El jueves 24 de enero comenzó el Festival de Sundance 2019, la esperada cita con el mejor cine independiente del mundo. Park City, uno de los destinos más importantes de los amantes del cine, se llena de carteles e imágenes del festival y nos ofrece un paisaje invernal propio de una postal.

Sundance 2019 abrió sus puertas con la conferencia de prensa de la mano de los principales organizadores del festival: Robert Redford, fundador del Instituto Sundance, Keri Putnam, directora ejecutiva, John Cooper, director del festival, y Kim Yutani, directora de la programación, entre otros presentes.

Robert Redford dio unas palabras de bienvenida y un agradecimiento especial a toda la gente que trabaja como voluntaria, cuyo esfuerzo y organización (y yo añadiría su buen trato y entusiasmo) es esencial para que el festival funcione. Seguidamente, Keri Putnam subrayó el tema de esta edición de Sundance, RISK (que se podría interpretar como arriesgado o riesgo), con el propósito de apoyar y celebrar el atrevimiento que supone para muchos artistas la realización de proyectos independientes, al ofrecer miradas distintas ancladas en problemas reales y urgentes de nuestro mundo, y mostrarnos un cine que incomoda y que lleva a la audiencia a salir de sus zonas de confort.

Otro de los temas que resaltó de Sundance 2019 fue el esfuerzo por parte de la organización del festival por elevar el número de voces representadas. Por primera vez este año se han publicado los datos demográficos que hablan sobre la diversidad y la inclusión tanto de artistas e historias, como de la prensa invitada (63% de la prensa acreditada proviene de grupos poco representados). Es un avance que revela realidades importantes, puesto que la diversidad reside no solo en quién dirige la película, sino también en el mundo que ésta refleja, en las perspectivas críticas que se ofrecen, y en las oportunidades de promoción y proyección.

A continuación, se incluye una crónica detallada de algunas de las películas a cuya proyección el equipo de Macguffin007 ha podido asistir.

Native son (USA). Dir. Rashid Johnson

A competición en la sección U.S. DramaticRashid Johnson hace su gran debut como director con este drama social. Bigger “Big” Thomas (Ashton Sanders) es un joven afroamericano que vive con su madre y sus hermanos en los suburbios de Chicago. Sale con una chica desde hace algunos meses, fuma marihuana, lleva pistola y se viste como un punk. Big desea vivir mejor, por lo que acepta un trabajo como chofer para la familia de un acaudalado hombre blanco. Todo va bien hasta que se involucra en una escena de crimen, lo que le genera toda clase de problemas.

“¿Cómo habría reaccionado el protagonista de una novela de los años 40 en circunstancias extremas en el nuevo contexto de pobreza?” Rashid Johnson

Escena de «Native son» dirigida por Rashid Johnson.

Entre los numerosos atractivos de esta película, se encuentra la caracterización del protagonista. Desde su comienzo, la película nos adentra en el viaje existencial de Big, un joven que lleva el pelo teñido de verde, se pinta las uñas de negro y escucha música de Beethoven. Es un sujeto tan complejo como empático, en lucha constante por controlar su vida en un entorno donde la menor equivocación puede destruirlo.

La película ofrece un giro en la trama que marca un antes y un después en la vida de Big, subrayando la posición de denuncia ante una sociedad norteamericana que dicta las vidas de los afro-americanos que viven en ella. La actuación admirable de Ashton Sanders (el adolescente Chiron en ‘Moonlight‘), es capaz de transmitir una dosis de empatía exacta, sin caer en la victimización de un sujeto que, si bien tiene agencia, actúa llevado por el miedo y su situación de extrema vulnerabilidad.

El riesgo, y en mi opinión el logro de este proyecto, radica en adaptar una historia de los años 40 de manera que sea vigente y relevante al público de hoy. El trabajo de transformación que ofrece el guion, de la mano de la ganadora de un Pulitzer Suzan-Lori Parks, ofrece cambios tan sorprendentes como efectivos para hablar sobre la complejidad de la experiencia afro-americana hoy y las circunstancias en las que las relaciones raciales y de clase se enmarcan. Rashid Johnson, artista visual reconocido, explota la cinematografía muy acertadamente, al servicio de la trama, de forma elegante, atrevida y refrescante.

