
‘La cruz de hierro‘ puede dar la impresión a priori de ser una película más de la Segunda Guerra Mundial, pero según van transcurriendo los minutos, parece innegable que está en el «olimpo» del mejor cine antibelicista. En ella, se combina perfectamente las buenas escenas bélicas de gran realismo, con una inteligente crítica a la guerra en el amplio sentido de la palabra.
El cineasta Sam Peckinpah se embarcó en la dirección de esta película en 1977, seis años después del éxito de ‘Perros de paja‘, con un escaso presupuesto, carente del material idóneo y con multitud de contratiempos en su rodaje. Todo apuntaba a un fiasco y no tuvo buena acogida sobre todo por el público estadounidense, pero el excéntrico director logró la magia con un argumento bien ambientado y una excelente fotografía. Fue elogiada en su momento por el inigualable Orson Welles y el tiempo le dio la razón como los buenos vinos.
El comienzo de ‘La cruz de hierro’ se funde con imágenes verídicas utilizadas para los títulos de crédito y enseguida nos ubica en el contexto de forma visual. Frente del este en el año 1943, Rusia. Un batallón de soldados alemanes liderado por el todavía cabo Steiner (James Coburn) se adentra en posiciones rusas para aplacar una posible ofensiva. De todas esas unidades destacadas está al mando el coronel Brandt (James Mason), un alto oficial resignado en que la derrota está cerca y ve un sinsentido el seguir combatiendo en un escenario tan hostil.
De repente reciben la llegada del capitán Stransky (Maximilian Schell), un militar sin escrúpulos de la vieja aristocracia prusiana, cuyo principal objetivo es conseguir la cruz de hierro por ego y prestigio social. Steiner se presenta al nuevo capitán y es ascendido a sargento, desde el primer instante las desavenencias personales entre ambos son evidentes.
La película delimita de forma clara los roles de cada personaje. Además, posee buenos y entretenidos momentos de acción, no carentes de cierta violencia, siendo un sello inconfundible en la filmografía de Peckinpah. Es reseñable la casi ausencia de connotación política, tampoco se hace distinción entre buenos y malos. Lo relevante es la faceta humana, personas con miedos y sentimientos inmersos en toda aquella vorágine.
El sargento Steiner está lleno de empatía, compasión y de sentido común ante la barbarie. Solo tiene un propósito, lograr la supervivencia de unos hombres para que vuelvan a casa, anteponiendo hasta su propia integridad. Él abomina la violencia y lo que representa su uniforme, pero a pesar de esta paradoja posee las más altas condecoraciones de héroe y es considerado un mito. Sus compañeros lo ven como la única esperanza para seguir con la moral alta, incluso respetado y admirado por su superior, el coronel Brandt.
La película está llena de excelentes diálogos con una profundidad que va más allá de la mera crítica a la guerra, es simplemente un reflejo de la sociedad en sí. Rolf Steiner es el valedor de los nobles principios, la justicia y ética en pro de una convivencia mejor, en contraposición está la sinrazón y bajeza moral que representa el capitán Stransky. Sam Peckinpah en su primera y única incursión en el cine bélico, logró una más que notable película de acción, con un importante cariz antibélico. Incluso acertó de pleno con James Coburn como protagonista. A día de hoy no tiene nada que envidiar a la más actual película de su género, no defraudando al espectador.