Qué ha motivado al cine a volverse hacia sí mismo como recurso sentando las bases del fenómeno metafílmico. El cine es un arte que nos reproduce. Una extensión del ser humano que nos refleja, independientemente de nuestra voluntad, y en la que nos reflejamos, voluntariamente. Entender. Captar. Expresar. Narrar. Discutir o, simplemente, observar. El cine va, en el fondo, sobre observar. Observar y confrontar. Confrontar la realidad con la ficción y la apariencia con la esencia.

El cine se ha caracterizado por ser un recurso discursivo y reflexivo. Discursivo y reflexivo debido a las situaciones que apunta y que nos sitúa. Nos sitúa dentro de una ficción real, tomada como real por el espectador/a pero que, en el fondo, es una situación no vivida en la concreción del individuo.

Dicha situación construye al espectador; al ojo que todo lo ve, como parte de la historia. Nos emplaza en el lugar de ‘guionista’ dentro de ella. Esto es la comprensión que hacemos de la historia que ya ha sido realizada. Comprensión que confronta dos visiones distintas; dos constructos distintos. El del ojo que la ve, que la observa; el espectador, el cual se guía por unos hechos precedentes a la pantalla que construyen su imaginario y su estructura social, y la del creativo, el director, que también parte de un background distinto para narrar dicha historia.

Es, en la sala de cine o, debido a la deslocalización de la pantalla por el hecho tecnológico, el salón de casa, donde se funden dichas dicotomías. Dicotomías que, a pesar de la diferenciación, pueden concluir en lo mismo, o recorrer diferentes caminos. Es en este punto donde el enfoque global, con la pantalla global, hacen del hecho fílmico un transdiscurso debido a la capacidad de los filmes para impulsar o renovar tendencias culturales y/o sociales, modificar las formas de ser y obrar de las personas e incluso de redireccionar las diversas estéticas tanto dentro como fuera del cine.

Desprendido de dicho metadiscurso fílmico, también el cine se forma como unas artes que necesitan autoreferenciarse para poder producir y reproducirse para continuar con una lógica más allá de la pantalla. Así, esta lógica se pierde si no es conocida por el espectador.

Son tres puntos que confluyen: el espectador, el director y la pantalla. O, lo que es lo mismo, el espacio cultural y social del espectador, el proceso creativo y los antecedentes que llevan al director a mostrar dichas imágenes narrativas, y lo que se desprende de lo mostrado en la pantalla. Pero la visión que muestro aquí no es importante si no se extrapola a películas concretas, pues nos quedaríamos en la cueva de Platón, sin ver el mundo exterior —e interior— del cine.

El primer filme al que quiero hacer referencia es ‘Ed Wood’ de Tim Burton. Años 50 del siglo pasado, época dorada de Hollywood. ‘Casablanca’, ‘Con la Muerte en los Talones’, ‘Con Faldas y a lo Loco’. Todo era lujo y derroche. Lujo, derroche y, por supuesto, blockbusters. Esa era la norma. Pero para Edward Davis Wood Jr. no. Quería hacer cine y así hizo. Fuera de los dictámenes industriales de sus tiempos.

¿Por qué esta película refleja lo metafílmico? Porque la historia de Ed Wood nos muestra cómo se hacia cine —malo— en la época y, por ende, podemos intuir como lo hacían las majors. Por mostrarnos los antecedentes culturales y sociales del protagonista, de Tim Burton a la hora de hacer su cine y por enseñarnos que las etiquetas sociales —Ed Wood está calificado como peor director de la historia cinematográfica— no se asemejan, o sí, con la realidad. En ese punto decide el espectador.

La segunda obra audiovisual es ‘La Concejala antropófaga’. Cortometraje dirigido por Pedro Almodóvar, muestra a una política de derechas a la que le gusta comer —no en un sentido literal, sino sexual— a hombres y la cual argumenta dicho fetiche. Lo argumenta tanto para la otra protagonista —dormida durante todo el shortfilm— como para el espectador.

¿Por qué escuchar a una política de derechas antropófaga hablando de sexo hace referencia a lo metafílmico? Porque la importancia de la historia reside en la interactuación del personaje consigo mismo, con la otra protagonista dormida y con el espectador en sí. También por poner en entredicho la ficción con la realidad y la apariencia con la esencia, pues la política de derechas habla de sexo mientras consume cocaína. Y, por último, porque es cine dentro del cine; el cortometraje lo realizó Pedro Almodóvar para una escena de ‘Los Abrazos Rotos’, también dirigida por él.

 

La Mala Educación’ de Pedro Almodóvar cuenta la historia de un encuentro en los años ochenta, de dos persones que descubrieron el amor en los años sesenta y que vuelven a coincidir. Un encuentro entramado y oscuro pero a la vez brillante que sitúa a los personajes en el presente, en 1980, para que lidien con su pasado.

Encuentro que nos pone en jaque entre la realidad y la ficción, tanto dentro del filme como fuera de él. Nos enseña la apariencia y la esencia de los hechos mostrados y los hechos vividos, tanto dentro de la pantalla como fuera. Dentro de ella también hace referencia al background del director-protagonista y nos enseña su proceso creativo. Proceso que cambia radicalmente la película.

El cuarto filme al que quiero hacer mención es ‘Mulholland Drive’ dirigida por David Lynch. Promesas, ilusiones. Betty Elms (Naomi Watts) quiere cumplir la suya: ser actriz. Por eso, llega a Hollywood para cumplirla pero empieza un viaje sin regreso cuando descubre en el apartamento de su tía, donde se hospeda ella, a Rita (Laura Harring) una mujer que no recuerda su pasado y que, por ende, no se sitúa en su presente.

David Lynch nos muestra un ‘sueño’ a las profundidades de las protagonistas, de nosotrxs mismxs, y de su universo. ‘Sueño’ que decidimos nosotrxs, como espectadorxs, si lo es o no. Nos enseña también la cruz de la moneda de Hollywood, la alfombra roja del horror que no vemos y que no apreciamos, pero que está ahí. Vemos, en definitiva, el modo en que Lynch nos hace ‘guionistas’ de su historia, cómo confluye la pantalla y lo que se desprende de ella y nos pone a dialogar entre su background y el nuestro.

En definitiva, lo que vemos en común en estas historias, estas pantallas, dichas estructuras sociales y culturales desprendidas y nuestra relación con ella es el concepto de originalidad en todas ellas; todas son únicas pero la cuestión más importante que tenemos que plantearnos es: ¿Qué quieren realmente las imágenes? ¿Lo metafílmico irrumpe el concepto romántico de “originalidad”?

Lo dudo. El hecho de situarse delante de fotogramas en movimiento ya nos produce algo. Y ese algo es el potencial del cine.

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