
“Me apetece andar un poco” le dice Behnaz Jafari a Jafar Panahi antes de bajarse del coche en que ambos se encuentran. La cámara, entonces, inmóvil, regala al espectador un gran plano general en que vemos el sinuoso camino por el que la actriz iraní, que se interpreta a sí misma, al igual que el resto de personas/personajes, se dispone a caminar. Y vemos, y somos testigos, de la total integridad del trayecto antes de que ‘Tres caras’ funda a negro y aparezcan sus títulos finales. El cierre del nuevo filme de Jafar Panahi, rodado en la clandestinidad por la prohibición que el gobierno iraní le impuso en el año 2010, se presenta como una suerte de epítome de toda la obra a la que hemos asistido, una obra que, sin lugar a dudas, deja gran espacio y lugar para la contemplación de los hechos acaecidos en pantalla.
Lo mismo ocurre con su comienzo: después de ver un vídeo en formato vertical grabado con un móvil en que una joven, Marziyeh Rezaei, comete un acto de suicidio por su intento frustrado de ponerse en contacto con Behnaz Jafari para que pudiese ayudarla con su situación familiar, presenciamos una toma dilatadísima –de ahí esa contemplación de la que hablaba antes– en la que tanto Jafari como Panahi se preguntan, en el interior del vehículo en que pasarán gran parte del relato, todo tipo de enigmas: ¿Seguirá esa chica viva? ¿Por qué nadie me notificó acerca de las llamadas de esa chica? ¿Estará mintiendo?
‘Tres caras’, además, conforma una suerte de metalenguaje en la medida en que, en los albores de la película, Jafari le recuerda al director que tiempo atrás él quería filmar una obra acerca del suicidio, lo cual, también, desdibuja la fronteriza línea entre ficción y documental que sustenta el largometraje. A esto se añade que el viaje que ambos emprenden – el coche y el paisaje montañoso por el que transitan, además de la cinematografía en que la película se inscribe, no hacen sino reverberar los ecos de Abbas Kiarostami en, por ejemplo, ‘El sabor de las cerezas’ (1997)– realiza una radiografía de la república islámica en la que viven, la cual se encarga de menospreciar de muchas maneras la figura de la mujer.
Las tres caras a las que alude el título no son otras que las de Behnaz Jafari, Marziyeh Rezaei y otra chica a la que nunca vemos en pantalla, pero que fue obligada a abandonar la actuación. Cada una de ellas hace referencia a una generación distinta con el fin de mostrar la situación de la mujer iraní en las duras y distintas etapas de su vida; así, Rezaei se encarga de intentar ponerse en contacto con una actriz de referencia para que convenza a su familia de que estudiar teatro es una buena opción en vez de frustrar sus sueños como parece que quieren hacer sus allegados, sobre todo su posesivo hermano.
En 2015, Jafar Panahi estrenaba ‘Taxi Teherán’, otra película en la que mediante su posición de conductor de un vehículo reflexionaba acerca de la sociedad en la que vivía, denunciando sus injusticias, así como dejando latente la prohibición que tenía para filmar. Pero mientras que en su anterior obra la acción acontecía en la ciudad, ‘Tres caras’ discurre en el ámbito rural, examinando esa otra cara de la misma moneda, enseñándonos, como siempre ha hecho, lo que la república islámica quiere ocultar.