
Las primeras imágenes de ‘Kursk’, aquellas en las que la infantil figura de Misha (Artemiy Spiridonov) permanece sumergida durante dilatados segundos en el agua de una bañera, parecen estar estableciendo un diálogo con otros planos que tendrán lugar en la parte final de la última película de Thomas Vinterberg, fundador, junto con Lars von Trier, del movimiento Dogma 95. Pero, como veremos, no es este el único motivo visual (o temático) que se repite a lo largo del filme, sino que habrá otros que vendrán a arrojar una nueva luz sobre composiciones vistas anteriormente, otorgando, de esta manera, una estructura cuasi circular al conjunto, estructura que subraya, en no pocas ocasiones, la pérdida de toda esperanza que en un primer momento pudo haber sido vislumbrada.
Al comienzo del largometraje se nos presenta a una comunidad de marineros que pueden sobrellevar su día a día a duras penas debido a la inestabilidad laboral que padecen. Uno de ellos, de hecho, se casará un día antes de partir en el Kursk, el submarino nuclear ruso homónimo, y para satisfacer los deseos de su novia, él y sus compañeros pondrán en venta pertenencias personales valiosas, con el fin de poder festejar un gran banquete. Aun así, aunque el filme tiene un propósito coral, se centra, mayormente, en la pareja que conforman Mikhail y Tanya Averina (Matthias Schoenaerts y Léa Seydoux respectivamente) y en su hijo, fruto de la relación, el anteriormente citado Misha.
Pero, irónicamente, aunque de las imágenes se desprende felicidad debido a que los navegantes están pasando tiempo con sus familias, el formato 4:3 del primer pasaje de la película, los oprime y asfixia en cada uno de los planos que conforman el segmento, como si, aun estando con sus seres queridos sientan la imperiosa necesidad de salir a la mar; sus cabezas, sus pensamientos, sus ideas, están en otra parte bien distinta de lo que nosotros, como espectadores, estamos viendo. A ello se debe el hecho de que, a la partida del submarino, seamos testigos, mediante la utilización de un plano general, de cómo el cuadro se expande horizontalmente otorgándole a ‘Kursk’ un formato panorámico, lo que viene a significar la liberación y felicidad de los protagonistas, de igual manera que acontecía con el personaje interpretado por Antoine-Olivier Pilon en ‘Mommy’ (2014), de Xavier Dolan.
Y, cuando la tragedia tiene lugar, y cualquier posibilidad de supervivencia es ahora ya impensable, el opresivo 4:3 vuelve a aparecer, remarcando que desde este momento no hay cabida para un espacio panorámico, para un espacio feliz. Poco antes de esto, los marineros entonaban, dentro del submarino, el mismo tema musical que habían cantado en la boda del comienzo del filme. Nuevamente, otro suceso que se repite. Pero esta vez la iteración se encarga de señalar el cambio de perspectiva que el espectador tiene ante los dos eventos, asimilando una tragedia irrefrenable que nadie será capaz de abordar, ya que las propias autoridades que gestionan el caso parecen estar más interesadas en atenerse una vacua burocracia y defender los intereses de su nación, antes que salvar las propias vidas de los integrantes de la misma.
No es extraño, ni sorprendente, que ‘Kursk’ finalice con una secuencia tan evocadora como la de Tanya y Misa paseando por un sendero muy próximo al mar, y desde donde, y por última vez, vemos ese gran plano general del océano, como si el simple hecho de mirarlo tuviera el poder de volver atrás en el tiempo y que el submarino pudiese emerger de las aguas en las que se había sumergido, volviendo a esa dicha/reclusión que les aguardaba con sus respectivas familias.