Lazzaro feliz’, ganadora del premio a Mejor Guion en la pasada edición del Festival de Cannes, dirigida por Alice Rohrwacher, pertenece a esa clase de películas que mejoran en la mente del espectador conforme el paso del tiempo y las múltiples reflexiones y detalles que uno es capaz de ir desgranando. Pese a ello, la nueva obra de la cineasta italiana mantiene a su público —o, al menos, al aquí firmante— externo al relato en todo momento, haciendo que observe desde fuera, sin involucrarse demasiado emocionalmente. Es algo que tiene en común con dos películas con las que comparte cartelera (pese a pertenecer a cinematografías radicalmente distintas): ‘Cold war’, de Pawel Pawlikowski, o ‘First man’, de Damien Chazelle; pero el resultado final —obvio— es totalmente diferente.

Hay muchos temas condensados en el filme que nos atañe, pero quizá los que se muestran en las capas más visibles sean la pobreza y la esclavitud. Lazzaro (Adriano Tardiolo), un campesino joven demasiado bondadoso, trabaja en una aldea remota para la Marquesa Alfonsina de Luna (Nicoletta Braschi). Allí conoce al hijo de esta última, Tancredi (interpretado en su juventud por Luca Chikovani, y en su madurez por Tommaso Ragno), con quien entabla una curiosa amistad, debido al carácter rebelde y distante que mantiene hacia su madre, ya que en la época en la que se desarrolla el relato la esclavitud ya llevaba décadas y siglos abolida.

Podríamos decir que ‘Lazzaro feliz’ consta de dos partes, una desarrollada en la villa y la otra en la ciudad. El nexo entre ambas es un elemento fantástico sorprendente; elemento, entre otras muchas cosas, que ha hecho a la película merecedora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Sitges. A través del tiempo que transcurre entre las dos secciones se invita a una reflexión acerca del futuro, un futuro siempre incierto, y de los vaivenes que da la vida. Fíjense ustedes en la transformación —social, económica, política y física— del personaje de Tancredi, quien pasa de poseer una gran riqueza a no tener nada que poder llevarse a la boca.

Pese a todo, y pese a que la película contenga ingredientes fantásticos, ‘Lazzaro feliz’ está narrada con un realismo pasmoso, el cual, de alguna manera, contrasta con la inocencia (y, para el aquí firmante, excesiva bondad) de Lazzaro. A ello se suma el formato del filme, un bello 1:66:1 cuyos bordes de pantalla redondean la imagen otorgándole un aura nostálgica, como si de diapositivas de antaño se tratara, lo que permite a la cineasta Alice Rohrwacher ahondar en el paso del tiempo y, en definitiva, en cómo este no parece ser benevolente con nadie.

Pero, eventualmente, uno no puede evitar caer rendido ante esta cinta, embelesado por la belleza que destilan los últimos veinte minutos de la misma donde la infinita bondad inocencia del personaje principal se lleva hasta al paroxismo, haciendo que pensemos y nos replanteemos dos veces el mundo en que vivimos.

Lazzaro feliz’, al igual que la hipnótica ‘Burning’, de Lee Chang-dong, era una de las grandes favoritas para la obtención de la Palma de Oro de este año; premio que finalmente se llevó Hirokazu Koreeda por ‘Un asunto de familia’. Vale la pena darle una oportunidad a este canto a la amistad, la pobreza, la esclavitud, al devenir inseguro del futuro y del paso del tiempo, cuya mayor virtud reside —como decíamos— en su habilidad para reconstruir, para sí, el género fantástico.

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