
Enamorarse es, normalmente, un concepto que suele estar asociado a un contexto de humanidad, de seres vivos, de personas. Los contemporáneos románticos lo usan ahora para demostrar su admiración ante una canción, un cuadro, un equipo, un libro, o por supuesto, una película. Los síntomas son evidentes: repetición en bucle y de sentencia perpetua de su banda sonora días después de verla, memoria estancada en escenas concretas, corazón en proceso de recogida tras ser partido en mil trozos por un final perfecto, etc. Todo esto se cumple en una misma película, cuyo nombre y apellido es La ciudad de las estrellas (La La Land).
El nuevo trabajo del director llamado a marcar una época en Hollywood, Damien Chazelle, es una extraordinaria demostración de que sólo la música es capaz de someter el alma. Si en ‘Whiplash‘ exponía que la música era el instrumento de superación y por el que la existencia cobra sentido, en La ciudad de las estrellas (La La Land) plantea un paraíso de musicalidad y amor dibujado por una banda sonora que narra la película por sí sola. Justin Hurwitz, su compositor, entra en el olimpo de la perfección con un óleo de melodías, sonidos y canciones que tienen el poder de enamorar. Un catálogo de pura magia al servicio de Ryan Gosling y Emma Stone.
Chazelle, en lo que se puede considerar su doctorado en la industria por firmar un clásico instantáneo, solapa el logro musical con una dirección impecable. El realizador de Providence (Rhode Island) se muestra tan hábil en los movimientos de cámara cuando coreografías, bailes y canciones se suceden como soberbio en la quietud de los diálogos y planos de relieves. El montaje, fantasioso, recuerda al de aquella locura visual del primer acto de la versión de ‘El gran Gatsby‘ dirigida por Baz Luhrmann, pero más pasional y sentimental. La forma de contar el final es sencillamente prodigiosa, al desencadenar con unas teclas todo un sueño apresado que vuela libre.
Pero si a algo hay que atribuirle una cuota principal de éxito es al dúo protagonista. La química entre Ryan Gosling y Emma Stone es tan abrumadora, que su historia parece ser la del espectador. Stone, que jamás ha lucido tan preciosa, no sólo enternece como siempre, sino que asombra como nunca. Sobre ella recae un peso mayor en el acto más vibrante de la película, pero afronta el riesgo triunfadora y emocionante. El mejor papel de toda su carrera cinematográfica. En cuanto a Ryan Gosling, este es el fenómeno que nadie ve, un océano artistíco donde renacen juntos Fred Astaire, Thelonious Monk y Humphrey Bogart. Maravilloso su Sebastian, personaje que cualquier infeliz sueña con ser.
La ciudad de las estrellas (La La Land) es para los soñadores, por tontos y locos que parezcan, para los que aman y pierden, para los que sólo saben vivir si es con música, para los gustosos de colores y paisajes inolvidables. La ciudad de las estrellas (La La Land) es la película de toda una generación, un filme sin parangón del que se hablará en las enciclopedias del séptimo arte. Y lo más importante, es el caldo de cultivo del renacimiento de un género defenestrado. Una maravilla que homenajea de manera formidable a grandes clásicos como ‘Casablanca‘ o ‘Rebelde sin Causa‘, y a joyas modernas, como ‘Midnight In Paris‘. Una pieza de orfebrería para el estante dorado de Hollywood, un privilegio impagable.