
Si hay un terreno en el que Jeremy Saulnier —y por ende, Macon Blair, actor habitual de sus películas y guionista de la que aquí nos ocupa— parece sentirse cómodo es, sin duda, el de las historias que se tejen en los más profundos vericuetos de la venganza. La nueva obra del director estadounidense, ‘Noche de lobos’ (en original, ‘Hold the Dark’), ha tenido su estreno a través de Netflix, llegando a convertirse en uno de los mejores —sino el mejor— largometraje en el que la plataforma digital haya estado involucrada.
Hablar de la sinopsis de este largometraje para poner al lector en situación es, cuanto menos, difuso y complejo, pero podríamos argüir que el relato comienza cuando Medora Slone (Riley Keough), madre de un hijo secuestrado por una manada de lobos, solicita la ayuda de Russell Core (Jeffrey Wright), experto veterano en la materia. A todo ello se suma el marido de Medora, Vernon (un electrizante Alexander Skarsgard), soldado que vuelve a casa herido desconociendo totalmente el estado de su hijo.
Como ya aventurábamos en el primer párrafo, ‘Noche de lobos’ es un filme que se teje sobre la venganza, estilema nuclear del trabajo previo de Saulnier, tal y como dejaba patente en sus notables ‘Blue Ruin’ (2013) y, años más tarde, ‘Green Room’ (2015). Pero si en sus anteriores obras esa vendetta tenía el fin último de intentar aliviar un dolor inconsolable o de aniquilar a personas que no estaban ni en el sitio ni el momento adecuado, en su nueva película adquiere un ideal redentor para ciertos personajes; ejemplo de ello es Russell Core, cuya relación paternal con su hija lleva siendo un desastre desde hace varias décadas.
Los eventos que se suceden, poco a poco, eso sí —su tempo lento y pausado es uno de sus grandes aciertos—, sirven de igual manera para hablar sobre la dualidad del ser humano; de esa dualidad en la que converge nuestro lado más bueno y afable, pero también ese otro lado oscuro, siniestro, malvado; todo ello simbolizado en la inquietante máscara que portan los ejecutantes de los actos más atroces del filme.

El manuscrito de Macon Blair, su ambientación, y la (precisa) utilización del flashback evocan, de manera inequívoca, a películas en las que Taylor Sheridan ha estado involucrado; me refiero a ‘Comanchería’ (2016), de David Mackenzie, y a ‘Wind River’ (2017), del propio Sheridan. Pero si hay algo de lo que puede presumir ‘Noche de lobos’ es de un absoluto y magistral control de la tensión —heredero del cine de David Fincher y Denis Villeneuve, dos de los grandes maestros del suspense en activo—, que se cuece a fuego lento, a través de pequeñas miradas, palabras, gestos; no se enseña, se sugiere, y esto parece no haber conectado con un público acostumbrado a un consumo rápido que tan solo centra su atención en lecturas superficiales de una —digámoslo— compleja obra.
Y qué decir del reparto, que está espléndido. Desde un introvertido e intimista Jeffrey Wright hasta un implacable y sobrecogedor Alexander Skarsgard, en cuyas secuencias el espectador es incapaz de poder pestañear. Todos los personajes —pero sobre todo estos que acabamos de mencionar— parecen fundirse en el espacio que habitan, convirtiendo al entorno, al paisaje, en un elemento que los oprime y los acecha, ya sea en la más blanquecina de las nieves o en la más oscura de las noches. La suma de todos aspectos confluye —como ya anticipábamos al citar a Fincher y Villeneuve— en una atmósfera malsana que atraviesa el filme de principio a fin.
Pero no todo es oro lo que reluce: su (para mí) impostado happy ending, esa escena final donde Core se reencuentra con su hija en el hospital, parece contradecirse con el metraje previo que, como dijimos, se sustentaba en lecturas entre líneas, silencios y pausas. Sería interesante saber si esto es así por propio deseo de sus creadores o por el intento por parte de Netflix de contentar a cierta clase de audiencia que podría no sentirse cómoda ante un texto con tantas preguntas, pero con tan pocas respuestas.
¿Es esta la peor película de Saulnier, como muchos proclaman? En absoluto. ‘Noche de lobos’ es la evolución de un autor que aún tiene mucho que contar, tanto por su contenido —aunque este siempre vaya aparejado, de alguna u otra manera, a la venganza— como por su forma. En una época donde la extrema polaridad en la opinión crítica está en auge, donde un filme es una master piece o un producto deleznable, ‘Noche de lobos’ se confirma como una obra notabilísima que los suscriptores de Netflix no pueden dejar escapar.
Lo único bueno de esta película es el paisaje de Alaska, a lo National Geographic, porque después, no hay una trama lógica donde el padre del desaparecido niño (supuestamente llevados por los lobos según la madre), busque la venganza que cualquiera supondría al descubrirse que la madre fue quien mató a su propio hijo. A las finales, el papá encuentra a la mamá en unas fuentes termales en medio de unos parajes helados y, cuando se supone que la va a matar para consumar su venganza se va con ella llevándose a su hijo en su féretro, no se sabe a dónde. Una pérdida de tiempo. Me arrepentí de verla.