sobre una parodia sobre el oficio del cine y un largo casi docudrama sobre la revuelta de Rostock en los años noventa.

En el peor de los casos

En el peor de los casos

Franz Müller, director y guionista de ‘En el peor de los casos’, es coeditor de la revista cinematográfica alemana Revolver. Lleva 10 años haciéndolo y parece que no se le da nada mal. Sin embargo, su incursión en el cine podríamos considerarla como un triple salto al vacío, a la vista de su primera película, vista en la 17º edición del Festival de Cine alemán de Madrid. Lo cierto es que estamos ante una primera obra sin vocación comercial que antepone la independencia artística sobre todas las cosas. Müller embiste con poca gracia contra la falta de talento de un director de cine en pleno rodaje. Una comedia inevitablemente regular, pero hilarante en algunas escenas llenas de ocurrencias absurdas.

A lo largo de la historia del séptimo arte muchas han sido las películas que han querido mostrar la realidad del cine. Este subgénero ha permitido a la industria cinematográfica mostrar sus entrañas y entresijos. Los rodajes no son nada fáciles, ya que debes poner de acuerdo a un montón de profesionales muy diferentes, así como lidiar con las excentricidades de las estrellas, las peticiones de los productores, las neuras de los guionistas, los problemas de rodar en exteriores y hasta la falta de extras. Unas circunstancias que ya recreó Tom DiCillo hace veinte años en la gran pantalla con ‘Living in Oblivion’, donde mostró con talento las vicisitudes de la filmación de una película independiente y como su director afrontaba todo tipo de adversidades para poder ver su sueño hecho realidad.

‘En el peor de los casos’ es una malograda película donde el espectador pierde definitivamente la fe en sus primeras secuencias. Una aproximación errática a la deliciosa comedia estadounidense ‘Living in Oblivion’ que nos hace pensar que Franz Müller, al igual que su protagonista principal, se ha dejado llevar por un romanticismo suicida, donde la cuestión era hacer una película a cualquier coste.

Somos jóvenes. Somos fuertes

omos jovenes Somos fuertes

Dentro de la sección «RückBlick: Reflejos del pasado en el cine alemán contemporáneo» hemos tenido la oportunidad de ver la peculiar ‘Wir sind jung. Wir sind stark’ o como ha sido traducida al español ‘Somos jóvenes. Somos fuertes’. La película del joven director Burhan Qurbani, alemán hijo de inmigrantes afganos, trata de reconstruir una fatídica noche en la historia de la por entonces recientemente unificada Alemania.

En el distrito Lichtenhagen de Rostock en agosto de 1992 sucedieron los que fueron denominados «los peores ataques a inmigrantes desde la segunda guerra mundial». Aquella noche cientos de personas de extrema derecha lanzaron piedras y cócteles molotov contra un edificio de apartamentos donde vivían, ya prácticamente hacinados, peticionarios de asilo principalmente romaníes y vietnamitas. Afortunadamente no hubo fallecidos, pero se puso en evidencia la ineficacia de las fuerzas policiales y la pasividad de los políticos locales. Sin embargo, lo más vergonzoso fue que cerca de tres mil vecinos de la zona aplaudían y jaleaban a los extremistas xenófobos.

La cinta reconstruye ese día a través de un grupo de jóvenes que participaron en el ataque, reflejando su falta de valores, ilusiones y esperanzas. El director no les da a todos ellos una fuerte inclinación política, sino que por el contrario les muestra dentro del desconcierto político: tanto cantan ‘La Internacional comunista’ como hacen el saludo nazi. Qurbani consigue reflejar cómo en tiempos de crisis los radicalismos afloran y los más vulnerables se convierten en víctimas unos y en verdugos otros.

Sin duda, una película interesante en la que destaca su cuidadísima fotografía y unos jóvenes interpretes muy correctos. El realizador se atreve a dividir la película entre un inquietante blanco y negro para los prolegómenos al estallido de la violencia y el color para mostrar toda la intensidad visual de la revuelta.

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