
Recuerdo que, en octubre de 2010, una de las tantas veces que he ido al cine acompañado, me fijé en un cartel promocional que había en la entrada del establecimiento. En él, la frase “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos” cubría el rostro de un joven que yo desconocía. Ciertamente, la imagen consiguió llamar mi atención. Como el lector sabrá, el póster pertenecía al octavo filme de David Fincher, ‘La red social’; película que roza la perfección en cada uno de sus apartados, desde su dirección hasta su montaje, sin dejar de lado el libreto firmado por Aaron Sorkin y la oscura y sugerente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross.
El Mark Zuckerberg de Aaron Sorkin y David Fincher
La secuencia inicial de ‘La red social’ se torna reveladora al presentar de un modo certero y preciso al joven informático Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) en un tiempo menor a seis minutos. El protagonista es incapaz de mantener una conversación normal con su pareja, induciendo a la confusión al mezclar diferentes temas a la vez, así como pronunciando cualquier pensamiento que se le ocurre sin tener consideración por cómo este va a afectar a la otra persona. De igual modo, su acelerada personalidad queda registrada en la rapidez del montaje, la cual abarcará la totalidad del filme.
De hecho, la celeridad que se vincula con su punto de vista contrasta con la cámara lenta de la fiesta que se imagina en el instante en que hackea los servidores de las diferentes facultades de Harvard. El idealizado encuentro (con mujeres desnudándose y besándose entre ellas) “no viene a ser sino el momento y el lugar de la catarsis compensatoria de todo aquello que precisamente se pierde en internet, en la digitalización de la vida real”, tal y como indicó el doctor Vicente A. Huici; sirviendo a la vez como la viva metáfora de la intrusión en la privacidad de las personas —equiparable a la red social que próximamente creará— debido a la cámara que, como un demiurgo, se inmiscuye repetidamente en la juerga de los universitarios mientras que la voz in del protagonista hace alusión al término “seguridad” como si de una ironía se tratase.
El hecho de publicar en su blog personal todas y cada una de sus experiencias caracteriza a Mark como un ser individualista de la sociedad moderna, alguien que hace del mundo digital su óptimo medio de interacción y relación con sus semejantes (reflejado en esos primeros planos y detalles que vinculan al personaje con su ordenador), obligando a Eduardo (Andrew Garfield) a enterarse de su ruptura con Erica Albright (espléndida Rooney Mara) por internet en vez de por su palabra. Todo esto termina desembocando en no saber comportarse en público como vemos cuando él y su socio buscan publicistas para su página web.

Las dificultades sociales que experimenta el personaje principal se manifiestan en las diferentes angulaciones y posiciones de cámara ya que en muchas ocasiones Mark es encuadrado de perfil, intentando desviar las acusaciones que contra él se lanzan, además de no establecer contacto visual con las personas que le están hablando. De la misma manera, parece necesitar de una distracción para concentrarse cuando le están hablando (lo que refuerza su creencia de superioridad) ya sea una libreta en la que poder dibujar, o la manipulación de un dardo o un regaliz con el que poder entretenerse.
Sorprende que después de tener un encuentro que lo degrada con Erica Albright —conversación iniciada en un plano de conjunto, seguida por encuadres separados de los mismos, donde la chica varía entre planos medios y primeros planos dependiendo de lo duras que estén siendo sus palabras—, Zuckerberg quiera expandir su página web a otras universidades, para intentar impresionarla. De hecho, en la secuencia que tiene lugar en una discoteca, el protagonista se siente identificado con Sean Parker (Justin Timberlake) debido a que este fundó Napster para impresionar a la novia del capitán del equipo de lacrosse de su instituto y, cuando al final del diálogo, Mark le pregunta si sigue pensando en esa chica, su mirada y su reacción hacen patentes que el desamor que siente por Albright ha sido el catalizador de Facebook.