Honey Boy (USA). Dir. Alma Har’el

Esta impresionante colaboración entre la directora Alma Har’el y el guionista/actor Shia LaBeouf nos cuenta una historia autobiográfica sobre el alcoholismo en el seno familiar y las ramificaciones del trauma de la infancia. ‘Honey Boy‘, que compite en U.S. Dramatic, sigue dos hilos temporales que nos permite observar la polémica relación entre padre e hijo y sus intentos de remendarla a lo largo de una década.

El tiempo presente nos remite a Otis Lort (Lucas Hedges), quien tras un grave accidente de coche es trasladado a un centro de rehabilitación para alcohólicos. Los flashbacks nos llevan a la adolescencia de Otis (Noah Jupe), un niño de doce años que comienza a tener éxito como estrella infantil de la televisión en Hollywood. Cuando Otis no está delante del público, pasa sus días con un padre abusivo en un motel en las afueras de la ciudad.

Escena de «Honey boy» dirigida por Alma Har’el.

La historia, escrita por LaBeouf después de uno de sus períodos en rehabilitación, indaga en su tensa relación con su padre alcohólico, interpretado por el propio LaBeouf. También se cuenta el difícil proceso de rehabilitación del hijo, que conlleva a su vez la necesidad de aceptar y recuperar la memoria del padre como una forma de superación del trauma. Cabe preguntarse si esta decisión de LaBeouf supone recurrir al cine como vehículo de reconciliación con su padre fallido.

“Es extraño fetichizar tu dolor y hacer un producto con él. Y te sientes culpable por eso”. Shia LaBeouf

Sin duda alguna, el filme retrata con honestidad el dolor y la soledad de un joven marcado por la violencia física y verbal en el ámbito familiar, que busca desesperadamente el cariño y la protección de su padre. Destacaría de esta película el gran acierto a la hora de combinar la crudeza de la realidad con escenas poéticas y llenas de ternura, que ofrecen momentos de distensión. Por ejemplo, el papel que desempeña una singular y misteriosa gallina, conectando estos dos espacios temporales.

El público de Sundance 2019 recibió esta película con una ovación general el viernes noche tras su proyección en la sala de cine Eccles Theater.

Untouchable (USA). Dir. Ursula Macfarlane

En este atrevido documental sobre Harvey Weinstein, la directora Ursula Macfarlane explora esta figura mediática desde su auge hasta su caída debido a las acusaciones de abuso sexual. El documental nos presenta las dos caras de una misma moneda. Por un lado, está el Harvey titán, el empresario visionario queno acepta un no por respuesta”, como afirma su secretaria. Por otro, está el acosador y chantajista, producto de la cultura de la intimidación y del privilegio.

El documental indaga en cómo es posible que este comportamiento haya sido silenciado durante tanto tiempo. Para ello se remonta al año 1978 para contarnos cómo y dónde comenzó todo. Una de las preguntas que intenta responder, como explica la directora, es cómo el poder manipula a las personas, cómo aquellos que lo detentan consiguen salirse con la suya y, por último, cómo la sociedad en general ha actuado y debería actuar de ahora en adelante.

Harvey Weinstein en «Untouchable», documental dirigido por Ursula Macfarlane

El gran logro de este documental, que presenta un enfoque puramente narrativo, radica en el valor testimonial de muchas de las mujeres que fueron víctimas del acoso verbal y físico del magnate. Presenciamos rostros conocidos, como los de Erika Rosenbaum o Paz de la Huerta, cuyas confesiones incluyen largos silencios que esconden realidades dolorosas. Otras, por el contrario, no dudan en contar detalles de la situación violenta y traumáctica por la que tuvieron que pasar.

