François Ozon, uno de los directores franceses mas prolíficos y que goza de mayor prestigio actualmente, presentó en la sección oficial del pasado festival de Cannes ‘El amante doble‘, su decimoctavo largometraje. Muy alejado del estilo elegante y sobrio de ‘Frantz’, su anterior trabajo, la película pone su foco principal en una joven mujer psicológicamente inestable y con fuertes dolores de estómago que acude a un psicoterapeuta. Acaba enamorándose de él, pero cuando se van a vivir juntos, ella descubre que este le ha ocultado parte de su identidad, y comienza a obsesionarse con esa idea.

La imagen con la que abre el filme, un plano detalle desde el interior de una vagina, ya es toda una declaración de intenciones. No hay cabida para la sutileza, todo en ‘El amante doble‘ pretende ser salvaje, loco y morboso, y en varias ocasiones, consigue atraparte en la perturbadora atmósfera que va creando. Es tan fina la línea que separa lo sexy de lo vulgar, y Ozon juega siempre en el borde de lo grotesco, que a veces la traspasa.

La irregularidad de la propuesta es inevitable, pero el guion mantiene un nivel aceptable durante los dos primeros actos. El tercero desgraciadamente no se sostiene y tira por tierra prácticamente cualquier aspecto interesante anteriormente construido. Todo se convierte en un disparate autoparódico, y el espectador se da cuenta de que realmente la película es bastante estúpida. Sin embargo, se agradece ver a Ozon haciendo lo que le da la gana, totalmente libre de ataduras narrativas. Además, no se puede negar que su película, pese a todo tiene cierto encanto.

Marine Vacht, que repite con Ozon tras ‘Joven y bonita, capta bien la esencia frágil de su personaje, al igual que Jérémie Renier en su papel de amante doble. Ambos realizan interpretaciones sólidas, especialmente ella en un personaje complejo y atormentado.

En el aspecto formal, el director opta por un abusivo uso de los espejos y de los reflejos, otorgandoles a los personajes una doble presencia en el plano. Así, a lo largo de todo el metraje reincide en la idea de la dualidad del ser y juega con la confusión de la protagonista y de los espectadores hábilmente. Como en todo su cine, siempre utiliza reiterativamente recursos visuales para lograr transmitir sensaciones, como por ejemplo, los cambios cromáticos en ‘Frantz‘.

En el caso de ‘El amante doble‘ sí logra crear ese efecto buscado de desasosiego, aunque en ocasiones se exceda siendo demasiado obvio (defecto también habitual en la filmografía de Ozon). El mayor logro a nivel narrativo causado por la característica formal de duplicar a los personajes se da en una escena de sexo que consigue ser sexy y a la vez angustiosa, mezclando miedo y deseo de forma admirable, dejándonos un momento digno de los mejores sexy thrillers.

Es difícil rendirse ante ‘El amante doble’, ya que nunca deja de ser algo más que una especie de juego que se ha permitido su director. En algunas secuencias puede sorprender e incluso provocar admiración, y en otras es para echarse las manos a la cabeza. Un absoluto delirio marca de la casa, Ozon en estado puro y sin filtro alguno.

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