Nos ponemos en situación para hablar de una película de culto como ‘Nosferatu’. Una estrecha habitación con una puerta de madera. Un tono arenoso colorea la estancia. Poco a poco esa puerta se va abriendo. Enorme y espigado, encajado en el marco, aparece el conde Orlock… Su cara de muerto es la misma que se nos queda cuando vemos lo que parece ser un monstruo real, un freak que podría pasar por humano excepto por las larguísimas orejas y manos. Sus extremidades están tensas y no sabemos si su intención es atacar o permanecer expectante ante la reacción de quien se encuentra frente a él sin escapatoria.

Esta escena, cuando entra en el cuarto de Hutter atravesando la puerta ojival (forma que presentan todos los arcos que cruza, por cierto), es la que se aparece en mi mente cuando alguien me habla de ‘Nosferatu‘ (1922, F.W. Murnau)Una imagen que recuerdo del primer visionado en un gastado VHS, cambiando su textura y color cuando por segunda vez la vi en el DVD de la edición remasterizada que recuperaba el tintado azulverdoso para las secuencias nocturnas. Luciano Berriatúa fue el responsable de la restauración más fiel de la única copia del negativo original que hay en París, la correcta recuperación de la película tras haber vivido una auténtica odisea que el historiador español nos describe con detalle en su imprescindible libro Nosferatu: un film erótico-ocultista-espiritista-metafísico.

El saber que se trata de una obra casi perdida refuerza la percepción que tuve de estar por momentos viendo un metraje encontrado, la sensación de que es un vampiro de verdad al que han grabado en un documental. ‘La sombra del vampiro’ (2000, E. Elias Merhige) planteaba este panorama, donde el actor que hace de conde Orlock (interpretado por Willem Dafoe) es un vampiro de verdad y se comporta como tal durante el rodaje. Desde luego el título es perfecto para remarcar la imagen emblemática de la película original: Nosferatu sube las escaleras pero sólo vemos la sombra proyectada y ligeramente distorsionada cuando después amenaza con su garra.

Una productora con misterio

Hablar de los productores de cine no suele ser lo más divertido, pero en el caso de ‘Nosferatu‘ merece la pena para entender la gestación de esta gran obra del cine. Prana Film fue fundada por Enrico Dieckmann junto a Albin Grau. Mientas que a Dieckmann se le acusa de haber provocado la quiebra de la empresa, Grau resulta ser la personalidad de mayor importancia en este proyecto (que planteó como el primero de otros muchos de corte terrorífico y simbólico que nunca pudo realizar): sus créditos en la película son los de diseñador de decorados y vestuario, pero también se ocupó de la publicidad dibujando numerosísimas ilustraciones y escribiendo artículos de corte intelectual que incluso llegaron a influir en la teoría cinematográfica que Murnau desarrollaría durante su carrera (en ‘Amanecer‘ volvemos de nuevo a la lucha entre luz y oscuridad).

El director de cine F. W. Murnau
El director de cine alemán F. W. Murnau (1888-1931)

Pero lo más sorprendente es que Grau era un ocultista, ostentaba el cargo de Primer gran maestre de una logia berlinesa y, aún rechazando lo anticristiano, estaba relacionado con el famoso Aleister Crowley, llamado “el personaje más inmundo y más perverso del Reino Unido”. En definitiva fue quien animó a Murnau para hacer la película, cuya génesis surgió de ver a una araña succionando a su presa, escena que literalmente es observada por el personaje devorador de moscas, Knock. Volviendo a ‘La sombra del vampiro‘, no es casualidad que su productor fuese Nicolas Cage dado su interés por el ocultismo.

Una vez sabemos quién estaba detrás de Prana Films, podemos intuir que en la cinta nos encontraremos con toda clase de significados, algunos ocultos y otros no tanto: el personaje del profesor Bulwer aparece en los créditos como seguidor de Paracelso (el controvertido alquimista) y en su casa se pueden vislumbrar papeles de la matemática mágica, al igual que veremos en otras escenas cartas llenas de signos extraños. El logo de la productora simula un Yin Yang tumbado en el que lo blanco está sobre lo negro, y “prana” es un concepto que tiene que ver con lo vital, con ese brebaje que tanto ansían los vampiros (o chupasangres, los que te succionan el alma). Por lo tanto el haber versionado Drácula de Bram Stoker fue básicamente para tener una historia sobre la que exponer sus ideas ocultistas, convirtiendo la novela en un guion de Henrik Galeen (El Golem), quien aún teniendo la suerte de poder asistir al rodaje vio cómo su trabajo era constantemente cambiado por director y productor. El no haber pagado los derechos les supuso tener de enemiga a la viuda de Stoker, consiguiendo ésta que se destruyesen la mayoría de negativos por medio de una orden judicial (existe la maravillosa teoría de que ella pertenecía a una secta ocultista rival).

