Cual James Stewart en ‘La ventana indiscreta’ (1954), de Alfred Hitchcock, Sam (Andrew Garfield), el protagonista de ‘Lo que esconde Silver Lake’ –la nueva esperada película de David Robert Mitchell, director de ‘It Follows’ (2014)–, pasa los días en la terraza de su apartamento espiando a las vecinas de la comunidad con unos prismáticos. Mediante la utilización de planos subjetivos que recorren la narración en no pocas ocasiones –lo que se presenta como una relectura de los filmes del mago del suspense; homenaje evidenciado, en absoluto disimulado– Sam cosifica el cuerpo femenino para su propio placer visual hasta que su vida se trastoca al conocer a Sarah (Riley Keough), mujer de la que queda prendado desde el primer momento en que la ve, mujer que le roba la mirada…

Después de pasar una noche juntos, donde queda patente la tensión sexual no resuelta entre ambos, Sarah desaparece misteriosamente a la mañana siguiente. Su apartamento está completamente vacío, como si nadie hubiese vivido allí en largo tiempo. Desde entonces, Sam intentará encontrar a la chica de sus sueños, saber qué ha pasado con ella, con esa mujer que parecía que pondría punto y final al sinsentido de su vida –les remito a la escena de sexo entre el protagonista y su amiga actriz, representada en clave de comedia, en la que prestan más atención al noticiario en emisión que al coito–, acechando a gente en su coche (cuya utilización del plano subjetivo parece releer las célebres secuencias de Scottie persiguiendo a Madeleine en la hitchcockiana ‘Vértigo (De entre los muertos)’ (1958), sumergiéndose en los lugares más recónditos y estrafalarios de Los Ángeles, y recurriendo a la violencia para conseguir respuestas a preguntas irresolubles.

Quizá, por ello, el dejarse llevar, el entrar en el juego que propone, sea una de las claves para el mayor disfrute de ‘Lo que esconde Silver Lake’, porque, en última instancia, no se trata de una obra regida por las leyes de causa y consecuencia imperantes en el cine convencional de Hollywood; al contrario, es un caos indómito a cada nueva secuencia (la una más surrealista que la anterior), donde la constante reiteración del dispositivo escópico puede llevarnos a pensar que todo lo que estamos viendo forme parte de la imaginación del propio Sam (o, mismamente, de una ensoñación permanente) y que nada tenga que ver con la realidad: todo se asemeja un mundo de ensueño –las piscinas, las fiestas, los bailes, los colores– en el que el protagonista del filme se encuentra irrefrenablemente perdido.

Esta perdición contiene tras de sí la avocación a un universo donde impera la paranoia, donde todo parece contener un doble y oscuro sentido que sirve a un propósito mayor que los habitantes de Silver Lake, pero sobre todo Sam, no llegan a vislumbrar: cajas de cereales que contienen mapas de lugares secretos, mensajes ocultos en singles, un hombre –un ente– que dice haber compuesto las letras de las canciones más famosas que perviven en el imaginario popular, etcétera. ‘Lo que esconde Silver Lake’, en su discurrir, se torna progresivamente más perturbadora, plagando su discurso de ideas inquietantes –¿tiene algún significado que una de las mujeres que muere en la película lo haga en la misma postura con la que posaba la modelo con quien Sam se masturbó por primera vez? ¿Está vinculando David Robert Mitchell el sexo con la muerte?– que quedarán, obvio, sin resolver.

En suma, el nuevo filme del director de ‘It Follows’ recuerda inevitablemente a aquella obra de Paul Thomas Anderson, ‘Puro vicio’ (2014), que nos sobrecargaba de información para no llevarnos a ningún lugar, que nos hacía dudar entre los límites de la realidad y la imaginación de su protagonista. ‘Lo que esconde Silver Lake’, a fin de cuentas, es el vivo retrato de la obsesión por la pérdida, por el intento de dar sentido a preguntas sin respuestas y la pretensión de volver a experimentar un encuentro del pasado que ha calado en lo más hondo de tu ser; un reencuentro que, a la postre, se presenta imposible.

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