Hace ya tres años desde que Denis Villeneuve estrenó ‘Sicario’ (2015) —su segundo filme de producción estadounidense después de ‘Prisioneros’ (2013)—, donde ponía el foco en la corrupción y el dolor de las familias destrozadas por culpa de los cárteles que traficaban con armas y drogas. Al oscuro estilo de Villeneuve se sumaban la apabullante y simbólica fotografía de Roger Deakins, la inmersiva banda sonora de Jóhann Jóhannsson y el libreto firmado por Taylor Sheridan. De los mencionados, en ‘Sicario: El día del soldado’ tan solo repite su guionista —lo cual no es poco— aunque el encargado de la dirección, Stefano Sollima, ha sabido manejarse de manera solvente.

Esta vez la historia se centra en un tema de máxima actualidad, la inmigración: el gobierno de Estados Unidos intenta eliminar a las mafias mexicanas que propician el tráfico ilegal de inmigrantes, por culpa del cual, en numerosas ocasiones, se induce la entrada de terroristas en el páis. El agente federal al cargo de la misión Matt Graver (Josh Brolin) volverá a contratar al mercenario Alejandro Gillick (Benicio del Toro) con el fin de iniciar una guerra sucia entre los cárteles y que estos se aniquilen entre ellos.

El relato posee una estructura similar al de su predecesora, esto es, con dos puntos de vista. Por un lado, los cometidos de los agentes principales del filme y, por otro, el seguimiento de la iniciación de un joven sicario a través del que somos testigos de las operaciones al margen de la ley en las que las personas al pasar de una frontera a otra son tratadas como ganado. Por esto último, ‘Sicario: el día del soldado’ se consolida como una obra deudora de su tiempo, un tiempo asolado por las crisis migratorias en las principales potencias mundiales, donde los países más tajantes, como Estados Unidos o Italia, entre otros, celebran el cierre de sus fronteras al exterior. De hecho, hace unas semanas se celebraba una reunión entre los máximos responsable de la Unión Europea con motivo de dar solución a este problema de gran calado.

La película de Sollima y, por ende, el guion de Sheridan, ahondan nuevamente en el pasado de Gillick, en el que la eterna herida y dolor a causa de la pérdida de sus seres queridos sigue haciéndose visible —recordemos que en la primera entrega el personaje encarnado por Guillermo del Toro adquiría relevante protagonismo en detrimento de la agente interpretada por Emily Blunt—, haciendo que esta secuela expanda el universo narrativo de la primera al profundizar —aunque, quizás, sin su delicadeza— en los temas que ya en esta se presentaban.

El poso que deja ‘Sicario: el día del soldado’ en el espectador se debe, en buena medida, a la tenebrosa y opresiva banda sonora de Hildur Guðnadóttir, quien sigue los pasos del fallecido Jóhann Jóhannsson, magnífico creador de atmósferas sonoras tal y como dejó patente en otros filmes de Villeneuve como ‘Prisioneros’ o ‘La llegada’ (2016). Por otro lado, se hace notar la falta de Roger Deakins, aunque Dariusz Wolski, el nuevo director de fotografía, ha dejado su impronta visual en el retrato de los desérticos espacios en los que se desenvuelve gran parte de la acción, haciendo de ellos lugares metafóricos y reflexivos, desnudando la trama y mutándola simbólica como ciertamente apunta Fausto Fernández en su crítica para Fotogramas.

En una época plagada de secuelas y reboots innecesarios es de agradecer una continuación digna como la que aquí nos atañe. Todo parece apuntar a que una nueva entrega está en marcha, aunque Stefano Sollima ha querido desvincularse del posible proyecto debido a que, para él, “no debería haber más de una (película de la saga) con el mismo director. Así se convertiría en una franquicia de verdad”. Solo queda esperar para conocer el nombre del o de la cineasta (imagínense a la gran Kathryn Bigelow) al cargo de la tercera parte. Esperemos, al menos, que la redacción del guion se mantenga en manos del siempre cumplidor Taylor Sheridan.

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