Diferente a Drácula

Entre los ajustes que tuvieron que hacer, no sólo notamos el cambio del nombre conde Drácula por conde Orlock, sino que podemos encontrar diferencias respecto a sus características: Nosferatu tiene sombra, se refleja en el espejo, no se transforma ni en murciélago ni en hombre lobo y presenta un aspecto de alimaña, embutido en un traje desprovisto de toda elegancia. Su misión en la historia es la misma que la de Drácula, pero desde la puesta en escena se presenta al personaje con cierto misticismo: su cuerpo se difumina al cruzar una puerta y desaparece dejando humo al morir porque se le considera un ser astral, concepto que encaja con las enseñanzas del mago Eliphas Lévi en su libro Dogma y ritual de la Alta Magia.

Nosferatu (1922) dirigida por F. W. Murnau
Imágenes de la edición remasterizada de Nosferatu (1922) dirigida por F. W. Murnau

Sigue compartiendo la vida con los humanos porque les quita la sangre (el alma) y lleva consigo su ataúd (su cuerpo desintegrado  en la tierra)… Cuerpo y sangre, dos ideas ligadas al cristianismo nos llegan de la mano de un ser demoníaco que a su vez debe ser eliminado mediante al sacrificio de un ser puro, Ellen (Greta Schroeder). Aún siendo el malvado, considero que hay una aura de admiración hacia él que se respira durante todo el metraje, concediéndole los planos más impresionantes y haciendo que todo gire en torno a su figura, como aceptando el hecho de que no tiene culpa de ser quién es y merezca cierta adoración por parte de aquellos que también se ven diferentes al resto.

Influencias de Nosferatu

Esta misma fascinación por los freaks también se da en un cineasta que he seguido desde siempre, conocido por mimar a los malos de sus historias contemplándoles desde un prisma compasivo y enalteciéndoles frente a los personajes “buenos”. Gracias a él tuve mi primera conexión con ‘Nosferatu‘ mucho antes haberla visto, a través de una de las películas que más disfruté durante mi infancia: ‘Batman vuelve‘ (1992, Tim Burton). La sombra distorsionada del pingüino correteando por las alcantarillas, así como el maquillaje de Danny DeVito, es casi una referencia directa; digo casi porque la directa es el personaje interpretado por Christopher Walken, el alcalde Max Shreck, un nombre coincidente con el del actor que dio vida a Nosferatu, Max Schreck (su apellido significa “horror” en alemán). En general la película está imbuida de una estética expresionista, al igual que lo está la obra de Burton en mayor o menor medida, siendo el mejor ejemplo su producción ‘Pesadilla Antes de Navidad‘ (1993, Henry Selick).

 

En ‘Batman Vuelve‘ la partitura escrita para cada personaje le otorga un tono operístico al filme convirtiéndolo en una obra muy especial. Para su película, Murnau se centró especialmente en la música compuesta por Hands Erdmann, preparándola junto a él antes de empezar a rodar. El título original “Eine symphonie des Grauens” alude a una sinfonía del horror, dividiéndose la trama en cinco actos como una sinfonía. El director ya se había adentrado en el género de terror con ‘La cabeza de Jano‘ en 1920, basada en “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” e incluida dentro de sus películas desaparecidas; ‘El castillo encantado‘ también la dirigió antes y en ella pudo practicar varios recursos que luego utilizaría en Nosferatu. En el viaje hasta Transilvania que realiza el protagonista Hutter (Gustav von Wangenheim) todo resulta aterrador y elementos como el paisaje mismo contribuyen a ello, pero lo fantasmagórico llega con el carruaje de caballos: una potentísima imagen que ya podíamos encontrar de un modo semejante en la película sueca que rodó Victor Sjöström un año antes, ‘La carreta fantasma‘ (a la que han encontrado enormes similitudes con ‘El Resplandor‘ de Kubrick).

Aún siendo un filme de contrastes con claroscuros, los decorados fueron diseñados de un modo más realista alejándose de los ángulos imposibles de otros puramente expresionistas como los de ‘El gabinete del Dr. Caligari‘ (1920, Robert Wiene). Casi nos llama más la atención el modo en que se suceden los planos para llegar al terror, un buen montaje que consigue secuencias sorprendentes para la época en que fue concebida, como la del barco surcando el mar donde las velas están cortadas en el encuadre (lo común habría sido capturar el barco completo).

