-¡Han profanado una cinta clásica! !Es peor que El Padrino III!
-¡No, no, no! Oigan, por favor, no digan cosas que no pueden borrarse.

Este diálogo aparece en el primer episodio de la undécima temporada de Los Simpson, verdadero relicario de la cultura pop contemporánea. Es un indicio claro para pensar que en Hollywood no le tienen mucho cariño a ‘El Padrino III’… hasta que lees las críticas de la época, y te das cuenta de que la repulsa no fue tan unánime como la leyenda negra asegura. Su metascore es de 60, basado en diecinueve críticas -diez de las cuales eran positivas, y cinco mixtas-, a los archiconocidos Roger Ebert y Gene Siskel les gustó, y fue nominada a siete premios de La Academia, entre ellos Mejor Película y Mejor Director.

Eso no significa que haya que ser indulgentes con sus fallos, porque los tiene. Algunos de los recursos que Coppola utiliza, como los flashbacks, no terminan de encajar bien, y de hecho es la primera vez que se usan en la saga: acaba por ser demasiado reiterativo. La estructura de la historia no es tan redonda como sus anteriores entregas, y puede llegar a resultar pesada. Y es demasiado dependiente de sus predecesoras, aunque esto no es tanto un fallo como una circunstancia a tener en cuenta.

Pero tampoco sería justo lanzar ‘El Padrino III’ al pozo del olvido sólo por no estar a la altura de dos de las mejores producciones en la historia del cine, perfectas en la mayoría de facetas. Aunque pierda calidad respecto a sus hermanas mayores, la tercera parte de la saga Corleone mantiene el tipo como un relato trágico, con las ideas claras, y una magnífica cinematografía. En este artículo pondremos bajo el foco lo que Coppola nos quiere contar en este punto y final tan proclive a la división, pero igualmente merecedor de una oportunidad del escéptico.

En este artículo se da por hecho que has visto ‘El Padrino III’. Si no es así, aconsejo no seguir… a ver, llevamos tres artículos de ‘El Padrino’. Creo que ya estás avisado de sobra, ¿no crees? (N. del A.)

Primera parte: paterfamilias 

El primero de los leitmotivs de ‘El Padrino III’ es el peso de las acciones pasadas: un legado a esas alturas asfixiante, lastrando el presente y oscureciendo el futuro. Hay constantes autorreferencias, pero para mostrar el cómo los acontecimientos de las anteriores entregas han delimitado el camino de la familia. Nos reencontramos con personajes, salen a la luz las decisiones tomadas, los cabos se atan, se rememoran viejas historias, los trapos sucios son aireados. Y todo eso tiene consecuencias visibles e inmediatas.

El Padrino III (1990) dirigida por Francis Ford Coppola
Escena de «El Padrino III» (Francis Ford Coppola, 1990)

Las intenciones son claras desde el minuto uno de ‘El Padrino III’: la cámara pasea por la casa del Lago Tahoe, antiguo hogar de los Corleone, completamente en ruinas. ¿Qué nos dice esto?  Que el tiempo es inclemente, e incluso las construcciones más poderosas acabarán cayendo. El mismo Michael puede dar cuenta de ello, ya que el despiadado y enérgico Padrino que conocíamos es ahora una persona débil, enfermo de diabetes, acosado por sus demonios (sobre todo la muerte de Fredo, que él ordenó). Gobernar un imperio mafioso es una carga que ya no desea llevar, y ansía recuperar a su familia, salvar lo poco que le queda tras dedicar sus mejores años a una empresa de sangre y violencia. Al mismo tiempo, intenta legitimarse a través de la filantropía, las relaciones con la Iglesia, la adquisición de una multinacional europea para limpiar sus negocios, y la limitación de la violencia criminal al mínimo.

De nuevo hay una transformación en su carácter, igual de fascinante que en ocasiones previas. El frío asesino se quiebra, y sus emociones vuelven a salir a la luz. No es capaz de controlar la vida de sus semejantes, resignándose a que su hijo Anthony (Frank D’Ambrosio) deje sus estudios para seguir una carrera en la música. También delegó buena parte de sus tareas en la organización, y otras figuras poseen un rol mucho más protagónico, como su hermana Connie, o su sobrino Vincent Mancini (Andy García), hijo ilegítimo de su hermano Santino «Sonny».

