
Resulta muy estimulante llegar a la certeza después de 16 años de su estreno, que ‘La pianista‘ pueda estar entre lo mejor de la filmografía de Michael Haneke. La séptima película del cineasta austriaco, después de haber dirigido ‘Funny Games’ (1987) y ‘Código desconocido’ (2000), es la adaptación cinematográfica del libro homónimo escrito en 1983 por la escritora austriaca Elfriede Jelinek, premio Nobel de Literatura en 2004.
La película, ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes, triangula sobre las relaciones que se establecen entre una madre y su hija y entre esta y su alumno de piano, para mostrarnos sin pudor alguno las obsesiones y patologías sexuales de una profesora esclavizada por la música y su progenitora.
Declaración de intenciones
Ya en la escena inicial de la película se plantea la relación entre madre (Annie Girardot) e hija (Isabelle Huppert). Antes de que se inicien los títulos de crédito iniciales, y durante casi ocho minutos, Haneke nos descubre el enfermizo comportamiento que hay entre estas dos mujeres y nos descubre una relación materno-filial al límite marcada por una dicotomía de amor y odio.
Ya desde el comienzo se respira una atmósfera asfixiante y ciertamente inquietante, donde se deja entrever el carácter dominante, controlador y protector de una madre con diálogos del tipo: «Debería cortarte las manos, pegar a tu propia madre«. Frase cargada de gran simbolismo, sabiendo que Huppert interpreta a una profesora de piano. Asimismo contemplamos atónitos como comparten la misma cama y se revela también la exigencia profesional por parte de la madre: «Nadie debe superarte, hija mía«, que deja entrever a una virgen sacrificada por el arte que ha renunciado a su vida, tanto personal y sentimental como sexual.
Isabelle Huppert, la oportunidad de brillar con Haneke
A medida que comienza la película entra en acción Walter, el tercer personaje, interpretado por Benoît Magimel, un joven de clase acomodada que acabará siendo alumno de la profesora de piano Erika Kohut, a la que da vida de manera extraordinaria Isabelle Huppert, en su primer trabajo cinematográfico con Haneke.
La mirada hierática e intimidadora de Huppert en primeros planos es arrolladora. Sus ojos se clavan como cuchillos en la retina del espectador. Haneke logra sacar lo mejor de la actriz francesa y aguanta los planos sin que pierdan fuerza expresiva.

‘La pianista‘ plantea la historia entre alumno y profesora con roles intercambiables, pasando de dominante a dominado. En el conservatorio dando clases domina ella y fuera de clase se intercambian los roles a lo largo de la historia, llegando Walter a dominarla en el final de la película. Él le llega a decir: «Sacrificas el amor por estar con mamá» o «Toses tanto porque te reprimes«. Y en la misma escena en clase de piano, Erika define su personalidad rotundamente: «No tengo sentimiento Walter. Métetelo en la cabeza. Y aunque algún día los tenga nunca triunfarán sobre mi inteligencia«.
Erika lleva una doble vida a escondidas de su madre. Hay una escena dentro de la cabina de un sex-shop realmente reveladora sobre su manera patológica de vivir su sexualidad, al igual que la secuencia en el autocine donde saca a relucir su lado voyeur al observar sin ningún tipo de tapujos a una pareja que hace el amor en un coche. Se le ve disfrutar con el momento hasta el punto de producirle una incontinencia urinaria. Esto la hace también una mujer distinta, porque el derecho de mirar es exclusivamente masculina.
El personaje interpretado por Huppert encuentra un refugio en autolesionarse para suplir su vacío existencial. El masoquismo para evadir un malestar emocional, representando sentimientos de odio o rechazo hacia uno mismo. Un retrato del estilo de vida burgués de la clase acomodada vienesa, donde todavía hay cabida a los recitales privados de piano y a todo tipo de secretos inconfesables.
La pianista, una película de culto
La película cuenta con unos diálogos transgresores que tratan con inteligencia al espectador, a lo que ayuda una austera, pero exquisita puesta en escena, así como unas interpretaciones magistrales. Sin lugar a dudas, en ‘La pianista’ hay elementos de sobra que la convierten en una obra maestra. Se trata de esas películas capaces de explorar sin tabú alguno los límites de la maldad y la perversidad sin compasión alguna. También del sexo, del dolor y de las fantasías y todo ello sumido en un inquietante y perverso juego.
Y aflora por el metraje del filme el dolor, la soledad, la humillación y hasta la locura. Una película que daría para un estudio freudiano sobre la madre castradora y la represión. Lo que Verhoeven consigue con Huppert en ‘Elle‘ ya no lo había logrado Haneke a su manera en 2001 con ‘La pianista’.
La belleza y la sordidez van de la mano de la música de Franz Schubert y también de Schumann, Chopin y Bach, que completan una banda sonora que aporta más que acompaña. Su honestidad y valentía la convierten en una película de culto y me atrevo a decir en la mejor de su trayectoria como cineasta, con permiso de ‘Amor‘ y ‘La cinta blanca’.
Un final que marcará el estilo posterior de Haneke y donde cada cual deberá interpretarlo a través de lo mostrado. El arte como fondo y explorando de manera transgresora, como debe ser, las facetas más oscuras y a veces monstruosas de la naturaleza humana.