
Todos los años en las nominaciones a los Oscar nos encontramos con alguna película que parece estar realizada exclusivamente para arrasar en estos premios. Este año hay unas cuantas, pero quizá el caso más alarmante sea el de ‘Lion‘, una película que difícilmente será recordada de aquí a unas semanas, o por lo menos, no de forma positiva. Cuenta la historia basada en hechos reales de Saroo, un niño que con cinco años se perdió en las calles de la ciudad de Calcuta, muy lejos de su pueblo natal. Tras las penurias que tiene que pasar sin casa y sin familia, es mandado a un centro de acogida de menores, donde finalmente será adoptado por una familia australiana. Veinticinco años más tarde, Saroo intenta buscar a su familia biológica a través de Google Earth.
El material de partida ya se presta a cierto maniqueísmo, pero ‘Lion’ excede ampliamente los límites éticos para conmover a toda costa. Desde el primer fotograma hasta el último, todo está al servicio de que el espectador se derrumbe, primero ante la penosa situación de los niños pobres en la India, y más tarde, ante la búsqueda años después de la familia biológica del protagonista.
Es cierto que durante la primera parte, encarnada por un estupendo Sunny Pawar, al menos es más fácil de obviar las situaciones forzadas que provocan con total descaro la lágrima fácil, pues el retrato de la realidad social de la India, aun repleto de lugares comunes y desde una mirada burguesa, consigue resultar veraz. Sin embargo, está repleta de momentos propios del melodrama más simplón y efectista, con un uso un tanto despreciable de imágenes falsamente bellas de niños sufriendo destinadas a la compasión de un público occidental.
La segunda hora, desgraciadamente, es mucho peor. Ya no se camuflan ciertos errores que podían pasarse por alto, sino que se acentúan más. Los personajes son meros títeres, sin ningún tipo de profundidad psicológica o evolución coherente en el relato. ¿Saroo nunca se había preguntado antes de dónde era su familia biológica? ¿Nunca le había preguntado a su madre adoptiva nada sobre por qué les adoptó? ¿De verdad nos tenemos que creer que por una diferencia mínima de pronunciación, el protagonista no encontró su pueblo natal antes?
Son demasiadas preguntas las que se le pueden achacar de ser poco creíble, pero la cartela al principio nos indica «basada en hechos reales», así que su director, Garth Davis, se escuda en eso para dar lugar a conflictos dramáticos que no tienen sentido que pasen con un Saroo rozando ya la treintena. Pero si no, los actores se quedarían sin sus ‘Oscar-clips’ y eso disminuye las opciones de nominación, y el espectador sin los momentos lacrimógenos que les harán sentir lástima y empatía por esta historia.
Davis utiliza los flashbacks de la forma más innecesaria y molesta posible: tratando al espectador como si fuera estúpido. Multitud de situaciones y diálogos explicativos pueblan la película hasta llegar a un final en el que ya no hay subrayados, directamente te lo gritan a la cara. Las cartelas finales explicando en tres líneas lo que acabas de presenciar durante dos horas, y un epílogo con imágenes de archivo acompañado de una canción enérgica y motivadora de Sia totalmente anticlimática, son ya la gota que colma el vaso. No se puede ser más rastrero. Y encima consiguiendo 6 nominaciones a los Oscar.