Paremos un momento a hablar de este último. Vincent, como personaje, es una mezcla de Sonny y Michael: al principio es impetuoso, irascible y agresivo, pero también demuestra ser calculador (cuando usa a la periodista para averiguar si había entrado alguien en casa, por ejemplo). Esta faceta será cultivada por su tío, que verá en él un potencial sucesor que le alivie de sus obligaciones como líder la Cosa Nostra. Así, mientras vemos a Michael recuperar algo de su humanidad (emocionándose con una canción, o siendo juguetón con su ex esposa Kay) Vincent aprende a tranquilizarse, a escuchar, a esperar el momento oportuno para atacar. Incluso renuncia a su amor por la hija del Don, Mary Corleone (Sofia Coppola). Ésta es una de las últimas imposiciones exitosas del viejo Padrino, con el fin de alejar a sus seres queridos del mundo criminal. Cuando es nombrado nuevo líder de la familia para terminar con sus últimos enemigos, Vincent, legitimado con el apellido de su padre, es casi igual a un joven Michael, silencioso y sin escrúpulos.

Vincent representa la nueva generación, igual que Joey Zasa (Joe Mantegna, David Rossi en ‘Mentes Criminales’). Éste maneja los antiguos feudos de los Corleone en Nueva York, en los que ha introducido el comercio de drogas, actividad con la que el mismísimo Vito estaba en desacuerdo. Se muestra desafiante ante Michael y sus allegados, y de hecho intenta matar al Padrino junto con uno de la vieja guardia, Don Altobello (Eli Wallach). La disputa entre estas dos caras de los tiempos modernos se da en un escenario conocido, la fiesta en Little Italy, donde Vincent mató a Zasa en la misma calle donde tantos años atrás su abuelo asesinó a Don Fanucci.

En definitiva: Michael, mediante la adopción de su sobrino como pupilo, el acercamiento a su familia, y la limpieza de sus negocios, busca la redención. Pero… ¿es posible, a estas alturas?

Segunda parte: Juan 18:36

La Iglesia Católica está presente en todas las películas de la saga. Recordemos que la primera entrega hay dos bodas, un bautismo y un funeral. La segunda comienza con una primera comunión. Y en ‘El Padrino III‘ con un homenaje del Vaticano a Michael por sus obras de caridad. Kay se horroriza con esto último, ya que ve cómo una institución tan importante e influyente, que (se supone) lleva el mensaje de amor y compasión de Jesús al mundo, halaga a un asesino, un fraticida. Es la paradoja de la mafia italiana y la familia Corleone, al mismo tiempo cristianísimos cumplidores de la doctrina religiosa, y pecadores sin remordimiento.

El tándem Puzo-Coppola ahonda en esta entrega los contrastes de esta relación, antinatural a primera instancia. Lo hace mediante dos personajes, que no podrían ser más antagónicos, pero que representan las dos caras de una misma moneda: el Arzobispo Gilday (Donal Donnelly) y el Cardenal Lamberto (Raf Vallone).

El Padrino III (1990) dirigida por Francis Ford Coppola
Gilday y Michael en «El Padrino III» (Francis Ford Coppola, 1990)

Gilday es un ser intrigante. Cabeza de la Banca Vaticana, se asocia con Michael para que este pueda convertirse en el máximo accionista en la multinacional Internazionale Immobiliare y limpiar así sus negocios, a cambio de 600 millones de dólares para cubrir el déficit que ha acumulado. Posteriormente, se revela que este trato es una estafa elaborada por Gilday y otras dos figuras cercanas a los negocios del Vaticano, Don Licio Lucchesi (Enzo Robutti) y Frederick Keinszig (Helmut Berger). Esta tríada representa el lado terrenal de la Iglesia, como una institución añeja pero todavía muy influyente, con lazos económicos, sociales y políticos profundos en Estados Unidos, Europa y, en especial, Italia. Pese a que están supuestamente ligados a los ideales cristianos, y dicen defenderlos, la realidad es que son unos corruptos codiciosos, con muy pocos escrúpulos, capaces de pactar con un mafioso o cosas peores…

El Cardenal Lamberto es, aparentemente, más de lo mismo. Michael le visita para hablar de Immobiliare, y el clérigo no rechazará «mancharse» con negocios mundanos, ni en ese momento ni a posteriori. La diferencia es que le plantea al viejo mafioso, por primera vez en décadas, que confiese sus pecados. Michael recela («¿De qué sirve confesarme, si no me arrepiento?»), pero termina sollozando, reconociendo al tiempo su adulterio y los asesinatos que ordenó, en especial el de su propio hermano, que todavía lo atormentan en su conciencia. Lamberto no ignora los crímenes del Padrino, y de hecho se horroriza: cree que su sufrimiento es justo. Sin embargo, ve el profundo arrepentimiento, el deseo de redimirse, y termina por absolverle. El ideal de la religión ha creado una vía alternativa entre venganzas tribales y códigos de honor, la de la redención.

