The Party‘ me intriga. La nueva película de Sally Potter ha sido recibida con aplausos desde diversos sectores de la crítica cinematográfica, resaltando como principales virtudes su inteligencia, el humor, su modo de tratar temas delicados (la religión, el feminismo, la confianza, las apariencias…), y las grandes actuaciones de su reparto. Incluso un crítico de esta casa elogió inicialmente la producción en su crónica del Festival Cineuropa, en noviembre del año pasado. Y a pesar de este pedigrí, de esas opiniones por parte de gente que yo respeto, y de haber salido del cine con media sonrisa en el rostro, no soy capaz de ver el resultado redondo que todo el mundo valora tan positivamente.

Tampoco es que la película sea horrible. De hecho, en su mayor parte es bastante disfrutable. La premisa de una celebración con amigos que sale mal causa intriga, por el detonante de la acción y sus consecuencias. Su fotografía en blanco y negro contribuye a darle un carácter propio, su dirección es correcta en dos tercios del largometraje, la selección musical es exquisita, el humor funciona. Los diálogos escritos por Potter son excelente leña para un fuego que debería de haber brillado mucho más tiempo: pero no adelantemos acontecimientos.

Los personajes tampoco fueron el problema: de hecho, son lo mejor de la película. El reparto, liderado por un inmenso Timothy Spall (‘Mr. Turner’), cuenta con actores y actrices curtidos durante años en producciones de todo tipo; Cillian Murphy (‘El viento que agita la cebada’, ‘Dunkerque‘), Kristin Scott Thomas (‘La hora más oscura’), Bruno Ganz (‘El cielo sobre Berlín’), Emily Mortimer (‘La Librería‘), Cherry Jones (‘Señales’) y Patricia Clarkson (‘Dogville’). Un reparto coral que funciona a la perfección, con interacciones mordaces y mucha, mucha química. Están a la altura de una buena película de Woody Allen o Álex de la Iglesia (en lo que a personajes se refiere, claro).

Fallo en la foto finish 

No, el principal defecto de ‘The Party‘ es mucho más básico: le faltan, como mínimo, entre quince y veinte minutos. No debe de tomarse como una referencia temporal, sino como una metáfora de que el filme necesitaba más diálogos, más desarrollo de personajes y situaciones, más posibilidades de sorprenderse. Su poco más de una hora de duración cohartó la posibilidad de ir más allá y convertirse en lo que sus mejores elementos apuntaban. Cuando se encendieron las luces y salieron los créditos, me quedé un momento mirando a la pantalla, con cara de pasmado. ¿Ya está? ¿Eso es todo? Me sentí algo estafado, para qué mentir, aunque soy plenamente consciente de que es una exageración afirmar algo así. ¿Pero de qué te sirve tu buena factura técnica, tus actores en estado de gracia, y la capacidad de abordar situaciones y puntos de vista peliagudos, si luego lo tiras todo por la borda con un mediocre último tercio y ese final?

Tal vez el problema sea yo, incapaz de apreciar un conjunto que tampoco se toma excesivamente serio a sí mismo, como demuestra la conclusión, rozando la autoparodia, y ya entramos en un debate de si su corta duración es intencional, o si simple y llanamente le falta algo. A modo de despedida, diré que soy capaz de valorar sus elementos por separado, por su calidad y buena factura, pero el compendio final se me hizo incompleto. Es una fiesta a la que yo no he sido invitado.

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