
Conocido es el afecto de Guillermo del Toro por los criaturas monstruosas y su notoria predilección por los héroes inocentes y solitarios. Pues bien, el cineasta mexicano urde en su décimo largometraje un atrevido romance entre ambos en ‘La forma del agua’, una fábula narrada con aroma clásico y notable brío visual, cuyos referentes más evidentes van de clásicos del horror europeo como Cocteau o Tourneur, a las célebres monster movies de la factoría Hammer.
La película que nos ocupa, ganadora del León de Oro en Venecia y candidata a 13 premios Oscar, se sustenta sobre dos mimbres principales: un esmeradísimo diseño de producción que nos conecta de inmediato con el aroma de los grandes clásicos, y una galería de personajes pintorescos que orbitan en torno a una fascinante heroína: una limpiadora muda (soberbia Sally Hawkins) que se enamora de una misteriosa criatura anfibia capturada por los servicios secretos para ser analizada.
El reconocible universo fantástico de Del Toro está presente en cada esquina del relato, siendo quizá ‘El laberinto del fauno‘ la pieza más afín a esta de cuantas componen su filmografía anterior. En ambas, asistimos a la irrupción del fantástico en la cotidianeidad anónima de un pasado conocido (en aquella, la posguerra española; aquí, la Guerra Fría). Eso sí, ‘La forma del agua’ -aun no exenta de claroscuros- es una historia más luminosa como corroboran la fotografía de Dan Laustsen y la banda sonora de Alexandre Desplat.
Además de una Sally Hawkins, con el carisma expresionista de las mejores estrellas del cine mudo, dotando de atrevimiento a un personaje que esperaríamos más dócil, el espectador disfrutará de hasta tres espléndidas presencias secundarias cuyo alcance sobrepasa con creces el arquetipo al que las suponíamos limitadas en el planteamiento. Es el caso de Richard Jenkins (nominado al Oscar como mejor actor secundario) como el entrañable cómplice de la protagonista, Michael Shannon en la piel del inquietante villano y Michael Stuhlbarg, que convierte un rol aparentemente anecdótico en una presencia magnética.
Menos elogios merece el rol de una Octavia Spencer a la que las academias adoran, pero que resulta una elección demasiado obvia para introducir una subtrama racial que supone un innecesario subrayado dentro de una historia que ya reivindica -sin necesidad de referencias más obvias a la xenofobia- la aceptación de la diferencia con su romance central. Spencer interpreta con el piloto automático a una dicharachera compañera de trabajo de Hawkins, pero no deja de ser una mera comparsa cómica de la protagonista, sin demasiado recorrido dramático.
Por lo demás, ‘La forma del agua‘ es una película formal y narrativamente impecable, escrita en forma de carta de amor a la vertiente escapista del séptimo arte como vehículo liberador de los tabúes sociales. En su labor tras la cámara, Guillermo del Toro saca todo el provecho de un reparto excelente -aun sin estrellas de primer orden- y deja para el recuerdo no pocos hallazgos visuales, como ese encuentro sexual subacuático en un cuarto inundado que resume el mayor logro del filme: conjugar con sumo acierto el territorio de la fábula poética con un tono adulto que trasciende su apariencia naïf, eludiendo hábilmente el reduccionismo en su discurso moral y político.