
Verano. Año 1962. ‘En la playa de Chesil‘ hay un matrimonio disfrutando su luna de miel. Florence (Saoirse Ronan) y Edward (Billy Howle) son sus nombres. Ella de clase alta, él de clase humilde, convergen en un hotel cerca de dicha playa. Allí encuentran el amor pero se desencuentran en lo físico. Un amor fuera de tiempo; fuera de comprensión.
La luna de miel es ese momento donde una pareja se segrega de lo cotidiano para ver las relaciones que confluyen entre las dos personas que la forman sin las influencias del entorno. También es ese momento donde se muestra el amor existente en el seno de la pareja pero, como Florence y Edward demuestran, amores hay muchos.
El amor romántico es aquel de la media naranja. De la necesidad de uno con el otro para sentirse completo. Aquel que se fundamenta en dos personas que sienten un lazo emocional la una con la otra y que, mayormente, se materializa en lo físico. Es la idea del amor eterno. El amor confluente se entiende como un acuerdo emocional; ético, que conlleva a dos personas íntegras en sí a realizar un enlace afectivo el cual comporta compartir el ‘yo’ con el ‘otro’, al igual que el ‘otro’ comparte con el ‘yo’ en un deseo materializado en lo erótico y lo físico.
A Edward y a Florence les pasan muchas cosas en la playa de Chesil. Una de ella es la confluencia del amor. Un amor desentendido entre ellos, pero fundamentado en lazos emocionales y afectivos. Se puede amar y ser amado sin llevarlo a cabo. O se puede ser la media naranja de alguien siendo una persona íntegra que desarrolla un enlace emocional igualitario.
Pero Edward (Billy Howle) y Florence (Saoirse Ronan) se envuelven en una esfera de amor puro, que se desarrolla a lo largo de sus vidas y llevándolos a comprender que querer no es tener ni estar: es ser para con uno mismo y para con la otra persona sin condiciones. Pero el amor incondicional no existe.
‘En la playa de Chesil’ es una historia de amor. No del romántico, del confluente o del incondicional, sino de aquel que supera las barreras aunque, en el fondo, somos nosotros mismos las que las construimos.