No es casual que la película finalice con el personaje principal actualizando de manera compulsiva el perfil de su exnovia, intentando encontrar una redención a sus actos (o enorgullecerse de que ella haya creado un perfil en su página). De igual manera, todas y cada una de las acciones de Eduardo Saverin y los hermanos Winklevoss se llevan a cabo para complacer a sus padres, es decir, la red social se articula como el medio para demostrar la valía de sus diferentes fundadores. Tampoco es descabellado pensar que la creación de Facebook encuentre sus motivaciones en “convertirse en el substituto de un club social para Zuckerberg, al no haber logrado pertenecer a uno en la vida real”, como sugirió la docente Marta Frago.
La muchacha no es la única en abandonarlo, su mejor amigo también lo hace. La enemistad y las diferencias entre ambos se comienzan a hacer verdaderamente visibles en el encuentro con Parker, admirado hasta la saciedad por Zuckerberg, pero aborrecido por Saverin, hasta llegar a un punto de no retorno cuando este congela la cuenta bancaria de Facebook como represalia por haber actuado a sus espaldas. Será después de la deflación de sus acciones en la empresa (equivalente a un despido) que un travelling vertical que desciende sobre el rostro de Mark lo mostrará triste por primera vez durante todo el transcurso del filme.

Teniendo que ver con lo anterior, el desdén que siente Eduardo por el fundador de Napster hace que su pareja no pueda convivir con él, en la medida en que sus miedos parecen tornarse obsesiones. Lo vemos después de la cena de negocios, cuando vuelven a su apartamento en un taxi: Christy (Brenda Song) mantiene su cabeza apoyada sobre los hombros de Saverin, pero cuando este vuelve a hablar de que no quiere que Sean Parker participe en Facebook, la chica se reincorpora en su asiento sin que él percate su ausencia debido a su fijación por el mismo tema. Por otra parte, todo el odio que siente hacia su compañero se tornará en avaricia al demandar a Zuckerberg, actitud sugerida en las pinturas abstractas de su habitación que se pueden poner en relación con los cuadros de la oficina de Eli Gould, el abogado asesinado por comerte el mismo pecado capital en ‘Seven’ (1995).
La extrema individualidad y la soledad de la sociedad contemporánea se tornan ejes centrales de ‘La red social’, afectando no solo al dúo protagonista sino también a Sean Parker, quien no querrá divulgar su situación sentimental al decir “Esta es mi… Sharon”, en vez de presentar a la chica como su pareja. Las consecuencias de todo ello las vemos en el aislamiento social de Mark, a quien observamos en el exterior de la casa de Palo Alto, California, mirando a las personas que en el interior se divierten, sirviendo el cristal que los separa como un muro que refuerza la incomunicación; o en las sucesivas pruebas para ingresar en el Phoenix, cuyos líderes y órdenes no distan demasiado de la homogenización que Tyler Durden propugnaba en ‘El club de la lucha’ (1999).
Las expresiones faciales y, sobre todo, la mirada de Zuckerberg se tornan un elemento clave para entender lo que siente debido a la inexpresividad que, en gran cantidad de ocasiones, se dibuja en su rostro: la concentración al crear Facemash, la ira en la vista contra los Winklevoss, la admiración y atención al escuchar la historia de Victoria’s Secret o la tristeza después de que Sean Parker y Eduardo Saverin abandonen Facebook.
El poder del montaje entre planos en La red social
La crítica especializada mencionó en gran cantidad de artículos el valor y la importancia de la secuencia de apertura de la película en la que Erica Albright decide romper su relación sentimental con Mark Zuckerberg, después de que asistamos a un potente diálogo de cinco minutos, cuyos cambios entre un plano y otro van acortando cada vez más su duración debido, en parte, a la intensidad de la discusión, pero también a que el montaje se corresponde con la mentalidad inquieta del protagonista, cuyos pensamientos, diálogos y forma de hablar serán reflejados en él.
