Paul Verhoeven en Hollywood fue como Julio César en Zela: vino, vio y venció. Ya tenía en el palmarés de su etapa holandesa una nominación a los Globos de Oro por ‘Eric, oficial de la reina’ (1977), y otra a los Oscar por ‘Delicias Turcas’ (1973). Por tanto, cuando decidió hacer las Américas no era ningún pimpollo sin experiencia, sino más bien una voz que había causado un gran revuelo con sus películas en Holanda, y que buscaba nuevos horizontes creativos. Sus característicos temas ya estaban presentes: la ambigüedad moral, el erotismo, lo sórdido, la sátira, la violencia… de los cuales veremos unos cuantos en su máximo esplendor en ‘Starship Troopers‘. Pero no nos adelantemos.

El billete de salida fue la coproducción hispano-holandesa-estadounidense ‘Los señores del acero’, una sangrienta historia ambientada en la edad media, y protagonizada por el colaborador habitual de Verhoeven Rutger Hauer (sí, nuestro amado Roy Batty). El plato fuerte fue ‘Robocop’ (1987), una mordaz crítica social disfrazada de película de acción ultraviolenta, y según el propio director, una retorcida versión de Jesucristo «a la americana». Su enorme éxito -que dio para otras dos secuelas y un sinfín de productos derivados- era el inicio de una fructífera etapa, con el brillante blockbuster ‘Desafío Total’ (1992), y el thriller erótico ‘Instinto Básico‘ (1992).

El resto de la década no le fue tan bien. Ni el público ni la crítica estadounidenses valoraron sus siguientes proyectos, ‘Showgirls’ (1995) y ‘Starship Troopers’ (1997), aunque con el tiempo ambas cintas pasarían a ser de culto, y en la actualidad su reconocimiento ha aumentado en el mundillo cinéfilo. El fracaso de su versión del clásico personaje del Hombre Invisible en ‘El hombre sin sombra’ (2000) le hizo regresar definitivamente a Europa, donde recuperaría el éxito con varios trabajos de gran calidad, entre ellos la cinta histórica ‘El Libro Negro’ en 2006 (una revisión de los temas de ‘Eric, oficial de la reina’), y la perturbadora ‘Elle’, en 2016. Para el año que viene estrenará un nuevo thriller erótico, ‘Benedetta’, con Virginie Efira y Charlotte Rampling.

Starship Troopers, incomprendida en su día

Starship Troopers: Las brigadas del espacio

Centrémonos. Queda claro que ‘Starship Troopers‘ tuvo un recibimiento tibio. También está cristalino que el tiempo ha sido justo, y que hoy en día está mejor considerada. ¿Por qué? Pues sobre todo por su magnífica dirección, que adapta la novela de Robert Heinlein, un alegato pro militarista bastante denso, a una divertida película de aventuras espaciales. Y si te quedas ahí, pues sales contento igualmente: has visto a unos sonrientes y aguerridos héroes cargarse como a un millón de bichos repulsivos, y les has acabado cogiendo cariño por su simpatía y aventuras.

Hasta que uno repara en los detalles, y surge lo que Verhoeven definió como la «segunda narrativa», su intención de satirizar el fascismo y militarismo que, a su juicio, rezumaban de la novela original. Sí amigos, habéis leído bien. Johnny Rico, «Dizzy» Flores y Carmen Ibáñez forman parte, para el director, de una amigable arista del fascismo. Y no creo que podamos llegar solamente a esa conclusión quedándonos con las referencias evidentes, tales como ciertos uniformes de sospechoso parecido con los de la Wehrmacht o la propaganda estilo NO-DO: algunos lo hicieron, y acusaron a Verhoeven de orquestar una apología del nazismo, lo que es, viendo su trabajo, una afirmación bastante absurda.

No, hay que indagar en la película, sumergirnos en su narrativa -articulada como si fuera propaganda poco disimulada- y personajes. En este artículo analizaremos la sociedad humana interestelar de la que surgen los protagonistas, y así podremos entender la amplitud de la crítica y, si es posible, admirar todavía más la mala leche y humor negro del realizador holandés.  A partir de este punto se revelarán detalles de la trama de ‘Starship Troopers’. El autor no se responsabiliza de potenciales spoilers. ¿Desea saber más?

La Guerra es la Paz

La Humanidad ha proscrito el pacifismo. Ese viejo sueño de las sociedades humanas post-Segunda Guerra Mundial, ese ideal descrito como positivo en la mayoría de cultos y filosofías, ahora es visto como una utopía irrealizable y potencialmente dañina. Por boca del profesor Rasczak, nos enteramos de que, en el pasado, los científicos habían llevado al mundo «al borde del caos», hasta que «los veteranos» (militares) obtuvieron el control e impusieron la estabilidad. La democracia tal y como la conocíamos colapsa -o la hacen colapsar-, siendo sustituida por un sufragio censitario, que exige el Servicio Federal para poder participar en el sistema político.