Otro gran acierto, en mi opinión, está en los otros testimonios, en este caso los de los empresarios y compañeros de Miramax, voces que sacan a relucir una cultura machista y del silencio que durante años ha validado el poder abusivo de gente influyente como Harvey, y que facilita que se conviertan en sujetos “Intocables”. Tal es la justificación que ofrece uno de ellos, cuando intenta explicar por qué no hizo nada: “Sabía que muchas mujeres se acostaban con él para hacerse famosas”. En vez de responsabilizar a Weinstein y a esta cultura del privilegio por sus prácticas de depredación sexual, la carga de la responsabilidad recae sobre la víctima.

Divino amor (Brasil). Dir. Gabriel Mascaro

En, tal vez, su filme más arriesgado y controvertido hasta la fecha, el director brasileño Gabriel Mascaro se mete con dos estamentos con muchísimo poder (no sólo en Brasil): el estatal y el religioso. ‘Divino amor’, que compite en World Cinema Dramatic, es el cuarto largometraje de este realizador que nos invita a reflexionar sobre las interrelaciones e intersecciones entre la religión, la tecnología, el Estado y el amor en su faceta reproductiva.

La película lo hace a través de una historia que tiene lugar en el año 2027, en una ciudad (presumiblemente, Brasilia) gobernada por un estado totalitario y tecnocrático. ¿Tiro por elevación a Bolsonaro? En este Brasil, cercano y distópico, en el que la mayor fiesta popular ya no es la del carnaval sino la del “Divino Amor”, una celebración religiosa con todos los elementos de un multitudinario concierto de música electrónica al aire libre, Joana (Dira Paes), empleada estatal encargada de tramitar divorcios, intenta convencer a las parejas de no seguir adelante con su propósito y de refundar su matrimonio con la ayuda de esta nueva fe.

Esta Iglesia del Amor Divino a la que pertenecen Joana y su esposo Danilo (Julio Machado), una vertiente sui géneris del cristianismo evangélico, identifica a Dios y a Jesucristo con el amor, y a este último con la fuente de la creación y la vida. De ahí que, para Joana y Danilo, en tratamiento por su infertilidad, el lograr concebir un hijo confirmaría, no ya que son amados por Dios, sino que éste se manifiesta además al mundo a través de su unión matrimonial. Para esta religión, y para el Estado que indirectamente la apoya, tener hijos es la ofrenda y el servicio más sublime. Esto explica, por ejemplo, que el aparato estatal detecte a las mujeres embarazadas, por medio de “blackmirrorescos” portales de seguridad instalados en espacios públicos, para darles un trato preferencial y, al mismo tiempo, vigilarlas.

Escena de «Divino amor» dirigida por el cineasta brasileño Gabriel Mascaro

Sorprendentemente, en un giro de tuerca inspirado en eventos de la vida de Jesucristo (y espero no estar revelando demasiado), cuando esto finalmente ocurre, la fe de Joana y Danilo, e incluso la del estamento religioso del cual forman parte, es puesta a prueba. ¿Hasta qué punto está dispuesto un “creyente” a creer en un milagro? ¿Qué línea separa la fe de la blasfemia? ¿Qué ocurre cuando los “designios de Dios” enfrentan a un individuo con las instituciones que lo gobiernan?

No quiero terminar este “teaser” sin aludir a unas afirmaciones de Mascaro, realizadas en el marco del Q&A de uno de los visionados del filme en este festival de Sundance 2019, que iluminan, me parece, al menos algunas de las motivaciones detrás del mismo:

“Me es imposible no ver el lado erótico de la religión. Me paso todo el tiempo pensando en la distancia entre el cuerpo y la cámara. ¿Por qué, dado el auge de la pornografía y la ciencia ficción, sorprende tanto que en mis filmes haya escenas de sexo explícito?. El cine me permite establecer un diálogo, un acercamiento, con personas e instituciones que, en la vida real, me son totalmente antagónicas”. Gabriel Mascaro

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