En ‘La quietud’, nueva película del director argentino Pablo Trapero, el drama de una familia desestructurada se convierte en el perfecto recipiente donde volcar los traumas de unos personajes rotos por las heridas de un pasado que el espectador ha de ir conociendo gracias a la reconstrucción que van a hacer de este las tres protagonistas de la obra a lo largo de su metraje. Así pues, la trama gira en torno a un inesperado reencuentro familiar propiciado por un repentino ataque al corazón que deja a uno de los progenitores, Augusto Montemayor (Isidoro Tolcachir), en coma.

A diferencia del anterior largometraje de este realizador, ‘El clan’ (2015), donde la puesta en escena bebe del naturalismo y de una crudeza que se traslada (o más bien, acaba por dominar) a los personajes, en ‘La quietud’ se ensanchan los límites de un género dramático que dialoga por momentos con lo esperpéntico, generando así un híbrido grotesco en concordancia con la historia y los acontecimientos que rodearán a esta rota familia burguesa. Al mismo tiempo, el filme dialoga con otras producciones cinematográficas del país latinoamericano como ‘La ciénaga’ de Lucrecia Martel (2001) en relación al tratamiento del hábitat natural de estos decrépitos estratos de la sociedad: un gran caserío rural dominado por las moscas, repleto de antiguallas y en el que los cortes de luz son constantes.

La quietud dirigida por Pablo Trapero
Escena de «La quietud» dirigida por Pablo Trapero. Fuente: Wanda Vision

Destacaremos de ‘La quietud’ la construcción e interpretación del triángulo femenino protagonista. Graciela Borges da vida a Esmeralda Montemayor, una madre de familia atroz y camaleónica ante las adversidades que van a surgir a raíz de la ausencia de su marido. Los personajes de Eugenia (Bérénice Bejo) y Mía (Martina Gusmán), hijas de Augusto y Esmeralda, deambulan por el terreno de lo incestuoso como resultado de sus carencias afectivas dentro del ámbito parental. Esa extraña unión entre hermanas desembocará finalmente en un cambio de roles fuera del contexto familiar, como vemos en el desenlace de la película.

Conforme avanza la cinta, la trama abandona el drama de lo absurdo y degenera para dar paso a uno de los grandes traumas contemporáneos de la sociedad argentina: los horrores de su dictadura. Lo que en un principio aparece en fuera de plano y a través de pequeños indicios, al igual que ocurre en ‘El secreto de sus ojos’ (2009) de Juan José Campanella, acaba por dominar la pantalla y durante las secuencias del proceso penal contra los Montemayor en relación al origen de sus posesiones. Vemos de esta forma, como los fantasmas del régimen dictatorial continúan produciendo monstruos después de su final.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *