
¿De qué sirve las azañas si no las compartimos? ¿Qué sentido tiene un viaje sin otra figura presente a nuestro lado que nos vea aprender? Tal vez estas fueron la premisas de las que el egipcio afincado en Nueva York A.B. Shawky, decidiera partir a la hora de llevar a la gran pantalla una historia como la de Beshay, protagonista de ‘Yomeddine‘: un leproso que, tras la muerte de su mujer, decide emprender un viaje hacia el sur de Egipto en busca de los familiares que años atrás lo abandonasen en una vieja leprosería. Viaje en el que le acompañará Obama, un joven huérfano que desconoce la identidad de sus padres.
Con una premisa así no sorprende que el recorrido de ambos personajes discurra entre multitud de obstáculos y complicaciones, los cuales se verán incrementados con la aparición constante de personajes secundarios que irán añadiéndole a la trama un mayor dramatismo y dosis de edulcoramiento. Pues no solo de malos estará plagado el camino de Beshay y Obama, sino también de un pequeño grupo de inadaptados que, al igual que los protagonistas del filme, intentan sobrevivir cada día en un mundo que no está hecho para ellos.

Hay una necesidad imperiosa por convertir cada contenido cinematográfico sea cual sea su procedencia en un producto industrial donde lo sentimental y las emociones primen por encima de toda forma o contenido. El mayor problema de ‘Yomeddine‘ reside en ello, en su discurso recto y explícitamente bienintencionado que pretende ser una alegoría a la superviviencia y a la aceptación de uno mismo pero que, sin embargo, desde el comienzo de la película peca de manido alegato social al que no le ayudan, además, la poca credibilidad de sus estudiados diálogos.
Nadie duda del más que probable interés humano de la película de Shawky, de su preocupación social y de su conocimiento del medio que trata, pero todas estas cualidades se ven empañadas por la inverosimilitud y la extravagancia de la trama, de las situaciones y de unos personajes que, más que añadir credibilidad a los mismos, acaban convirtiendo la película en un producto burlesco e infantil que apenas consigue sostenerse.
Únicamente la empatía y su condición de road movie pueden salvar a un filme que sirve como carta de presentación del joven director egipcio A.B. Shawky tras tres cortometrajes como director; y que fue presentado en la Sección Oficial de largometrajes a concurso del pasado Festival de Cannes.