Harry Potter y El Prisionero de Azkaban es la película con mayor personalidad de toda la saga. Alfonso Cuarón imprime su estilo visual en cada fotograma e introduce elementos que alejan a este filme de lo construido por Chris Columbus.

Estilo renovado

La tercera entrega de la saga decide andar por un camino alternativo a lo visto en las anteriores. Chris Columbus optó por un acercamiento fiel a los libros, a una dirección focalizada en los personajes, su interacción y la distinción entre el bien y el mal. Sin embargo, Cuarón decide fabricar secuencias con una aproximación visual. Construye escenas con objetivos específicos que funcionan de forma independiente pero se resienten como adición a nivel global.

Si analizamos las escenas del filme por separado, existen un buen número de ellas que funcionan como alivio cómico o ejecución visual de una acción concreta, pero no suman a un todo como sí lo hacían La Piedra Filosofal y La Cámara Secreta. Cuarón quiere enriquecer un universo que ya lo es, y a veces lo siento forzado e innecesario. Os pongo algunos ejemplos para cimentar mi argumento.

En el inicio del filme vemos a Harry bajo las sábanas utilizando el hechizo “Lumos Máxima” para iluminar la habitación y estudiar los libros de magia. Cualquier fan de los libros sabe que el hechizo “Lumos” enciende la punta de la varita con una intensidad suficiente para leer con normalidad, así que “Lumos Máxima” no tiene ninguna utilidad en dicho contexto, excepto regalarnos un plano de hermosa fotografía y una excusa que posibilite un destello y nos presente el título del filme.

Otro ejemplo. Ron Weasley apoya su mano en la ventana del tren que les lleva a Hogwarts cuando dicho tren se frena a mitad de camino. Y su mano permanece pegada al cristal durante un largo rato, ya que Cuarón está buscando una imagen concreta: el enfriamiento gradual de dicho cristal debido a la aparición de los dementores. La postura de Ron frente al cristal es extraña, y permanecer de esa forma durante tanto tiempo se siente forzado y falso.

Esto ocurre constantemente en la película, es decir, licencias creativas que funcionan para que el director enfatice la cinta a nivel visual y estilístico. Y no lo considero una virtud propiamente dicha.

La ventaja de una premisa potente

Una de las grandes bazas de El Prisionero de Azkaban es su historia. Los viajes en el tiempo siempre han sido una pieza jugosa en cintas de ciencia ficción, y cuando son usados de manera adecuada, el cine nos regala joyas como Regreso al Futuro y Terminator 2. Cuarón parte de una base sólida con el texto de J.K. Rowling y construye un fantástico tercer acto donde observamos un sobresaliente uso de la geografía.

En todo momento sabemos dónde se encuentran los personajes de las distintas líneas temporales, el riesgo que implica cada movimiento y hacia dónde se tienen que dirigir para conseguir su objetivo final. El director mexicano encaja las piezas con mucha elegancia y la fluidez de este tercio de película es simplemente perfecta.

El uso del giratiempo también proporciona a Cuarón una herramienta con la que jugar a nivel visual, y usa transiciones geográficas atravesando relojes gigantes, enfatizando el sonido del péndulo, y rescatando escenas previas desde distintos puntos de vista para ubicar al espectador y dar unidad al relato.

Preciosismo vs. intimismo

Los dos primeros filmes de la saga se caracterizaban por un estilo intimista a la hora de profundizar en los personajes. Existía una constante interacción entre ellos, un uso más marcado del lenguaje corporal y las miradas para proporcionar más información al espectador. El Prisionero de Azkaban es 10 y 20 minutos más corta que las anteriores películas, respectivamente. Este hecho implica que Cuarón tiene (o usa) menos tiempo para analizar ideas y aportar matices, por lo que la cinta se siente más ágil pero menos equilibrada en el apartado emocional.

El director se apoya casi en su totalidad en Remus Lupin (un excelente David Thewlis) para pausar la historia y profundizar en los miedos de Harry y la amistad de Lupin con sus padres. Las escenas funcionan y se agradecen, pero Columbus sabía repartir esa responsabilidad en distintos personajes (Dumbledore, Hagrid, McGonnagall, Snape), provocando una sensación de mayor unidad.

Mi sensación general es que Alfonso Cuarón quiere ventilarse el primer acto lo antes posible porque realmente le interesan más los elementos fantásticos y sci-fi (el giratiempo, el hombre lobo, el hipogrifo). Y creo que cae en el error de su amigo Guillermo del Toro, cineasta que subordina principios narrativos a un estilo visual que parece tener más peso y atención.

Termino: ‘Harry Potter y el Prisionero de Azkaban’ es, probablemente, la película mejor dirigida de la saga, con una personalidad arrolladora, una fotografía preciosa y un tercer acto sobresaliente alzado por la brillante interpretación de Gary Oldman. Pero la historia se aleja de ciertas inercias cimentadas por Columbus que ayudaban a enriquecer la historia de manera integral. Su interés por crear imágenes poderosas le distancian de la calidez que desprendían las anteriores, otorgando al producto final un aspecto más estilizado, pero algo más frío.

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