
‘El tercer asesinato‘ supone un giro radical en la filmografía de Hirokazu Koreeda. El director japonés, abandona la temática familiar e intimista que ha abordado en todas sus obras anteriores para abrazar de lleno un género hasta ahora inexplorado para él, el thriller. Sin embargo, poco o nada tiene que ver con una película convencional de asesinatos y juicios.
Koreeda no renuncia a su particular estilo ni a su siempre sensible búsqueda de poesía en cada imagen. Gracias a ello encontramos en el filme algunas secuencias de gran fuerza estilística, como la que inaugura la película en la que vemos -acompañado de la preciosa música de Ludovico Einaudi- cómo un hombre asesina brutalmente a otro. A partir de ahí seguiremos a Shigemori, un abogado que defiende a Misumi, quien ha sido acusado de robo con homicidio y que ya fue condenado hace treinta años por otro crimen que cometió. El acusado admite ser culpable del crimen, pero a medida que el abogado va investigando su caso, comienzan a asaltarle las dudas sobre la inocencia de su cliente.
El cineasta japonés propone un ejercicio cinematográfico difícil de seguir, pero con los suficientes alicientes para que el espectador sea recompensado de forma intermitente. Propone un juego interesante y plantea un estudio complejo sobre la búsqueda de la verdad y el concepto de justicia. El problema es que conforme avanza, la película se enmaraña en un ritmo excesivamente sosegado y un tono más acorde a los habituales dramas familiares del director (véase ‘Después de la tormenta‘) que a un drama judicial, lo que impide una necesaria fluidez narrativa.
Koreeda expone una suerte de puzzle al que no siempre es sencillo encontrar las piezas, y por ello quizá puede llegar a ser exasperante en algunos momentos. No obstante, está escrita con la inteligencia suficiente para conseguir interesar con lo que narra, pese a la indudable irregularidad de la propuesta.
Aunque filmada de manera elegante y sobria, ‘El tercer asesinato‘ resulta morosa y confusa, especialmente durante sus dos primeros actos. El tercer acto, por fortuna, consigue levantar lo anterior con una inteligente reflexión de los temas expuestos a lo largo de todo el metraje, cerrando la película en alto.
Es posible que sea el trabajo menos logrado del cineasta, pero tampoco es desdeñable. Es de apreciar que Koreeda haya tomado el riesgo de salir de su zona de confort aunque el resultado no haya sido el ideal.