Yo, Tonya‘ es un biopic que abarca la azarosa vida de la patinadora olímpica Tonya Harding desde los cuatro a los 44 años. Tonya dominó el hielo con un estilo de patinaje totalmente único (fue la primera estadounidense en completar en 1991 un salto de triple axel en una competición), pero también acaparó por su vida personal los titulares de la prensa (se vio implicada en la rocambolesca agresión a su principal contrincante, Nancy Kerrigan). Otro escándalo de la historia del deporte en una ficción sórdida y trágica que vuelve a poner una vez más al sueño americano contra las cuerdas, algo que vimos recientemente en la extraordinaria ‘Foxcatcher‘. La película está dirigida por el australiano Craig Gillespie al que solo le avala la solvente ‘Lars y una chica de verdad’ (2007), pero su trabajo aquí no puede ser más convincente.

Con una estructura narrativa nada convencional, ‘Yo, Tonya’ aborda temas como la violencia y la traición en un magnífico equilibrio con la alegría y el humor. Todas esas emociones contrastan entre sí dando la sensación de formar parte de un todo. Antes que nada, la película da a ver generosamente una serie de entrevistas desprovistas de ironía, completamente contradictorias y absolutamente ciertas realizadas a Tonya Harding (ya el carácter testimonial del título es bastante revelador) y Jeff Gillooly, que servirán como hilo conductor de la historia hasta el final de la película. Su director también juega con los protagonistas buscando la complicidad del espectador cuando miran descaradamente a cámara y dan su propia versión de los hechos. Un tratamiento de la «cuarta pared» muy ingenioso y que no desentona con el estilo del filme.

No hay rencor en la película de Gillespie, y eso es de agradecer. No refleja la vida de Tonya, ni como mártir ni como villana, se limita a mostrarnos sus orígenes, víctima de una madre cruel y un padre que la abandonó cuando era pequeña, también de sus contradicciones y de sus éxitos y fracasos. El humor, la vulnerabilidad y la fuerza del personaje quedan representados a la perfección en el mundo de Tonya. Quizás, el gran acierto de la película haya sido captar el espíritu rebelde y la energía de un personaje como ella, algo que a nivel técnico logra con la gran cantidad de movimientos de cámara, un montaje preciso (por el que ha conseguido la nominación al Oscar) y la ayuda de una banda sonora que seguramente suena en la cabeza de los protagonistas y que ayuda a crear el caos y la euforia de sus vidas en aquella época. A nivel interpretativo, la química entre Margot Robbie y Sebastian Stan es innegable. Están espléndidos como también lo está Alison Janney que está ganando todos los premios cinematográficos este año dando vida a la cruel madre de Harding.

Una comedia negra, un ácido cuento de hadas que termina mal y que nos recuerda hasta dónde estamos dispuestos a llegar y a sacrificar para conseguir nuestros sueños. Una visión calvinista del destino, donde los individuos no pueden hacer nada para cambiarlo y un testimonio desgarrador sobre la quiebra emocional y moral del ser humano. Una brillante película biográfica que se suma al mal llamado subgénero de los biopics.

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