Otra de las cualidades que de la cinta se resaltaba incidía en la habilidad de Aaron Sorkin para trasladar el complejo mundo de los informáticos al saber del espectador medio; mérito que bien podría ampliarse a Fincher al convertirlo en imágenes: la yuxtaposición entre planos de Mark y su ordenador conforma una vinculación entre ambos ,y los detalles de los diferentes elementos del hardware y el software constituyen una “unión que los cuerpos establecen con la máquina (extensión significante), lo que permitirá hablar de un cuerpo nuevo, de un cuerpo del cual el PC se torna anexo, o prótesis”, en palabras del investigador Henriques Pereira.

El montaje se consolida como notoria herramienta para hacer visibles los distintos sentimientos de quienes aparecen en pantalla, tal y como se refleja a lo largo de todo el filme. Para ejemplificarlo, nos valdremos de diferentes situaciones del tándem Eduardo-Zuckerberg: en la fiesta caribeña son mostrados juntos hasta que Saverin comenta que ha sido seleccionado por el Phoenix, haciendo que su compañero sienta envidia por él; el juicio que tiene lugar entre ambos los opone mediante planos en los que salen por separado; o, en el momento en que Eduardo va a contarle a Mark que ha pasado a la segunda ronda del Club Final, Zuckerberg solo tiene interés en conseguir doscientos dólares para Facebook, lo que es subrayado por la puesta en serie que los divide, compartiendo tan solo un plano de los diecisiete que conforman la secuencia.
Casi en el comienzo de ‘La red social’, después de habérsenos presentado la duplicidad de litigios que se presentan contra el protagonista, se inicia un montaje paralelo entre ambos al mismo tiempo que el joven creador de Facebook alega su desorientación ante las dos demandas diferentes a las que se enfrenta —a causa de las intrusivas preguntas que los abogados le formulan—, como si fuese consciente de la ordenación de los planos del segmento al mezclar dos temporalidades distintas.
En el instante en que los Winklevoss se enteran de que la plataforma social que ellos (creen que) inventaron se ha expandido a otros continentes, se produce una yuxtaposición de tres planos consecutivos de Tyler, Cameron y Navendra por separado, lo que realza su sorpresa y enojo. Esta es la misma figura de montaje que se utilizaba en ‘Zodiac’ (2007) cuando Arthur Leigh Allen afirmaba tener cuchillos ensangrentados en el interior de su maletero en la entrevista con Mulanax, Toschi y Amstrong.
Justamente en la secuencia en la que Saverin se presenta en el domicilio de Palo Alto, comienza a discutir con Zuckerberg al ver que su dinero está siendo invertido en lo que parece un apartamento vacacional donde imperan la diversión y las drogas. Los personajes se moverán hacia un estrecho pasillo cerrando la puerta tras ellos, dejando al espectador fuera de la conversación. Pero, la cámara pasará a posicionarse en el interior del corredor, donde el acalorado diálogo tiene cabida en un único plano hasta que Mark pregunte, irónicamente, por cómo ha ido la empresa hasta el momento con el trabajo de Saverin, lo que hará que la puesta en serie comience a mostrarlos por separado, incidiendo en las diferencias entre ambos.
Como el lector habrá podido apreciar, ‘La red social’ no es una película sobre el nacimiento de Facebook —o sí, pero en una capa muy superficial—: ni a David Fincher ni a Aaron Sorkin les interesa saber si el verdadero creador de la plataforma es Mark Zuckerberg o los hermanos Winklevoss; tampoco los juzga por sus fechorías. ‘La red social’, por el contrario, es un filme que reflexiona sobre el mundo en que habitamos, un mundo basado en relaciones personales superficiales y líquidas, invadido por los nuevos medios de (in)comunicación que, irónicamente, fomentan la individualización del individuo contemporáneo. En conclusión, el aquí firmante podría argüir que, el octavo largometraje del director de ‘Perdida’ (2014) es, indudablemente, una de las obras fundamentales para comprender tanto el cine como la sociedad del siglo XXI.