
Quién iba a pensar cuando se estrenó King Kong en 1933 que se convertiría en una de las películas míticas de la historia de Hollywood. En cierto modo, el padre de ‘Lo que el viento se llevó’ (1939) lo fue también de King Kong, ya que el productor David O. Selznick fue quien al hacerse cargo de la dirección de RKO en 1931 puso orden a una serie de proyectos de donde saldría la génesis definitiva de King Kong.
La publicidad de la época anunciaba a King Kong como «la película que asombrará al mundo». No se equivocaron. Con un interesante y austero guión, basado en una idea de Edgar Wallace, y con cierto aire documental, la película se iba a rodar en escenarios naturales de África y se realizó finalmente en los estudios RKO aprovechando, además, decorados de otras películas rodadas allí anteriormente. La magia de unos efectos especiales casi artesanos, pero realizados con grandes dosis de imaginación, permitió reconstruir en unos estudios de California la increíble odisea de King Kong.
Otro componente decisivo para conseguir la gran espectacularidad de la película fue su banda sonora. Murray Spivack, un especialista en la materia, registró rugidos de diversas fieras en el zoológico para dotar a King Kong de un complemento sonoro que estuviese a su altura. En cuanto a la música, también fundamental, corrió a cargo del prestigioso compositor Max Steiner.
Un mito para una época
Un proverbio árabe que precede a las primeras imágenes del filme advierte: «La Bestia miró a la Bella y aquel día no mató. Pero desde entonces fue como si hubiese muerto». Resulta evidente, por lo tanto, que los guionistas de King Kong invocaron explícitamente al mito ancestral de la Bella y la Bestia como punto de partida para una ficción donde una hermosa muchacha y un gigantesco gorila encarnan los respectivos papeles de la tragedia.
Por otra parte, no fue una casualidad que el filme se realizase en 1933, justo cuando Estados Unidos atravesaba las peores consecuencias del crack del 29. Para los miles de parados de aquella época, King Kong encarnaba al monstruo de la Depresión, una pesadilla del subconsciente que era necesario eliminar, sin reparar entonces en que, unas décadas más tarde, sería reivindicado como un símbolo de transgresión social. King Kong trasladó el pánico cotidiano frente al paro o la miseria hacia un universo fastástico que también albergaba otras pulsiones del subconsciente. La película reflejaba al cineasta que pretende captar con el objetivo de su cámara un mundo irracional y salvaje para someterlo a los tabúes de una civilización inevitablemente destructora y castrante.
La construcción del monstruo
A pesar de la responsabilidad colectiva en la creación de King Kong, la película no habría podido materializarse sin la contribución de Willis O’Brien. Este escultor y diseñador de origen irlandés era un apasionado de la arqueología y la paleontología. Su experiencia en la reconstrucción de maquetas para museos de historia natural fue decisiva para desarrollar una técnica de efectos especiales para esta película. Se construyó un gorila de peluche que no medía más de medio metro y que estaba formado por un armazón de metal recubierto de piel de conejo para las escenas globales, y diversas partes del cuerpo de gran tamaño para los planos cortos.
El brazo y la mano articulables que debían sostener a Fay Wray medían dos metros y medio de largo y eran capaces de elevarse hasta tres metros de altura. La cabeza y la parte superior del tórax, tal como aparecen en los primeros planos, fueron construidas con madera, alambres y tela recubiertas de caucho y pieles de oso. Mediante un dispositivo de aire comprimido accionado por tres hombres ocultos en su interior, el gorila podía abrir la boca hasta una anchura máxima de casi dos metros y también mover los labios, la nariz y los ojos con una convincente sensación de realismo.
En la célebre secuencia del Empire State era la pequeña marioneta la que trepaba mediante alfileres adheridos a la maqueta del rascacielos. Los aviones que aparecían eran reales, aunque también se usaron modelos reducidos y la caída del gorila fue rodada a cámara lenta para aumentar su verosimilitud.
Los hijos de King Kong
La dinastía del «rey» Kong cuenta con una prolífica descendencia. Los propios artífices del éxito original lo explotaron personalmente y, mientras Ernest B. Schoedsack realizó ‘El hijo de Kong‘ en 1933, Merian C. Cooper rodó ‘El gran gorila‘ en 1949. En la primera reaparecía el personaje del cineasta que regresó a la misma isla remota y encuentra al hijo del gorila, al tiempo que debe enfrentarse a diversos peligros de la naturaleza, mientras que la segunda se apartaba ya del esquema original.
En 1976, por iniciativa de Paramount y del productor italiano Dino De Laurentis, se llevó a cabo un remake de la originaria King Kong. La nueva versión actualizó algunos elementos argumentales (ya no se trataba de una expedición cinematográfica sino petrolífera) y técnicos. La actriz Jessica Lange emuló a Fay Wray en su particular recreación del mito de la Bella y la Bestia, pero ni el presupuesto invertido en su producción ni los sofisticados efectos especiales del remake pudieron repetir la fascinación poética que contenía la primera versión.
Años después llegarían la deplorable ‘King Kong 2‘ en 1986, que llegó a estar nominada a los premios Razzie a los peores efectos visuales. Afortunadamente se ha recuperado con dignidad al mito con películas como ‘King Kong‘ (2005) dirigida por Peter Jackson e interpretada por Naomi Watts y en menor medida, ‘Kong: la isla calavera‘ con Tom Hiddleston y Brie Larson, llegó a ser una película entretenida y respetuosa con el personaje.