
Si echamos la vista atrás, recordaremos que el año pasado nos ha dejado interesantes películas de animación de reconocibles sellos y autores. El panorama ha sido de lo más variado, desde el estreno en la Berlinale a principios de año de la nueva película en stop motion de Wes Anderson ‘Isla de Perros‘, hasta la secuela tardía de ‘Los Increíbles’ de Pixar, pasando por los experimentos un poco más inclasificables de Fermin Muguruza (‘Black is Beltza’) o del dúo compuesto por el español Raúl de la Fuente y el polaco Damian Nenow (‘Un día más con vida‘), ambas con grandes reivindicaciones políticas y estrenadas en el pasado Festival de San Sebastián. Todas ellas, en mayor o menor medida, han dejado un poso que, tras un pequeño proceso historiográfico, se ha querido completar con una recomendación de las mejores películas de animación con estos 10 grandes títulos.
1. Alicia en el país de las maravillas (Clyde Geronimi, Wilfred Jackson, 1951)
Tras más de dos décadas de fijación con la novela de Lewis Carroll, Disney consiguió poner en movimiento las imágenes que combinaban las dos partes de este clásico, que si bien no caló en el público del momento (aún anestesiado por el habitual imaginario Disney) pronto se alzaría como una de las grandes obras animadas de corte surrealista del siglo XX.
Ante la imposibilidad (lastimera) de trasladar de manera literal los dibujos que John Tenniel había creado para acompañar la prosa de Carroll, los dibujantes de la compañía, encabezados por la diseñadora Mary Blair, tuvieron que adaptar sus creaciones de manera que, acompañada de la extensa y alocada composición musical (14 canciones en apenas 75 minutos de metraje), fueran lo más evocadores posibles. Aún hoy se pueden rastrear, bajo el aparente artificio «nonsense», vacuo e infantil, las lecturas (políticas) y los elementos de humor adulto que el guionista Aldous Huxley había sembrado en una primera versión antes de ser reemplazado por otros doce escritores.
2. El planeta salvaje (René Laloux, 1973)
Dirigida por René Laloux, quien después trabajaría con el gran artista del bande dessinée Moebius y realizada en los estudios checos de Jiří Trnka (marionetista y animador europeo por excelencia), cuenta la historia distópica de un planeta donde conviven dos razas, los Oms, humanos que viven sometidos y esclavizados, y los Draags, gigantes azules que han domesticado a los humanos. Una historia que bien podría resumir muchos de los dilemas morales de la Europa contemporánea, cuenta con un diseño que remite al arte psicodélico del rock progresivo de los setenta y que bebe del surrealismo de Dalí (que en no pocas ocasiones del breve metraje parece que estemos ante una variación de ‘La persistencia de la memoria’).
Laloux utiliza para contar esta historia, basada en la novela de 1957 de Stefan Wul, «Oms en serie», una variante del stop motion, conocida como animación cut-out (stop motion recortada), que recuerda al cómic de género de la época.
3. Cuando el viento sopla (Jimmy T. Murakami, 1986)
El americano Jimmy T. Murakami adaptó el cómic homónimo de Raymond Briggs que, trasladado a serial radiofónico un año después de su impresión, contaba la historia del terror a un ataque nuclear inminente a través de la ingenua mirada de una pareja de jubilados de Sussex. La preparación vino de los folletos reales distribuidos por el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial, que sirvieron de punto de partida para crear una sátira con un contenido crítico agudo sobre lo absurdo de la guerra.
El equipo de Murakami combinó el dibujo tradicional, para ilustrar a los ancianos Jim y Hilda, imprimiendo con exactitud los dibujos de Briggs, y la animación stop motion, reservada para los objetos que componen el fondo cambiante que deja la detonación de la bomba nuclear. El resultado final supone uno de los alegatos antibelicistas y antimilitaristas más elocuentes de cuántos han podido verse a lo largo del transcurso histórico del cine, que comparte abundantes ecos con la película que dos años después cosecharía más éxito dentro del prestigioso Studio Ghibli, ‘La tumba de las luciérnagas’.
4. Toy Story 1,2,3 (John Lasseter, Lee Unkrich, 1995, 1999, 2010)
Pixar se estrenaba en el largometraje creando un punto de inflexión para la renovación de la industria animada (entendida como un enfoque y no como único modo de hacer cine): estrenaba en 1995 la primera película animada hecha completamente por ordenador. La historia, que más tarde tuvo su continuación en otras dos partes, comenzaba en un cuarto infantil lleno de juguetes, escenario que resume a la perfección muchas de las esencias de la factoría de Lasseter, donde el tradicional cowboy Woody y la nueva adquisición del niño que habita en el dormitorio, Buzz Lightyear, trazan una carismática e imperecedera buddy couple.
