
‘El hombre perfecto‘, segunda película del realizador francés Yann Gozlan, es un thriller con reminiscencias al suspense de corte clásico que, a pesar de recurrir a lugares tan comunes del género, atrapa de manera perturbadora gracias a la atmósfera tan fascinante que desprende la película.
Narra la historia de Mathieu (Pierre Niney), un joven que aspira a convertirse en un escritor reconocido. Un sueño que parece inalcanzable para él, porque a pesar de todos sus esfuerzos, sus obras nunca han sido editadas. Su suerte cambia cuando se apodera de un manuscrito cuya historia se desarrolla durante la guerra de Argelia. Así, publicando el texto de otro, no solo se convierte en lo que siempre había deseado, sino que además conquista a la mujer que ama y que le parecía inaccesible.
‘El hombre perfecto’ habla de las falsas identidades, de la mentira, del talento creativo, y también aporta una dimensión casi faustiana a la historia, donde el personaje está dispuesto a pactar con el diablo con tal de conseguir su sueño. Gestos como la quema de la novela o cuando destruye la foto del hombre fallecido al que roba el manuscrito es como, si en cierto sentido, se estuviera condenando. Un Fausto moderno, pero sin el componente de arrepentimiento que tiene la obra teatral de Marlowe. Lo que si comparte con el Doctor Fausto es que se trata de un hombre arrastrado por las circunstancias y envuelto en un torbellino del que sale como puede, siempre guiado por su ambición.

Referencias a Chabrol con ‘El carnicero’, Jacques Deray con ‘La piscina’, Roman Polanski con ‘Cuchillo en el agua’ o la influencia de Hitchcock están presentes de algún modo en una película que se apodera de una dimensión de extrañeza y estupefacción que nos encanta ver en el cine. Una puesta en escena muy pausada y al servicio de la subjetividad de Mathieu, personaje interpretado con mucho talento por Pierre Niney. Los travellings en donde la cámara sigue a Mathieu de espaldas nos muestran siempre lo que él ve para hacernos sentir el estrés y la paranoia de un protagonista de una extraordinaria complejidad.
Y extraordinario también el conocimiento de la mecánica del suspense por parte de Yann Gozlan, ya que consigue crear un contraste entre el infierno que vive el personaje, la tensión que le mueve, y el esplendor de lo que le rodea. Una película donde el abismo entre lo posible y lo real resulta devastador. ¿Cuando sobrepasa Mathieu el punto de no retorno? Jamás estamos seguros, y es esta desasosegada incertidumbre la que hace tan insoportablemente trágica la historia que condena al protagonista.
Una reflexión sobre el misterio mismo de la creación, del miedo a la falta de ideas y de las consecuencias imprevisibles que provocan nuestros actos. Una película fascinante sobre la identidad que no aspira a la perfección a pesar de su refinado estilo.