
¿Alguna vez cogiste una cámara con un par de amigos, y decidisteis hacer un cortometraje por pasar el rato, o por las risas viéndolo después? Pues enhorabuena, por que has captado a la perfección uno de los sentidos originarios del cine, la expresión. Si quitamos la intención artística y el entretenimiento, la función primaria siempre fue, y siempre será, el hecho de ser un vehículo para poder expresarse. Aunque sea una tontería, aunque carezca de trascendencia, no importa. Comunicar tus pensamientos al resto del mundo, esperando (o no) una eventual respuesta. A fin de cuentas, somos seres sociales, algo que sabe muy bien Michel Gondry.
Michel Gondry (‘¡Olvídate de mí!’, ‘Human Nature’ o ‘El avispón verde’) decide homenajear a ese sentimiento en su película ‘Rebobine, por favor‘ (2008), una auténtica declaración de intenciones fotograma a fotograma. La acción se centra en sus dos protagonistas, Jerry (Jack Black) y Mike (Mos Def), que tras borrar accidentalmente todas las cintas VHS del videoclub en horas bajas del señor Fletcher (Danny Glover), deciden reponerlas, con la ayuda de Alma (Melonie Diaz), grabando sus propias versiones. Sus reinterpretaciones de grandes títulos como ‘Los Cazafantasmas’ u ‘Hora Punta 2’, en las que abundan el cartón y la improvisación, gozan rápidamente de popularidad entre la comunidad, y deciden seguir con sus “suecadas”, para evitar con las ganancias que el local sea derruido.
Surge así una suerte de ópera bufa, una comedia inofensiva que muestra un profundo amor por el cine, y de sus posibilidades como medio para unir a las personas. Si bien su humor no es siempre efectivo, ni todos sus elementos funcionan igual de bien, es indiscutible el cariño con el que está hecha, y como tanto sus personajes como su propia identidad compensan sobradamente sus puntos flacos.
Este artículo revela a partir de aquí detalles de la trama de ‘Rebobine, por favor’.
El mundo de ayer: videoclubs, piratería y Netflix
Los videoclubs son casi una reliquia de la era pre-Internet, el símbolo de una época donde no existían ni la disponibilidad inmediata, ni los catálogos eternos, ni las multiplataformas. 600 locales en 2016 todavía resistían, irreductibles, al invasor, pero es evidente que como negocio su futuro es más bien sombrío: la piratería audiovisual, y los servicios de streaming como Hulu o Netflix les arrebatan demasiada clientela. Lo mismo pasa con el VHS, formato condenado a muerte por los refulgentes DVD y Blu Ray, tras haber librado una ardua batalla contra el betamax en la segunda mitad del siglo pasado.

Michel Gondry, quizá viendo lo que se avecinaba (la película es de 2008), decidió homenajear ambas cosas: el mismo título es una de esas advertencias de rebobinar la cinta antes de devolverla. El destartalado local del señor Fletcher está lleno de cintas VHS, y no hace mucho dinero, pero a cambio es un elemento importante de la comunidad, ya que provee a sus vecinos de películas, desde a la señorita Falewicz (Mia Farrow), que insiste en ver ‘Paseando a Miss Daisy’, hasta los pandilleros que quieren alquilar ‘El Rey León’ y ‘Los Cazafantasmas‘.
Mientras el anciano decide investigar las tácticas mediante las cuales sobreviven las grandes marcas de alquiler (como Blockbuster, en los EE.UU.), tales como reducir el catálogo de clásicos y centrarse en los estrenos, Mike, Alma y Jerry con sus suecadas consiguen implicar a todo el barrio, para que participen en sus propias producciones. Es una crítica velada a convertir el videoclub es algo homogéneo y frío, en vez de aspirar a conformar un centro de la cultura local.
Pero los dardos no finalizan ahí, porque el director también tiene unas palabras para la industria del cine actual, a la que no le hace mucha gracia esa idea de retocar o modificar sus productos, que encima son carísimos, y sin que ellos huelan ni un centavo. Unos agresivos ejecutivos de Hollywood (con un cameo de la mismísima teniente Ripley, Sigourney Weaver) clausuran el floreciente negocio de las suecadas, les multan con una suma astronómica, y destrozan todas las copias con un bulldozer. En definitiva, un uso de las políticas de copyright que origina situaciones abusivas e injustas, en pos del beneficio económico.
Incluso tiene un momento para criticar el whitewashing (actores blancos interpretando a personajes de otras razas), que en películas actuales como ‘Ghost in the Shell‘ o ‘Death Note’ sigue siendo un asunto de debate.
La expresión, o de cómo hacer una película (y no morir en el intento)

Llegado cierto momento del filme, todos los habitantes del barrio se sienten partícipes en la elaboración de las suecadas, asumiendo roles en sus producciones favoritas, o preparando los “efectos especiales” y el atrezzo. Pero esa colaboración llega al siguiente nivel cuando, en un intento desesperado por salvar el negocio de Fletcher, todos colaboran para realizar un largometraje sobre la vida del pianista Fats Waller, nacido en el edificio del videoclub (lo que resulta ser falso). Pese a que el esfuerzo queda en vano, ya que no reúnen el dinero para poder evitar el desalojo, pero en cambio experimentan una experiencia conjunta, viendo en una pantalla el fruto de todo el trabajo. Se dan cuenta, al final, que también en la calle se ha disfrutado de la película, y una multitud reconoce su valor, con un aplauso ¿final?
Aplauden a una expresión, nacida de la necesidad, pero en la que se inviertieron todos los recursos disponibles, movilizando a gente de diverso carácter. Michel Gondry consigue un alegato en favor de la capacidad del cine para unir a las personas, precisamente en los inicios de una era de personalización de los contenidos e individualización de la experiencia cinematográfica.