
Una de las cosas por las que siempre preguntaba (y pregunto) a mi abuelo era por cómo se sintió cuando fue testigo de grandes acontecimientos históricos. Entre otros, me habló del miedo que pasó cuando el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear, durante la Crisis de los Misiles cubanos. O de la impresión cuando la Unión Soviética, país que había sido uno de los protagonistas fundamentales del siglo XX, se derrumbó a inicios de los noventa. Pero lo que más le sorprendió, sin duda, fue el avance tecnológico: en sus más de ochenta años de vida vio cómo el televisor se hacía más grande y el teléfono más pequeño, pudo contemplar la expansión mundial de Internet, entre otras cosas que parecerían poco menos que magia cuando él era niño.
Sobre la misma cuestión meditaba un anciano mientras contempla a sus nietos abriendo los regalos de Navidad, en una de las primeras escenas de la película: “Quisiera ver las maravillas que ellos verán”, musita, soñando con los caminos por los que avanzará el progreso. Esta película bebe de esa sensación, que a fin de cuentas es la misma que propició el surgimiento mismo de la ciencia-ficción como género; ese deseo de conocer lo que vendrá inspiró tanto a Asimov como a Dick, a Clarke como a Bradbury. No por nada el guión del film es de H. G. Wells, escritor de La máquina del tiempo, La guerra de los mundos, o La isla del doctor Moreau, adaptando su novela The Shape of Things to Come.
Ésta no es una película que destaque por su reparto, ni por lo complejo de su trama. Sobre todo, merecen remarcarse sus efectos especiales (impresionantes, teniendo en cuenta el año) y su mensaje, un alegato en favor de la paz y el uso benéfico de la tecnología, antes de que la Humanidad cayese en una época de barbarie y violencia… apenas unos meses antes de la guerra más destructiva de toda la historia.
A partir de aquí se revelan detalles de la trama

War. War never changes: dichas y desdichas del futuro
‘La vida futura’ (Things to Come) se puede dividir en tres partes claramente diferenciadas:
Primera parte: 1940
El futuro cuando se estrenó el filme (1936, 1933 la novela) en la ficticia urbe de “Everytown”. La amenaza de una guerra en Europa parece no empañar las fiestas navideñas, pues más allá de los amenazadores avisos de los periódicos y la propaganda, los habitantes de la ciudad ultiman sus compras, van a los espectáculos y cotillones, los vendedores se afanan en vender el género, hay cánticos… no parece que vaya a pasar algo, más allá de soportar a un pariente pesado en la cena, o soportar un berrinche por un mal regalo.
Pero mientras John Cabal (Raymond Massey) disfruta de la fiesta con su familia e invitados, aunque sin dejar de sentirse inquieto por la situación, ve sus temores confirmados cuando reciben la noticia del inicio de la guerra. Le movilizan, y el ejército toma el control: se acabó la estampa navideña, llegan el armamento y la soldadesca, los ataques aéreos y el miedo. Everytown queda devastada tras un bombardeo, y entre las ruinas reposan los cadáveres, y caminan cojeando los heridos.
Cabal es ahora un aviador, y en pleno combate derriba un biplano enemigo. Aterriza, y sin dudarlo intenta salvar a su tripulante herido. Pero una nube de gas tóxico se acerca, y el piloto herido renuncia a su máscara para dársela a una niña, y que pueda huir con John. Mientras ve su final acercándose, reflexiona amargamente sobre el absurdo de la guerra, de cómo había matado a tanta gente con el gas y, al mismo tiempo, había aceptado morir por su propia arma con tal de salvar a quien, en principio, tenía coartada moral para asesinar.
Pasan los años, y las décadas, el conflicto se recrudece. Las ciudades son cementerios, el mundo un gigantesco páramo. El enemigo usa una última arma a la desesperada, “la enfermedad errante”, que termina por matar a millones de personas, y sumir aún más en las tinieblas a los supervivientes de la catástrofe. La civilización queda completamente arrasada.
Segunda parte: 1970
Los remanentes de la antigua población de Everytown viven en la miseria, con el constante miedo a la plaga. Los intentos del doctor Edward Harding (Maurice Braddell) y su hija por hallar una cura son inútiles, pero el agresivo Rudolf (Ralph Richardson) decide cortar por lo sano, y eliminar el contagio matando a todos los infectados. A costa de renunciar a la civilización y su moral, la situación parece estabilizarse.
Poco a poco, va surgiendo una sociedad entre los edificios demolidos de la ciudad, dominada por Rudolf, ahora llamado “el Patrón”. Desde su puesto de caudillo local, sueña con tener sus aviones operativos (los que sobrevivieron a la Gran Guerra) para sus fantasías expansionistas. Pero un individuo aparece en un aeroplano funcional, que se resulta ser un John Cabal envejecido, asegurando ser el representante de un gobierno de mecánicos e ingenieros («Alas sobre el mundo»), dispuestos a crear una civilización basada en la razón y la ciencia.
Cabal es detenido, y luego obligado por el Patrón a reparar aviones con el mecánico Richard Gordon (Derrick De Maney) y el doctor Harding. Pero consiguen ponerse en contacto con el gobierno de «Alas sobre el mundo», quien pone fin al pequeño reino de Rudolf mediante el «gas de la paz», una sustancia somnífera. Finaliza con una proclama del mismo Cabal, llamando a terminar con la barbarie y los resquicios de militarismo y bandidaje, así como usar la ciencia y la tecnología para aprovechar los recursos naturales y crear un mundo mejor:
«Ojalá pudiera ver a los hijos de nuestros hijos en este mundo que ganaremos para ellos. Pero en ellos, y a través de ellos, viviremos de nuevo.»
Tercera parte: 2036
Las promesas no cayeron en saco roto, y la Humanidad ha alcanzado cotas de progreso impresionantes. Ciudades limpias y tecnológicamente avanzadas, dotadas de toda clase de comodidades. Un consejo de tecnócratas, presidido por un descendiente de John Cabal, dirige los destinos de la urbe al tiempo que preparan un ambicioso experimento: un cañón que envíe a una pareja de astronautas hacia la Luna.
No todos están contentos con la situación, y se forma un grupo de descontentos alrededor del elocuente Theotocopulos (Cedric Hardwicke), quien reclama un alto en el avance, y desea que la sociedad se centre más en la búsqueda de la felicidad que en lo que dicten los científicos. Inspira una suerte de «contrarrevolución», alimentada por el deseo de tranquilidad.
El descontento se transmuta en turba enfurecida, dispuesta a arrasar con el cañón. Pero demasiado tarde, ya que los astronautas Maurice Passworthy (Kenneth Villiers) y Catherine Cabal (Pearl Argyle) consiguen embarcar, y despegar. Mientras contemplan el firmamento, los padres de ambos conversan sobre el porvenir de la especie, chocando sus propios caracteres. «El hombre no tiene reposo, y debe continuar, conquista tras conquista. Primero este planeta con sus vientos y olas, y todas las leyes de la materia que lo limitan; luego, los demás planetas; y por fin, hacia la gran inmensidad, hacia las estrellas.»
«Y una vez que haya conquistado todo el espacio y todos los misterios del tiempo, todavía será el comienzo.»

