
Por qué será que el cine ha dedicado tanto tiempo a estudiar lo que implica la docencia, son muchas las películas que centran su argumento en las relaciones entre alumnado y profesorado. Películas sobre profesores, personajes recurrentes en el cine que nos hablan de la adolescencia y la infancia, se les suele utilizar como una figura de gran influencia para los jóvenes que las protagonizan.
Generalmente en estos filmes el docente suele convertirse en la figura de apoyo y orientación de los alumnos, que por los motivos que sean no han tenido la suerte de encontrar esa confianza en ninguna otra parte. Aunque hay ocasiones en las que ejerce el papel contrario, y se convierte en una figura que abusa de la autoridad y que también consigue crear una motivación en sus alumnos, pero basada en el odio hacia todo lo que representa y el intento de éstos por enfrentarse a ello.
La señorita Honey, el profesor Dumbledore o William Forrester son algunas de estas maravillosas figuras de docentes que han conseguido inspirar a sus alumnos. Pero el propósito de este artículo es remarcar un formato concreto de película que se ha repetido hasta la saciedad y siempre con el mismo efecto.

Hablamos ese docente idealista y con una gran base de principios morales que llega a una clase de alumnos problemáticos que parecen no tener remedio. Esas películas sobre profesores que hemos visto en la gran pantalla, interpretados entre otros por actores como Robin Williams, Glenn Ford, Julia Roberts o Michelle Pfeiffer, que a través de la filosofía, la música, la poesía y otros tipos de artes sensibles se dejan la piel por tratar de ayudar a esos grupos de alumnos afectados y perdidos, que ya han tirado la toalla, y no suponen siquiera que queda algo en sus vidas por lo que merezca la pena esforzarse para ser mejores personas.
Hablamos de películas sobre profesores como ‘Semilla de maldad’ (1955), ‘Rebelión en las aulas’ (1967), ‘Los chicos del coro’ (2004), ‘Mentes peligrosas’ (1995), ‘El club de los emperadores’ (2002), ‘La sonrisa de Mona Lisa’ (2003) o la que se corona como la reina de lo que ya, debido a su recurrencia, podría considerarse casi un género: ‘El club de los poetas muertos‘ (1989).
Centrémonos en esta última y en el profesor Keating para entender el éxito de este formato, y es que los consejos de Keating calan no solo en la clase a la que intenta trasformar tan desesperada y entregadamente sino también en todos los que, desde fuera, asistimos como invitados a sus clases. Cada cosa que el docente dice en el aula o fuera de ella para enseñar a sus alumnos también enseña al espectador algo que o bien no sabía, o bien no se había planteado. Y lo hace de una forma tan emotiva que consigue que cada consejo y cada consecuencia derivada de este sea una acción dramática y heroica.
Ver cómo el alma de una persona consigue efectuar un cambio y mejorar la vida de tantas otras, ese es el secreto de estas películas, cada alumno que aparece en ellas tiene un problema diferente, todos ellos lo suficientemente comunes como para que cada persona que se siente en la butaca pueda sentirse identificada o tener un problema semejante, si no igual, al de al menos uno de los alumnos. Estas películas sobre profesores hacen a la par de libro de autoayuda y los maestros que las protagonizan se convierten en los profesores de todos.

Keating enseña a sus alumnos a ser valientes y sensibles, a pensar por ellos mismos y ser libres, escapando de todas las expectativas que se ciernen sobre ellos. Les enseña a apoyarse mutuamente y a ser un equipo, a ser conscientes de los problemas ajenos y a esforzarse por mejorarse a sí mismos, a creer en ellos mismos. Porque aunque puedan haberlo olvidado son seres humanos que merecen la pena, y aún no están perdidos. Les enseña todo aquello que a todos nos habría gustado que nos enseñaran en algún momento, les da la fuerza que a todos nos falta a veces y la inspiración que todos buscamos, y la encontramos en él. Por eso nos gusta, porque nos hace creer, y crecer.
La lección más recordada de Keating es esa en la que dice:
“Carpe Diem. Porque somos alimentos para gusanos, señores. Porque aunque no lo crean, un día todos los que estamos en esta sala dejaremos de respirar. Nos pondremos fríos y moriremos. Aprovechen el día, muchachos. Hagan que sus vidas sean extraordinarias”.
Así que dediquemos ese Oh capitán mi capitán, todos esos aviones de papel que lanzan los coristas franceses, y aquella persecución en bicicleta que le dedican sus alumnas a Julia Roberts a todos los profesores que nos han hecho ver el mundo con otros ojos y nos han alentado a que hagamos de nuestras vidas algo extraordinario.