En otras dos entregas, el estudio ha vuelto al universo ‘Toy Story’ añadiendo nuevos giros y alcanzando unos niveles de textura y detallismo que hacen de la trilogía la más exitosa de la casa, que en ningún otro momento ha sido capaz de entregar secuelas al nivel de otras películas originales. La tercera y gran última parte de la saga supuso un último gesto de libertad artística que unió a la perfección el principio y el (supuesto) final de la historia, en un claro homenaje a la imaginación, al cine y a los espectadores que una vez fueron niños en 1995. Este año se estrenará la cuarta parte, uno de las películas más esperadas del 2019.
5. La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997)
Las continuas alertas ecológicas siempre han tenido un lugar especial en la filmografía de Hayao Miyazaki (y en buena parte de las películas de Studio Ghibli), pero nunca se habían presentado de manera tan subversiva como en ‘La princesa Mononoke‘. Sin embargo, aunque la carga política de la misma es fuerte, la película nace de una voluntad artística que trasciende la transmisión de un simple mensaje o una moral aleccionadora, que a través de su estética visceral, acompañada de una fuerte tradición cultural y un tratamiento de los personajes femeninos difícilmente rastreable en otras películas contemporáneas, deja al espectador libre en su lectura, sin discursos obvios, sin paternalismos.
Miyazaki cuenta una historia que llevaba veinte años rondando en su imaginario, basada en pleno período Muromachi, la historia de un joven guerrero que tras ser enviado a una misión, se encuentra atrapado en una guerra mucho mayor: la de los humanos que buscan hierro y los dioses del bosque. El choque entre ambos mundos tiene como protagonista a San, la princesa Mononoke, humana que creció abandonada con los lobos del bosque, y que se alza como fuerza mediadora en una historia que deja claro no posicionarse con ninguno de los extremos.
6. Persépolis (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, 2007)
En el transcurso de la historia del cine, muchas películas han hecho utilidad de la animación para contar un evento o período específico de la humanidad, pero muy pocas se acercan a la coherencia e inventiva de la película de la iraní Marjane Satrapi, basada en su propio cómic autobiográfico. La película recrea el estilo deliberadamente plano y monocromático de su novela, chocando con el carácter de su protagonista, que nunca es plano, ni blanco y negro, sino rebelde, no solo contra el régimen persa tras las consecuencias de la Revolución Islámica, sino también ante los mimados y burgueses extranjeros que conoce de adolescente en París.
Todas las acciones se hilvanan gracias a un sentido del humor envidiable que evita el lamento o el victimismo y que combina lo universal y lo desconocido bajo una caligrafía personal, sencilla y elegante que guarda no pocos ecos con las famosas ilustraciones de la revista The New Yorker.
7. Mary y Max (Adam Elliot, 2009)
Ya en sus primeros cortometrajes artesanales ‘Uncle’ (1996), ‘Cousin’ (1999) y ‘Brother’ (2000), el artista australiano Adam Elliot sembraba los elementos de su personal estilo, que más tarde aunaría en una de las mejores cintas del siglo XXI, ‘Mary and Max‘. La técnica de animación claymation (stop motion con arcilla), una paleta de colores grisáceas, el interés peculiar por mostrar las relaciones en familias disfuncionales y la constante presencia de narradores y/o puntos de vista son entre otros algunos ingredientes e inquietudes del autor que casan perfectamente con la visión del mundo de Charlie Kaufman, creador de obras como ‘Synecdoche, New York’ o ‘Anomalisa’.
En su único largometraje hasta la fecha, habla sobre la soledad, la muerte, las enfermedades mentales o la sociedad que ejemplifica en dos personajes, Mary y Max, una niña inocente con ansias de conocimiento proveniente de una de familia desestructurada y que sufre bullying en el colegio y un señor mayor con síndrome de Asperger y depresión que apenas puede abandonar su domicilio. Entre ellos surge una relación epistolar, ya que cada uno vive en un extremo del mundo, y también una pequeña esperanza que hace que dos personas inertes se vayan dando algo de vida. Su tono es de un humor ácido y satírico que casa a la perfección con la puesta en escena elegida por el director, convirtiéndose en un ejemplo brillante de cómo utilizar lo beneficios de una técnica para elevar el relato.
