
El otro lado de la esperanza está escrita, dirigida y también producida por el finlandés Aki Kaurismäki. El que fuera un prolífico director allá por los años ochenta y noventa regresa triunfal después de seis años del estreno de su magnífica ‘Le Havre’ (2011). Y digo triunfal porque desde que se viera su última película en la Berlinale y ganara el Oso de Plata al Mejor Director no ha parado de cosechar elogios generando cierta expectación entre sus seguidores.
La película cuenta dos historias que se cruzan. La primera habla de Khaled (Sherwan Haji), un joven refugiado sirio que ha perdido a toda su familia y que pide asilo en Helsinki sin grandes esperanzas. La segunda gira en torno a Wikström (Sakari Kuosmanen), un comercial de ropa que abandona su profesión y acaba comprando un restaurante en una zona poco frecuentada.
Kaurismäki filma las conversaciones entre los personajes con una simplicidad arrolladora, con un marcado acento minimalista y un fuerte deseo de encontrar el tono justo que le permita mezclar drama y comedia. A pesar de su austeridad, desborda brillantez y acaba esquivando hábilmente los tópicos que suelen rodear las películas que abordan la inmigración. Aquí el racismo se presenta en sus diversas modalidades, pero también vemos la bondad en su estado más puro. Lástima que hasta avanzada la segunda mitad el filme no se crucen las vidas del comercial finés con la del refugiado sirio, ya que ahí es precisamente donde reside el milagro de esta historia.
Rasgos característicos que elevan la propuesta son su peculiar estética, una extraordinaria fotografía con una dominante fría y la fina ironía y humor nórdico que se deja entrever en algunas de sus escenas. Y como hilo para enlazar acciones tan diversas, el cineasta finés recurre a la música, cuya presencia en numerosos momentos del metraje no eleva una temperatura emocional ya marcada por lo inexpresivo, sino que incluso llega a rebajar la atención sin subrayado alguno.
Excepcional la manera hacia dónde se ha movido la película camino del desenlace. El embarazoso ejercicio de credibilidad del final es admirable consiguiendo que el resultado acabe siendo una dura, pero entrañable lección de cine. Kaurismäki vuelve a brillar en toda su plenitud en una película que sintetiza lo más simple y lo más complejo del destino y la condición humana. Y todo con la dosis justa de realismo y sin moraleja.
Concursa en la sección oficial del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria y para quién firma esta crítica es merecedora a ganar esta 17ª edición. Méritos no le faltan.