Starship Troopers: Las brigadas del espacio

Sólo con esto ya podemos ver que el mundo de ‘Starship Troopers’ es una dictadura perfecta. ¿Exagero? No tanto: para empezar, con ese tipo de sufragio se aseguran que los resortes políticos estarán ad eternum en manos de veteranos. Por eso no se penaliza pasar del Servicio, porque igualmente no vas a ser un peligro para la estabilidad social. Los cambios sistémicos son imposibles, salvo que vengan del propio estamento militar. Y como es apreciable en la película, la disidencia de la ideología imperante no es muy común… al menos que sepamos. La soldadesca no actuará en contra de sus propios intereses, a priori.

Por otro lado, la presencia militar también es permeable en otros segmentos de la sociedad, como la educación. En los institutos hay veteranos -el mismo Rasczak- donde se enseñan la ideología y el relato histórico de los que se sustenta el régimen, así como conocimientos básicos del enemigo, el «otro» por antonomasia, la amenaza arácnida. Los padres de Rico ven con malos ojos esta situación, ya que temen que la escuela se utilice como una oficina de reclutamiento, pero como no son veteranos, no pueden hacer nada al respecto. ¿Cuántos padres más contemplarían, sin poder evitarlo, cómo sus hijos se van introduciendo poco a poco en la carrera militar de la Federación, con un destino más bien sombrío?

Hagamos una afirmación más arriesgada: a la Federación la guerra, más que perjudicarla, la beneficia. En la novela de George Orwell 1984, tres superestados viven en un conflicto permanente para poder sostenerse y justificar el control dictatorial de la población, así como la carestía, el miedo y la neurosis con las que estrangulaban a sus respectivas sociedades. Demasiado extensos para ser conquistados, participan en un juego de alianzas y escaramuzas, sin un movimiento definitivo que ponga fin a las hostilidades. La paz no existe, porque la estabilidad proviene de la guerra. Tal y como sucede con la Federación; sin un enfrentamiento interestelar con los insectos, un enemigo común para toda la Humanidad, quizás no sería un Estado tan estable. Necesitan crear una perdurabilidad no en base a la paz, sino a la guerra continua e interminable.

La Libertad es Esclavitud

Starship Troopers: Las brigadas del espacio

Poniéndonos técnicos -y contradictorios-, la Federación no es estrictamente hablando una dictadura; es más, ni siquiera lo era en la novela original. El racismo ha desaparecido, al igual que las desigualdades derivadas del género. La tecnología ha avanzado hasta el viaje interestelar. Por otro lado, la libertad parece intacta, porque tú, como individuo, tampoco estás obligado por ley a realizar el Servicio, ni serás penalizado si decides no hacerlo. Y si en cualquier momento durante tu instrucción decides que eso no es lo tuyo, rellenas un impreso y te vas sin más consecuencias que no poder votar ni ejercer un cargo público. Como venimos repitiendo, echemos un segundo vistazo a la cosa…

Si nos fijamos bien, pocos personajes de la película se apuntan al Servicio por sentir que es su deber ciudadano: ver mundo, entrar en política, hacer una carrera militar, facilidades en los permisos de reproducción, financiación de los estudios universitarios, reunir experiencias para plasmarlas por escrito, o por una chica/chico. Son muchos motivos, pero dejan ver cosas como restricciones reproductivas y desigualdades sociales, así como la necesidad de integrarte en el mecanismo castrense para participar en la res publica, mencionado en el anterior apartado. La libertad es, a falta de un término mejor, relativa.

¿Qué quiere decir esto? Que la Federación no resuelve sus desigualdades mediante compromisos políticos, o con acciones concretas para ayudar a grupos desfavorecidos. Lo que hace es recurrir al Servicio Federal, una causa supuestamente igualitaria y meritocrática, para integrar a esos sectores con promesas de prosperar y de tener acceso a diversas ventajas. Si no vienes de una familia de ricos como Johnny, la opción de un par de años matando bichos en algún sistema solar lejano, para luego ponerte con tus estudios o tener un hijo, puede ser muy atractiva.

La ciencia-ficción tiene una curiosa tendencia a ser profética. Siete años después del estreno de la película, Michael Moore presentó el documental ‘Fahrenheit 9/11’, el mordaz retrato de unos Estados Unidos en plena guerra de Iraq, tras el 11-S. En una de las escenas del mismo, unos reclutadores del ejército se paseaban por barrios deprimidos de Flint (Michigan), intentando convencer a los jóvenes de que se alistasen, a veces «en la misma cafetería del instituto». Los cantos de sirena eran similares: poder estudiar, conocer otros lugares, y encima cobrando un sueldo. El dinero desde Washington iba para las FFAA, no a la economía en horas bajas en cientos de ciudades por el país, ni a programas sociales para millones de americanos con riesgo de exclusión social.

La Ignorancia es Fuerza

Los bichos son unos enemigos de diez. ¿Por qué? Pues porque a) poseen un aspecto monstruoso, aterrador, y b) porque apenas se sabe nada de ellos. La empatía entonces es imposible, al igual que la compasión o la camadería. Y esta circunstancia es un alivio para la Federación, o al menos para los jefazos. Acabar con la vida de un igual no es lo mismo que hacerlo con la de una supuesta bestia sin corazón.