8. Fantástico Sr. Fox (Wes Anderson, 2009)
Wes Anderson, uno de los autores más sintomáticos de la posmodernidad y del nuevo cine americano de autor de la década de los 90, coge como premisa para su primera incursión en el cine de animación el cuento infantil de Roald Dahl, Fantastic Mr. Fox, que deforma para terminar dando un resultado que se aleja casi por completo de su referente. Anderson, sin obviar del todo la lectura ecológica del relato de Dahl, utiliza los animales del cuento, encabezados por un zorro que roba de noche a los agricultores, para atribuirles las mismas características de sus personajes más atípicos, neuróticos, y sinceros que evidencia aún más la ruptura de los conceptos ‘para adultos’ y ‘para niños’ en el cine de animación.
Consciente de su flujo artístico tan artesanal es totalmente coherente que el texano se haya decantado por el stop motion con marionetas para traer en escena su propuesta, una de las técnicas más táctiles y artesanas donde las haya, que remiten al cine de animación checo. El proyecto, encabezado por las creaciones del animador Mark Gustafson, está inyectado de una ironía, que gracias al ácido guión de Noah Baumbach, hará las delicias de muchos espectadores.
9. It’s Such a Beautiful Day (Don Hertzfeldt, 2012)
Hoy en día rastrear el cine de autor es atravesar una frontera un tanto difusa. Pero si se quiere buscar en el cine de animación una figura cercana al sistema independiente, ese es Don Hertzfeldt. La filmografía del animador de California se centra principalmente en cortometrajes animados, apenas sin presupuesto, distribuidos vía internet creando una comunidad inmediata de fans alrededor del mundo. Su dibujo sobrio, infantil, cercano al garabato, ha creado una seña de identidad que a lo largo de dos décadas ha ido perfeccionando hasta estrenar su primer largometraje ‘It’s Such a Beautiful Day‘, donde reúne los tres cortometrajes que conformaron su trilogía de Bill, que sigue las desventuras de un hombre que vive en soledad, de pasado tortuoso, aquejado de una depresión que apenas le deja sobrevivir a los días.
Es en esta obra donde hace su mayor despliegue estilístico, fusionando sus dibujos a mano con imágenes de archivo grabadas, obligando a Bill a interactuar con el mundo, creando un collage plástico cuyo crescendo visual es acompañado paralelamente por el entusiasmo sonoro de la voz del propio Hertzfeldt (que narra las acciones, ofreciendo de forma ácida diferentes lecturas sociales) y el acompañamiento musical, compuesto por variadas piezas clásicas. El californiano demuestra con su obra más frenética, heredera del cine experimental, las ilimitadas posibilidades formales de la animación.
10. Anomalisa (Charlie Kaufman, 2015)
Si algo he intentado dejar claro en este artículo, ha sido efectivamente, como informaba arriba, mostrar las infinitas formas de la animación para capturar momentos vitales, cotidianos, sociales y políticos de manera única. No es casualidad entonces, que una de las mejores películas de animación recientemente estrenada venga de la mano del prestigioso guionista Charlie Kaufman. Financiada tras un proceso de crowdfunding, pese a sus exitosos proyectos escritos, ‘Cómo ser John Malkovich’ (1999) u ‘¡Olvídate de mí!’ (2004), Kaufman traslada a la pantalla sus preocupaciones sobre los elementos más característicos de la actual sociedad líquida, como los conceptos deformados de la familia o el amor: la historia de un experto del servicio al cliente con una gran crisis interior, que se intensifica cuando va de viaje de negocios a presentar su libro de consejos y conoce a una mujer.
Gracias a un uso de marionetas totalmente antropomórfico, Kaufman y su animador Duke Johnson, inciden en la automatización (y consiguiente deshumanización) de las relaciones que mantiene el protagonista, Michael Stone, que le llevan encerrarse en una visión del mundo decadente y ausente de estímulos. Los mejores momentos del filme llegan cuando se traducen a la perfección la inestabilidad emocional y preocupaciones del protagonista en una puesta en escena de corte surrealista, que deja secuencias imborrables para la memoria.
Y un cortometraje fundamental…
Por si hubiera sabido a poco, me aventuro a recomendar uno de los mejores cortometrajes animados jamás realizados: ‘Erizo en la niebla‘, dirigido por Yuriy Norshtein en la Unión Soviética del año 1975. Norshtein cuenta, a partir de un relato basado en la novela homónima de Sergei Kozlov, la historia de un erizo y una cría de oso que se encuentran cada tarde para tomar el té, charlar y contar las estrellas. Pero bajo una aparente faceta de cuento infantil, adornado de preciosas secuencias oníricas, el autor habla en apenas once minutos sobre las dudas y el miedo a lo desconocido y sobre la reivindicación de unas sensaciones tan terrenales y vitales como el temor o la esperanza.