
Dakota del Sur. Una caravana. Brady se despierte para curarse la cicatriz de la cabeza. Del cielo al infierno en un instante; en una caída. Lo variable de los acontecimientos le han llevado a donde se sitúa: no poder participar más en rodeos debido a esa misma caída, en un entorno donde la única meta en la vida es montar en rodeos; ser ‘The Rider’. Pero Brady, por suerte o por desgracia, no lo volverá a ser.
Lo curioso de Brady Blackburn (Brady Jandreau), de su historia y de su caída es que muestra una doble realidad. Realidad en cuanto el filme es verdadero a sus acontecimientos; preceden a la pantalla. Preceden con él; historia real vivida y revivida en lo fílmico por las mismas personas, el mismo lugar; física y mentalmente.
La cinematografía es un arte que acontece más allá del frame; nos lleva a otros lugares. Como espectadores, el ritual de ir al cine nos encierra en una sala oscura donde a través de una ventana —la pantalla, en este caso— viajamos a otras situaciones; nos inundamos de otros roles.
‘The Rider’ va justamente de esto; de la relación que se da en la pantalla entre realidad y ficción. De la ficción que observamos en la pantalla. De cómo la pantalla se relaciona con el espectador/a. Y de cómo el espectador/a se relaciona con aquello que va más allá del cine; más allá del frame.
Lo fílmico y lo metafílmico. Esto es lo que la pantalla induce y lo que extraemos de ella. Así, la relación con Brady, Wayne Blackburn (Tim Jandreu) y Lilly Blackburn (Lilly Jandreau) nos lleva a unas imágenes de la bella miseria del midwest norteamericano, nos enseña la incapacidad del entorno para salir del mismo. Nos muestra que, en algunos lugares, el destino sí existe.
Es, con ese destino, que Brady nos descubre su destinación. Su relación con los caballos va más allá de un rodeo; del mero entretenimiento. Así, buscando su lugar entre los no semejantes, las personas, es donde lo encuentra.
‘The Rider’ es una (re)visita a una historia pasada. En la película no hay interpretación, no hay actuación; son ellos y ellas mostrando qué les pasó; mostrando su lugar. Porque, en el fondo, no hay mejor lugar para ser, que ser tú mismo el propio lugar donde quieres estar.