El cardenal es elegido papa, y pasa a llamarse Juan Pablo I. Temeroso de que el nuevo pontífice consuma el trato con Immobiliare, Gilday le envenena (esto tiene conexión con una leyenda urbana muy famosa, la temprana muerte del papa Albino Luciani en 1978). La Iglesia asociada a la corrupción, la inmoralidad y los poderes fácticos, asesina a la Iglesia que abandera el perdón y el deseo de mejorar, tanto en uno mismo como hacia los demás. Es un triste preludio de lo que está por venir.

Tercera parte: Cavalleria rusticana

La última media hora de ‘El Padrino III‘ condensa un festival de emociones y acontecimientos, cuyo tratamiento es casi una obra de exquisita artesanía. Todas los cabos sueltos se van atando al son de la ópera Cavalleria Rusticana, un melodrama de finales del siglo XIX sobre venganzas y desengaños amorosos en la Sicilia rural (la tierra y el tiempo que vieron nacer a la Cosa Nostra, por otra parte), donde actúa el flamante solista Anthony Corleone.

Sus orgullosos padres, en el camino de la reconciliación, le contemplan desde el palco con su hermana, su tía, y Vincent, quien al mismo tiempo se ha ocupado de la seguridad del Padrino, y de librarse de los enemigos del trato con el Vaticano. Porque tanto el Papa como Michael están en serio peligro: uno por el Arzobispo Gilday y sus socios, otro por los sicarios de Altobello.

Los minutos van pasando. Mientras en el escenario se desarrolla la tragedia, en el teatro Vincent y Mary ven cómo su amor no podrá continuar, Connie envenena a Altobello, y los sicarios fallan en sus repetidos intentos de acabar con la vida de Michael. Gilday es tiroteado, a Lucchesi le seccionan la garganta con el cristal de unas gafas, y a Keinszig le cuelgan en uno de los puentes sobre el Tíber: sus cadáveres ilustran los últimos compases de la pieza, la confrontación mortal entre Turiddu y Alfio. La commedia è finitta.

Corleone ha ganado. No solamente recuperó la relación con su familia, sino que ha conseguido su redención material (legalizando sus negocios con el trato de Immobiliare) y espiritual (con la confesión, y al haber confrontado a sus demonios). Ha dejado la dirección de la familia a su prometedor sobrino, y todos sus enemigos, de Altobello a Zasa, están muertos. Sólo la joven Mary le confronta, por haberse metido en su relación con Vincent. Están discutiendo en las escaleras de la ópera, y se revela uno de los sicarios de Altobello, que dispara a Michael… pero es su hija quien recibe el disparo, muriendo en el acto.

El Padrino III (1990) dirigida por Francis Ford Coppola
¿Por qué grita Michael Corleone en esta imagen de ‘El Padrino III’?

El rostro de Michael se deforma en una visión de puro dolor, congelado en un grito sordo pero desagarrador. ¿Por qué, qué es lo que contemplan esos ojos horrorizados? Quizá grita porque la última oportunidad de salir de ese círculo vicioso en el que se convirtió su vida, desde el disparo al «Turco» Sollozzo, se ha desvanecido entre sus brazos. O porque no pudo proteger a su familia, su justificación por tanto años para actuar como un asesino sin corazón: le asaltan las visiones bailando con su primera mujer, con Kay, con Mary, uniendo las tres películas a través de tres mujeres que sufrieron por su culpa. O simplemente se dio cuenta, al final, de que nunca dejará de ser quien es.

Muchos años después, en la hacienda siciliana de don Tomassino, el anciano Michael Corleone muere. El hombre una vez temido y poderoso se desploma en el suelo polvoriento, solo como un perro. La película termina como empieza, con la contemplación de las ruinas de un imperio caído, forjado en la violencia y en América. La ruina de la familia Corleone. 

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