Artesanía pura

Numerosos trucos llamarán seguro la atención de quien la vea, desde el stop motion usado para levantar la trampilla del barco, pasando por el soporte mecánico que permite elevar al vampiro de su ataúd, hasta el efecto de negativo en la secuencia con los caballos atravesando el bosque (los animales tenían telas blancas para que luego al proyectarlos se viesen negros). Puede que algunos desentonen un poco, como la cámara rápida que se usó para intentar conseguir secuencias inquietantes y que hoy en día lo relacionamos más bien con lo humorístico, o el hecho de rodar de día muchas escenas nocturnas que aún usando filtros se nota que el vampiro está caminando a pleno sol.

Otras de las ocurrencias que tuvo el equipo para conseguir determinadas escenas fue la de usar las hélices de un avión para mover las velas de los barcos amarrados en el puerto, o calentar una placa de metal para realizar el plano donde las ratas salen despavoridas del ataúd roto.

Un rodaje interesante

Sólo disponiendo de una cámara, propiedad del operador Fritz Arno Wagner, Murnau reunió a muchos de los actores con los que había coincidido en la prestigiosa escuela de Max Reinhardt y se los llevó a multitud de localizaciones, como la Isla de Sylt, para la escena de la playa con tumbas, o Eslovaquia, donde rodaron el bello descenso de la balsa con los ataúdes, el castillo de Orava o los picos Altos Tatras, entre otros lugares. En Alemania, además de usar los estudios Jofa de Berlín, estuvieron en Wismar (alucinante cuando llega al puerto el barco sin tripulantes) o Lübeck, donde destacan los almacenes de sal que en la película son el nuevo hogar del monstruo.

Precisamente, el plano en el que llega en balsa hasta el edificio, recuerda a la serie de pinturas “La isla de los muertos”, de Böcklin. Y es que son varias las posibles referencias pictóricas que pudieron usar durante el rodaje para la planificación, teniendo además como asesor artístico al genial pintor Walter Spies, pareja de Murnau. “La pesadilla”, de Füssli, es posiblemente una de las obras que más se citan como influencia en el cine, y en este caso podríamos encajarla para la escena de la mordedura final del vampiro. Al artista Kersting lo tuvieron en cuenta para crear ambientación en interiores, y su amigo Caspar David Friedrich  también pudo influir en lo relacionado con los elementos silueteados. Hay otros artistas vinculados al ocultismo que lógicamente fueron descubiertos por Albin Grau: Kubin ya había dibujado a vampiros y hienas en sus obras, y Hugo Steiner-Prag pudo serle útil a Grau para plantear los pósters que realizó dentro de la cara publicidad empleada para salir en el máximo número de revistas, un gasto que ayudó al futuro éxito de la película.

Más Nosferatus

Queriendo conocer el origen de la palabra rumana “Nosferatu” me encuentro con que es algo bastante complicado. Numerosas investigaciones han dado con significados diferentes en forma pero semejantes en fondo, tales como “no-muerto”, “el que trae la muerte”, “vampiro”, “bestia salvaje”, “pájaro de la muerte”… Un misterio, como todo lo que rodea a este personaje. Recuerdo que la primera vez que escuché su nombre fue cuando mi padre llamaba así a un vecino siniestro de mirada fija y chupado de cara. Dio en el clavo: más allá de ser un vampiro (criatura mitológica) es un personaje que inconscientemente relacionamos con alguien enfermo, una rata humana que trae la peste. Es esa posibilidad de que nos podamos topar con un tipo que convive con nosotros, oculto en las sombras, lo que nos fascina y aterra de Nosferatu. Lo siniestro es el rasgo que podría seguir animando a algunos directores para acudir de nuevo a esta poco glamurosa versión de Drácula.

Por mi parte desconocía la existencia del remake que Werner Herzog realizó en 1979 hasta que un día me lo encontré por casualidad en un canal de televisión. Junto al recientemente fallecido Bruno Ganz encontramos en el reparto a Klaus Kinski como el vampiro. Kinski estaba loco, lo que ayudó a conseguir esa interpretación enfermiza de ojos brillantes acompañada de una teatral caracterización en la que se evidenciaban el maquillaje y las fundas en las uñas. No hay mucho diálogo, jugando con la expectación durante los pausados ataques del vampiro hasta el punto de llegar a ese aroma poético y contemplativo de la original, reforzando lo macabro con imágenes como la del reloj de cuco, las momias del inicio o la llegada del murciélago (en el guion de 1922 aparecía el animal pero no llegaron a filmarlo).

Ya veremos qué sale de la nueva versión rodada por David Lee Fisher con Doug Jones, el actor favorito de Guillermo del Toro para interpretar a criaturas. Desde luego es más interesante que sigan homenajeando esta extraña obra de arte a que vuelvan una y otra vez a explotar comercialmente el tirón de Drácula.

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