Un ejemplo, para ilustrar. En la Primera Guerra Mundial, en las trincheras, hubo algunos momentos en los cuales los combatientes, hartos de una guerra sangrienta y alejados de sus familias, terminaron por simpatizar con sus supuestos enemigos, con problemas y pensamientos similares. Los altos mandos del ejército británico recibieron inquietantes informaciones de que la soldadesca había organizado una tregua no oficial con los alemanes, intercambios de felicitaciones, ceremonias religiosas conjuntas, e incluso ¡partidos de fútbol!

Ante esto, se optó por hacer todo lo posible para que no se repitieran esos sucesos, y salvo hechos puntuales, así fue el resto del conflicto. Si los soldados confraternizaban demasiado, quizá en algún momento se preguntarían para qué demonios se estaban matando entre ellos. Y que la guerra terminara sería entonces la menor de las preocupaciones para la élite castrense…

Para evitar tentaciones, la propaganda ya se encarga de recordarnos constantemente lo horrendos que son nuestros enemigos arácnidos. En un anuncio, una profesora enloquecida por el entusiasmo anima a unos niños a pisar cucarachas, para cultivar el odio desde temprano; cada vez que hay una batalla con los bichos, las cámaras de TV se afanan en captar toda la casquería posible, para repugnar y dirigir la ira hacia el invasor; en pleno debate, uno de los tertulianos se indigna al plantearse la posibilidad de que haya arácnidos inteligentes. Los arquitectos de estos mass media han aprendido de las grandes guerras del siglo XX, donde la deshumanización del enemigo (despojarlo de valores y cualidades humanas) era una táctica habitual.

Curiosamente, hay un personaje que sí que habla bien de los insectos: la profesora invidente en la clase de biología alaba lo estables y jerarquizados que son, carentes de ego. Teniendo en cuenta cosas antes mencionadas, es posible que su admiración venga porque los arácnidos son un ideal de sociedad, a lo que se encaminan los seres humanos: toda una especie dirigida hacia a la supervivencia y la expansión, dividida en castas especializadas. A la larga, quizá ambos grupos sean menos diferentes el uno del otro, aunque esto ya pertenece al mundo de la conjetura pura. Se lo dejo a su imaginación, lector.

Starship Troopers: Las brigadas del espacio

¿Qué saben los personajes de los bichos, más allá de lo que les dicen en la instrucción o en los medios? Más bien poco. En ningún momento se les ocurrió que tuvieran la capacidad de razonar, o bajo qué circunstancias se inició la animadversión: durante el asalto a Klendathu, un periodista hace la curiosa declaración:

«Hay quien dice que el hombre provocó a los insectos ocupando su hábitat natural, que la política del vive y deja vivir sería preferible a la guerra con los bichos…»

O sea, que se ponía sobre la mesa la posibilidad de que los arácnidos ni siquiera hubiesen iniciado las hostilidades. O de que la convivencia pacífica era posible. Antes de que Rico, indignado, sacara la carta de la venganza por la destrucción de Buenos Aires, y nos recordara inmediatamente a los espectadores que los insectos son monstruos malvados que hay que exterminar. Pero unos instantes antes, en los informativos de la Cadena Federal, un mariscal del Consejo afirmaba en un encendido discurso:

«Debemos responder a la amenaza enemiga, con valor y arriesgando nuestras vidas, para asegurarnos de que la civilización humana, y no los insectos, dominará esta galaxia ahora, y siempre.»

Hablar está muy bien, pero ninguno de esos militares de alta graduación combate a pie de suelo. «Debemos», «arriesgando nuestras vidas», «asegurarnos»… el discurso omite que los que mueren despedazados son jóvenes adoctrinados en el militarismo y el odio ciego, desde el instituto. Toda una maquinaria militar, capaz de llevar a cientos de miles de personas a la muerte por conjeturas de los oficiales. Y cuando un desastre de ese calibre se produce, un apretón de manos sirve de relevo para una nueva táctica, otro intento, otro montón de víctimas. Por el dominio completo de la galaxia por parte de la civilización humana.

 

El final de Starship Troopers, tomándole prestadas las reflexiones al youtuber Smokerwolf, es desolador: Rico, que no se metió en la guerra por patriotismo o un verdadero sentido del deber con su sociedad, lo ha perdido todo por la guerra -sus padres, su hogar, a dos parejas, sus amigos- y no ha conseguido más que una minúscula victoria, que ni siquiera le garantiza la derrota definitiva de los insectos. El tono indica emoción, gloria, pero en realidad el pobre muchacho se ha convertido en un engranaje más del sistema, liderando a nuevas generaciones de peones prescindibles para un sacrificio masivo eternizado. Y lo peor es que lo hace convencido, con la ferocidad del fanático.

Tampoco me hagáis mucho caso. En realidad, he exagerado demasiado las cosas, he hecho un festival de overthinking. No hay nada que cavilar. Porque…  ¡Tenemos naves! ¡Tenemos armas! Necesitamos soldados como TÚ. ¡Os necesitamos a todos! La lectura de los artículos de Macguffin007 concede la ciudadanía.

¡Y VENCERÁN!

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