La gran aventura de la Humanidad
‘La vida futura’ es una película de ciencia-ficción postapocalíptica, en la que la sociedad degenera hasta niveles medievales por culpa de la guerra y las armas químicas. A través de la violencia se articula un precario orden, y la ley del más fuerte se instaura hasta que florece un gobierno racionalista y utópico, pero en cierta manera alejado de los deseos de la población. A pesar de todo, resulta un retrato bastante optimista de nuestro futuro, y demuestra una enorme fe en los seres humanos.
Me explico: ‘La vida futura’ es una película profundamente humanista, y reitera constantemente la capacidad de las personas para recuperarse y avanzar, más allá de sus errores. A pesar de los conflictos bélicos, las armas mortíferas, el matonismo político, la intolerancia y el miedo, el deseo de ir adelante y desentrañar los misterios de la existencia permanece.
Tampoco es una cinta tecnófoba, en el sentido de que pone a la ciencia y a la tecnología como elementos neutrales y completamente dependientes de la actitud humana. Si se le da un mal uso tiene efectos perjudiciales, pero si se utiliza con buen fin, iguales serán las consecuencias: el Patrón quiere aviones y armas químicas por un deseo de conquista y belicosidad, mientras que Cabal desea los aviones y la tecnología para mejorar la vida de sus semejantes. Es igual con los debates de hoy en día respecto a la energía nuclear o la ingeniería genética, ya que ambas podrían ayudar a resolver grandes problemas, pero al mismo tiempo alimentar o crear otros peores, en función de cómo se utilicen.

Wells tampoco cae en la utopía, y sabe que incluso con grandes niveles de progreso, la naturaleza humana puede volver a sacar su cara más oscura una y otra vez. Pero tiene esperanza en que siempre se podrá avanzar, y crear un futuro más brillante, mediante el raciocinio de las personas. Las películas posteriores de la misma temática se han aproximado a la propuesta con un mayor cinismo, ampliando la ambigüedad de sus personajes, y enfocándose más en el mundo devastado (‘Mad Max‘, ‘El libro de Eli’, ‘Blade Runner’). Pero siempre nos quedará esta propuesta, para viajar hacia tiempos más soñadores e idealistas.